LUZ TABÓRICA

Luz Tabórica
"No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros."

San Gregorio Palamas


miércoles, 24 de diciembre de 2014

"Por tu luz vemos la luz"

“El hesicasta es aquel que aspira a circunscribir lo incorporal en una morada corporal.”

San Juan Clímaco

En la primer entrada de este blog hablamos extensamente sobre la llamada “controversia hesicasta” surgida en el siglo XIV a raíz de las acusaciones lanzadas contra la doctrina y los métodos de realización de los santos monjes hesicastas, por lo que nos limitaremos a recordar únicamente los puntos principales de lo allí expuesto para situar en su debido contexto histórico-doctrinal el pasaje de San Gregorio Palamas que compartiremos en esta entrada.

Barlaam el Calabrés, un monje ortodoxo fuertemente influenciado por la cultura humanista que comenzaba a emerger en su época, al no comprender las prácticas psicofísicas de los monjes griegos ni la enseñanza teórica que la sustentaba, los acusó de quietistas y de haber caído en el mesalianismo, una corriente herética que confundía la esencia divina con sus manifestaciones exteriores y admitía la posibilidad de conocer al Dios oculto a través de los ojos carnales. Según Barlaam, si Dios es por naturaleza acto puro, de acuerdo a la definición aristotélica, no es posible admitir que una cosa sea Dios y, al mismo tiempo, algo diferente de su esencia. En otras palabras, la esencia divina se identifica sustancialmente con las energías que constituyen los modos de actividad del Ser sin que pueda establecerse ninguna diferenciación jerárquica entre ambos dominios. Por lo tanto, si se preserva la distinción metafísica entre la naturaleza divina y las criaturas, la gracia santificante por la que el hombre puede participar, en un cierto modo y sin confusión, de la vida divina -y esto puede extenderse tanto a la inhabitación trinitaria como a la unión hipostática de Cristo- debe ser necesariamente creada, es decir, un efecto exterior del acto divino en el orden de la creación, pues no se admite ninguna mediación divina e increada -diferente de la esencia- entre Dios y el mundo manifestado.

Si se es consecuente con este razonamiento, deberá reconocerse un hiato insalvable entre la naturaleza increada y la naturaleza creada o, en términos cognoscitivos, entre la inmensidad inconmensurable del Absoluto y las capacidades limitadas del hombre en su carácter de ser contingente, pues, aunque éste sea elevado por los dones santificantes de la gracia creada, nunca podrá trascender las limitaciones propias de su naturaleza. Desembocamos así en un apofatismo abstracto en el que la única posibilidad de realización es un éxtasis místico, una salida del intelecto fuera de la conciencia corporal para entrar en una comunión imperfecta y oscura con un Dios que permanece siempre oculto en su misteriosa incognoscibilidad.

San Gregorio Palamas debía, por un lado, contrarrestar la doctrina de sus adversarios y, por el otro, refutar las acusaciones lanzadas por éstos tomando distancia del mesalianismo. Como ya explicamos en más de una ocasión, el maestro athonita, apoyándose fundamentalmente en la patrística griega, defendió y resaltó la distinción tradicional entre la esencia incognoscible y las energías increadas por las que la Deidad oculta puede ser conocida; esa energía es la misma luz divina que resplandeció en el Monte Tabor y la gracia increada que habita en el corazón de los santos deificados que han sido hechos dignos de recibir las primicias del Reino. Para más detalles, nos remitimos a la entrada anteriormente mencionada.

El camino propuesto por el teólogo bizantino y los padres hesicastas no parte de un rechazo y mortificación del cuerpo, sino de una purificación y “sacrificio” de la parte pasiva del alma para liberarla de las pasiones y los pensamientos desordenados (logismoi) que entorpecen la percepción espiritual y obstruyen la receptividad a los rayos deificantes de la luz increada. En las etapas más avanzadas de su itinerario, el ser que es plenamente iluminado por las energías divinas trasciende los límites de la individualidad contingente y se eleva hacia la comunión con el Padre, mientras el intelecto y las restantes potencias del alma son reconducidas  hacia su modalidad corporal para concentrarse finalmente en el corazón: centro vital, sede del intelecto, y morada del Espíritu divino. En su tratado “Sobre la oración y la pureza del corazón”, leemos:

“Cuando la armonía del intelecto se vuelve triple sin dejar de ser una, entonces se une a la divina Mónada triádica, cerrando toda entrada al error y ubicándose por encima de la carne, el mundo y el dominador del mundo. De ese modo, al escapar de todas las ocasiones proclives al engaño que ellos ofrecen, permanece en sí misma y en Dios, y goza, mientras se mantiene en tal condición, de la alegría espiritual que mana del interior.

La unidad del intelecto se vuelve triple y, a su vez, permanece una cuando éste se vuelve haca sí mismo y, desde sí mismo, se eleva a Dios. El volverse del intelecto hacia sí es vigilancia de uno mismo; su elevación a Dios se produce, en principio, a través de la oración, pero de una oración concentrada (a veces, también puede operarse mediante una oración discursiva, si bien, en ese caso, la tarea resulta más ardua). Si uno logra perseverar en la concentración del intelecto y en tensión hacia Dios, y controla enérgicamente el vagar de la propia mente, se acercará a Él con el intelecto, alcanzará los bienes inefables, tendrá experiencia del siglo futuro y -a través de las percepciones espirituales- conocerá que el Señor es bueno, tal como proclama el salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor.” [1]

Este movimiento doble y coincidente de ek-stasis e in-stasis constituido, respectivamente, por una salida por encima de los límites de la naturaleza creada y un retorno y reconcentración en sí mismo, en lo más íntimo del ser, encuentra sus correspondencias en el arte de la Alquimia con los procesos de disolución y coagulación de la materia de la Obra. En ese sentido debemos recordar este célebre fragmento de la Tabla Esmeralda:

“Separarás la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso, suavemente y con gran industria; subirá de la tierra al cielo y de nuevo bajará a la tierra: de ese modo recibe la fuerza de las cosas superiores e inferiores.” [2]

Si el cuerpo participa en el trabajo ascético y es el soporte para la fijación del intelecto, también deberá ser partícipe de la purificación, iluminación y transfiguración del hombre en su totalidad, gozando, en esta misma vida, de los bienes infables del siglo futuro. Esto es lo que los hermetistas llaman “corporificación del espíritu y espiritualización del cuerpo”:

“El que recibe a Dios en su corazón, en su espíritu y en su cuerpo es elegido entre los elegidos y camina sobre el mar de los mundos.” [3]
(El mensaje reencontrado, VIII, 41′)

El alquimista medieval Artefio escribió:

“… las naturalezas se transforman unas a otras, porque el cuerpo incorpora el espíritu, y éste convierte al cuerpo en espíritu teñido y blanco… cuécelo en nuestra agua blanca, es decir, en Mercurio, hasta que se haya disuelto en negrura; luego, por continua decocción, se perderá la negrura y, al final, el cuerpo así disuelto subirá con el alma blanca (al reabsorberse en el alma la conciencia corporal), y el uno se mezclará con la otra, y se abrazarán de tal modo que nunca más podrán ser separados; entonces es cuando el espíritu se une al cuerpo (por un proceso inverso al primero) con real concordancia, y se convierten en una sola cosa permanente (al ‘fijar’ el cuerpo al espíritu, y convertir éste en puro estado espiritual la conciencia del cuerpo), y esto es la solución del cuerpo y la coagulación del espíritu, que tienen una misma y semejante operación.” [4]

En el esoterismo islámico, el sheij Ibn’ Arabî, el más grande de los maestros, insiste en el mandato del Profeta Muhammad acerca de la “perfección de la Creencia”: “Adora a Dios como si lo vieras, pues aunque no lo veas, Él te ve”. Para el sheij, la expresión “como si lo vieras”, indica el grado más bajo del testimonio del fiel, pues corresponde a una “presencia” mental en el plano ontológico de la Imaginación mientras el hombre es incapaz de percibir realmente a su Señor a través de los sentidos. En un grado superior, cuando el corazón del “conocedor” es iluminado, el objeto del “testimonio” es perceptible al ojo interno y espiritual, pero permanece inaccesible a los órganos físicos. En el grado siguiente la visión se transfigura y el gnóstico puede ver el objeto de su conocimiento tanto con los ojos físicos como con el ojo espiritual. Si continúa ascendiendo, alcanzará finalmente la estación de la santidad, el estado absolutamente incondicionado de la Identidad Suprema en el que el hombre se contempla a sí mismo y a Dios a través de Dios:

“Él es tu espejo en el que tú te ves, y tú eres Su Espejo, el que Él ve Sus Nombres y la manifestación de sus funciones, que no son otras que Su Ser.” [5]

En términos palamitas esto equivale a decir que el hombre conoce al Absoluto incognoscible a través de las energías increadas, que son asimismo los Nombres y atributos divinos con los que los santos se revisten y se identifican por la gracia: consideradas en su conjunto como la emanación unitaria y enhipostática que se diversifica indivisiblemente sobre la totalidad de los seres, no son otra cosa que el Ser mismo de Dios en su aspecto autorrevelador. La theosis alcanzada en este grado supremo es la restauración de la semejanza y el perfeccionamiento de la imagen divina en la que se reflejan, como en un espejo impoluto, la totalidad de los Nombres y el resplandor de Su Gloria incomprehensible. En palabras de San Máximo el Confesor: “Todo lo que es Dios lo será también el que es deificado por la gracia, excepto la identidad de la esencia.” [6]

Debemos notar que si bien la energía es única y común a las tres Personas de la Santísima Trinidad, siguiendo la tradición patrística el Espíritu Santo puede ser considerado como el dador y distribuidor de los dones santificantes. Ahora bien, es menester distinguir entre el Espíritu Santo en su carácter incomunicable e imparticipable en cuanto hipóstasis divina, de la multiplicidad de los bienes celestiales otorgados por la gracia en su existencia ad extra como energía increada o Espíritu de Dios.
 
Todo lo dicho hasta aquí está maravillosamente sintetizado en estos versos del divino San Simeón el Nuevo Teólogo:

“El Espíritu lo enseña todo,
resplandeciente en una luz inefable,
y las realidades inteligibles
todas te las mostrará,
cuantas verse puedan,
cuantas al hombre le sean accesibles,
en proporción a la pureza de tu alma,
y te harás semejante a Dios
imitando con exactitud sus obras,
su templanza y valor
así como su amor por los hombres,
pero también soportando las tentaciones
y amando a los enemigos.
Esto es lo que hará de ti, hijo mío,
el imitador del Señor,
y mostrará en ti
la auténtica imagen del Creador,
e imitador en todo
de la perfección divina.
Entonces el Creador enviará al Espíritu Divino,
que te insuflará y habitará,
que residirá en ti sustancialmente
que te iluminará y hará resplandecer,
te refundirá entero
y de ser corruptible te hará incorruptible
y renovará otra vez
la casa envejecida,
me refiero a la casa de tu alma.
Y con ella hará a la vez incorruptible
enteramente tu cuerpo entero
y por la gracia te hará dios,
semejante a tu modelo,
¡oh maravilla!,
¡oh misterio desconocido para todos!” [7]

Por supuesto, no se nos escapa que nuestras palabras no pueden ser más que un torpe balbuceo sobre una experiencia tan elevada que sólo los santos que han alcanzado la cima de su vida espiritual son capaces de comprender. Sin embargo, consideramos que estas meditaciones –limitadas, naturalmente, por su carácter especulativo- en torno a las enseñanzas y experiencias de los sabios pueden servirnos, al menos a nosotros mismos, para ampliar el horizonte intelectual de la búsqueda que hemos emprendido. En efecto, lo primero que debemos resaltar de esta elevada realización espiritual es su correspondencia en el plano teórico con una vía que supera tanto a la teología catafática como a la teología apofática reintegrándolas en una síntesis que las trasciende. En unas pocas palabras, San Gregorio lo resume de la siguiente manera:

“La teología apofática no anula ni se contrapone a la teología catafática, más bien demuestra que todo aquello que se enuncia afirmativamente de Dios es verdadero y atribuido a Él desde una perspectiva piadosa, pero que Dios no posee lo enunciado del mismo modo que nosotros.” [8]

La sola negación es insuficiente si no es complementada por una afirmación supereminente que revele el aspecto luminoso de la tiniebla desconocida. Para Palamas, de hecho, un apofatismo que no admita la autorrelevación y mediación divina a través de las energías increadas, dejando a las criaturas en una total indigencia ante el misterio absoluto de la esencia incognoscible, equivale al peor de los ateísmos.


.·.


 A propósito de esta conclusión, aprovechamos para recordar, en este día festivo, que el Dios oculto, el innombrable y absolutamente incomprehensible, por un acto de amor infinito trascendió misteriosamente su propia tiniebla mediante el engendramiento eterno del Logos; salió de sí mismo a través de sus emanaciones, se reveló en la manifestación y en el mundo creado; se hizo presente a los hombres de todas las épocas y naciones por medio de sus Profetas y Enviados, por los ángeles y los santos y, de un modo especial, en la plenitud de los tiempos, hizo descender los cielos hasta lo más bajo y elevo a toda la tierra hasta los umbrales de lo eterno por la inefable Encarnación de su Hijo. 

Este nacimiento del Niño Divino, tal como ha sido establecido desde un principio en el "Consejo eterno e inmutable de Dios", antes de la manifestación de los mundos, se seguirá realizando místicamente, por una irradiación de las luces increadas, en el corazón virginal de cada santo; ahora y siempre, por los siglos de los siglos.


¡Feliz Navidad!

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El siguiente texto pertenece al “Tomo hagiorita en defensa de los santos hesicastas”:

“La gracia consuma, de modo perfecto, la unión indecible; por ella ‘Dios está íntegra y enteramente presente en aquellos que son dignos de Él, y los santos están enteramente presentes en Dios, lo reciben a cambio de ellos mismos y alcanzan como premio de su ascensión hacia Dios, sólo a Él’ [9] que los abraza como el alma abraza al cuerpo [10], esto es, casi con sus propios miembros, y los hace dignos de estar en Él.

Ahora, identificar con los mesalianos a aquellos que ubican el intelecto en el corazón o en el cerebro, significa oponerse erróneamente a los santos. De hecho, Atanasio afirma que lo racional del alma está en el cerebro; Macario, que en grandeza no es inferior, sostiene que la energía del intelecto está en el corazón. Y casi todos los Padres concuerdan con ellos. Cuando Gregorio de Niza asevera que el intelecto no está ni dentro ni fuera del cuerpo porque es incorpóreo, tampoco se les opone. Precisamente porque aquellos Padres circunscribían el intelecto al interior del cuerpo en cuanto está necesariamente ligado a éste; por su parte, quien afirma que, debido a su incorporeidad, Dios no se encuentra en ninguna parte, no contradice al que destaca la permanencia temporal del Verbo de Dios dentro de un seno virginal e inmaculado; allí, por su indecible amor hacia los hombres, el Verbo de Dios se unió a nuestra naturaleza en una forma que supera toda razón.

Quien afirma que la luz que envolvió a los discípulos sobre el Tabor era un fantasma y un simple signo contingente, que no existía realmente ni era superior a toda intelección, sino más bien energía inferior a ella, está en claro desacuerdo con las opiniones de los santos. En efecto, éstos, ya sea en los cánticos, ya en los escritos, la llaman inexpresable, increada, eterna, atemporal, inaccesible, inmensa, infinita, indeterminada, invisible a los ángeles y a los hombres, belleza arquetípica e inmutable, gloria de Dios, gloria de Cristo, gloria del Espíritu, rayo de la divinidad, y otras denominaciones semejantes. Dicen, pues: ‘Cuando la carne es elevada y glorificada, la gloria de la divinidad se vuelve gloria del cuerpo. Pero la gloria era corporalmente invisible a quienes no acogían aquello que incluso los ángeles no podían ver. Cristo no se transfiguró asumiendo algo que no poseía con anterioridad ni se transformó en algo que no era, más bien manifestó a sus discípulos aquello que verdaderamente era; les abrió sus ojos y los convirtió de ciegos, en videntes. En efecto, permaneciendo en su propia identidad, aunque diversa de como había aparecido anteriormente, fue visto por sus discípulos con clara evidencia, porque Él es la luz verdadera, honor de la gloria; y así, resplandeció como el Sol, imagen ciertamente oscura e imperfecta para representarlo, pero es imposible no tratar de representar en lo creado aquello que es increado.’ [11]

Quien sostiene que sólo es increada la esencia de Dios, y no sus energías eternas, que aquélla sobrepasa a todas éstas, tal como sucede con alguien que produce o crea, el cual supera todo lo que ha producido, escuche las palabras de san Máximo: ‘Todas las cosas inmortales y la inmortalidad; todos los seres vivientes y la vida misma; la totalidad de cosas santas y la misma santidad; todas las cosas virtuosas y la virtud; todas las cosas buenas y la bondad; todo cuanto existe y el ser mismo, resultan ser obra manifiesta de Dios. Sin embargo, algunas de ellas han comenzado a existir en el tiempo: hubo un momento en el cual no eran. Otras, en cambio, no han tenido inicio temporal: no hubo un instante en el cual no existieran la virtud, la bondad, la santidad, la inmortalidad.’ [12] Es más: ‘La bondad y aquello que comprende su concepto, esto es: toda vida, inmortalidad, simplicidad, inmutabilidad, infinitud y cuanto se considera en relación a Dios según la esencia, son obra de Dios y no han comenzado a existir en el tiempo. Es imposible que el no ser haya precedido a la virtud ni a ninguna de esas cosas, aun cuando los distintos seres que participan de ellas poseen una existencia que tiene inicio temporal. Toda virtud carece, por consiguiente, de principio; no hay un tiempo que preceda su existencia, solamente Dios puede hacerlo, ya que Él genera eternamente su ser. Por tanto, Dios trasciende infinitas veces y de modo infinito a todos los entes participantes y participables.’ [13]
Que aprenda, pues, de los santos Padres que no todas las cosas subordinadas a Dios están también sometidas al tiempo; existen algunas que carecen de principio y no sufren corrupción –como sucede con la única Mónada triádica que, per natura, carece de temporalidad. Análogamente, el intelecto –imagen borrosa de la excelencia de aquella indivisibilidad- no puede ser compuesto, debido a sus intelecciones innatas.

Quien no admite las disposiciones espirituales que se expresan en el cuerpo mediante signos –consecuencia evidente de la presencia de los carismas del Espíritu en el alma de los que progresan según Dios- y llama impasibilidad a la mortificación de la parte pasible, pero no a la operación habitual por medio de la cual –quien se ha separado enteramente del mal y se ha vuelto hacia el bien, renunciando a los malos hábitos y enriqueciéndose con los buenos- se dirige hacia lo mejor, niega la vida de los seres unidos al cuerpo en el tiempo incorruptible. Ciertamente, si el cuerpo está llamado a participar con el alma de los bienes inefables, entonces ahora también puede participar, dentro de lo posible, de la gracia otorgada por Dios, en forma mística e inefable, al intelecto purificado; y experimenta las realidades divinas en el modo que le es propio, con la parte pasible del alma transformada y purificada, no mortificada en el hábito, y santificante a través de ella misma –ya que es común al alma y el cuerpo- de las disposiciones y energías del cuerpo. Porque –según san Diádoco- el intelecto de los que se han liberado de los bienes de la vida mundana por la esperanza de los bienes futuros se mueve ágilmente debido a la ausencia de preocupación y se deleita con la inefable dulzura divina, haciendo participar al cuerpo de ésta según su propio progreso. [14] Y la alegría que llega entonces al alma y al cuerpo resulta un recuerdo libre de ilusión del modo de vida incorruptible.

La luz que, per natura, reciben el intelecto y la percepción sensible es ciertamente diversa. La percepción sensible recibe una luz sensible que destaca las realidades sensibles como tales. La luz del intelecto, en cambio, es el conocimiento centrado en los conceptos. Luego la vista y el intelecto no reciben, per natura, la misma luz; cada uno de ellos la recibe para poder operar, según su propia naturaleza, en las realidades naturales. Sin embargo, cuando tienen la suerte de recibir la gracia y la potencia espiritual y sobrenatural, los que han sido hecho dignos pueden ver con la percepción sensible y con el intelecto cosas que superan toda percepción y todo intelecto, como bien lo saben –en palabras del gran Gregorio el Teólogo- únicamente Dios y los que son objeto de esas operaciones. [15]

Hemos aprendido todas estas cosas de las Escrituras, las hemos recibido de nuestros Padres y las conocemos por simple experiencia.” [16]






[1] Filocalia IV. Gregorio Palamas, “Sobre la oración y la pureza del corazón”. Ed. Lúmen.
[2] Hermes Trismegisto, Corpus Hermeticum. Ed. Continente. Archivo hermético 7.
[3] Louis Cattiaux, “El mensaje reencontrado”. Ed. Sirio.
[4] Citado por Titus Burckhardt, “Símbolos”. Ed. Olañeta.
[5] Ibn ‘Arabî, “Los engarces de las Sabidurías”. Ed. Edaf.
[6] Filocalia IV. Citado por Gregorio Palamas.
[7] Simeón el Nuevo Teólogo, “Plegarias de luz y resurrección”. Ed. Sígueme.
[8] Filocalia IV. Gregorio Palamas.
[9] Máximo el Confesor, Ambigua.
[10] Ibíd.
[11] Juan Damasceno, Homilia in Transfigurationem.
[12] Máximo el Confesor, Docientos capítulos…
[13] Ibíd.
[14] Diádoco de Fotice, Discurso ascético.
[15] Gregorio Nacianceno, Orat. 28.
[16] Filocalia IV. Gregorio Palamas, “Tomo hagiorita en defensa de los santos hesicastas”. Ed. Lúmen.


miércoles, 27 de agosto de 2014

El Nombre ilimitado

"El olvido del carácter ontológico de los Nombres divinos, la ausencia de experiencia de ellos en la oración y en la celebración de los sacramentos ha vaciado la vida de muchos creyentes. Para ellos, la oración e incluso los mismos sacramentos pierden su realidad eterna."

Archimandrita Sophrony


La doctrina de los Nombres Divinos, presente a lo largo de los siglos en la tradición cristiana, pero con numerosas correspondencias en otras formas tradicionales, ha sido muchas veces incomprendida, e incluso rechazada, en las bases fundamentales de su dimensión interior. Las malinterpretaciones de esta enseñanza son, en buena medida, producto del obtuso racionalismo promovido por ciertas corrientes de la teología academicista moderna. Sin embargo, otros errores y desviaciones, es menester reconocerlo, se han constatado en diferentes momentos de la historia.

En el texto cuya traducción presentamos en esta entrada, los autores concentran sus esfuerzos en demostrar la perfecta ortodoxia de dicha doctrina y resaltan su continuidad con una transmisión sapiencial vinculada al tronco mismo de la tradición abrahámica. Esto es motivado, principalmente, por una lamentable controversia suscitada en el seno de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los comienzos del siglo XX a raíz de la supuesta herejía de los llamados "adoradores del Nombre". Por un lado, estaban los opositores más radicales a toda glorificación de los Nombres, cuyo punto de vista, por analogía con el arte tradicional, podríamos denominar "iconoclasta", pues comprendían estos elementos de la religión sólo desde un aspecto volitivo y terreno y veían en los Nombres Divinos  un medio puramente humano e instrumental para representar el movimiento del alma hacia Dios y el modo de expresión alegórico relativo a la naturaleza divina en el que se asienta la teología afirmativa. En el otro extremo se situaban los "adoradores del Nombre" propiamente dichos, quienes defendían legítimamente la presencia de Dios en la invocación de los Nombres, pero, desgraciadamente, en algunos casos posiblemente minoritarios, no estuvieron exentos de excesos y desviaciones, pues llegaron al extremo de atribuirle al Nombre un poder divino esencial y por naturaleza, es decir, identificaron y confundieron de un modo sustancialista los Nombres expresados humanamente con la Esencia divina en su absolutidad innominable. Ambas posiciones son igualmente incorrectas. En 1912 el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa condenó expresamente los errores derivados de la "adoración del Nombre", pero esta discusión, como bien han advertido algunos teólogos contemporáneos de renombre, está lejos de haber concluido,  pues nunca hubo una posición oficial definida respecto a la doctrina auténtica. Aún hoy, algunos racionalistas que se oponen a la  glorificación de los Nombres siguen escudándose en este Sínodo para defender su posición, que es, desde todo punto de vista, completamente antitradicional.

Afirmar, como hicieron algunos santos, que "el Nombre de Dios es Dios mismo", es una expresión fuerte, y hasta podría sonar impía si estas palabras no se interpretan correctamente. Como podemos ver, es un tema complejo y sutil, y sus fundamentos teóricos están vinculados indisociablemente a ciertos medios y posibilidades de realización espiritual. La mejor forma de abordarlo y de superar toda posible controversia es tomar como punto de partida la distinción tradicional entre la Esencia  Divina, que permanece absolutamente inaccesible e incognoscible en su Misterio abismal, y las Energías increadas, es decir, los Actos u Operaciones divinos a través de los cuales Deidad Oculta se autorevela en su interior y se manifiesta "exteriormente" para hacerse conocida a través de la impronta creatural de las Razones de los seres contenidas eternamente en el Logos. En relación a esto, San Juan Damasceno afirma:

"La emanación o energía divina es una, simple e indivisible; aunque se diversifica en los seres divisibles, para bien de ellos, acordando a cada uno los elementos constitutivos de su naturaleza, siempre se mantiene simple, pues se multiplica en los divisibles indivisiblemente, denominándolos y reuniéndoles en su propia simplicidad". [1]

Estas Energías increadas que dan forma y actúan sobre la totalidad de la Existencia y se manifiestan como un don gratuito para cada hombre en el modo más apropiado a su naturaleza y según la medida de su purificación interior, revelan los diferentes Atributos divinos en su multitud inconmensurable, es decir, constituyen el aspecto increado e inexpresable de los Nombres de Dios en cuanto participaciones indivisibles de Su Emanación primordial y como Arquetipos eternos esencializadores de las criaturas preexistentes en Él. En el polo opuesto, en forma análoga a la materia sobre la que un iconógrafo plasma su obra de acuerdo a las modelos celestes revelados por el Iconógrafo divino, el aspecto creatural de los Nombres, es decir, las palabras susceptibles de ser expresadas en el lenguaje humano que han sido preservadas por la Tradición, conforman el soporte terreno para la elevación del intelecto y el descenso concordante de la Luz increada que posibilita el conocimiento y la participación plena en las realidades espirituales comunicadas inexpresablemente en el lenguaje divino. Para respaldar lo que aquí decimos, traemos a colación el testimonio y la enseñanza del Archimandrita Sophrony, un maestro y padre espiritual del siglo XX, sabio transmisor de la espiritualidad hesicasta. Aquí, hablando sobre la práctica de la "oración del corazón", explica cómo debe comprenderse este doble aspecto, creado e increado, del Santo Nombre de Jesus:

"El Nombre de Jesús, como portador del conocimiento y como energía de Dios, está en relación con el mundo; además, en cuanto Nombre propio, está ontológicamente vinculado a la hipóstasis que nombra. Este Nombre es, pues, una realidad espiritual. Su sonido puede indentifcarse con el nombrado, pero no necesariamente. Su dimensión fonética ha sido otorgada a muchos mortales, pero cuando oramos damos a este Nombre otro contenido y lo proferimos con otra actitud espiriutal. Es un puente entre nosotros y la persona del Señor, es un canal por que el que recibimos la fuerza divina. Procedente del Dios Santo, es él mismo santo y nos santifica a través de su invocación. Con este Nombre y gracias a él, la oración recibe una cierta tangibilidad: este Nombre nos une a Dios. En este Nombre, en Cristo, Dios está presente como en un receptáculo, como en un vaso precioso lleno de perfume. A través de él, el Trascendente llega a ser inmanente de una manera perceptible. Siendo energía divina, procede de la Esencia divina y es en sí misma divina.
(...) Después de la venida de Cristo, todos los Nombres divinos se nos abren en su significación más profunda. Deberíamos también temblar -como sucede a muchos ascetas con los que tuve ocasión de vivir- al pronunciar el santo Nombre de Jesús. Es atrevido por mi parte afirmar que yo mismo he podido ser un testimonio viviente de que, invocando este Nombre adecuadamente, todo nuestro ser se llena de la presencia del Dios eterno; su invocación transporta nuestra mente a otras esferas; nos dota de una peculiar energía de una nueva vida. La Luz divina, de la que no es fácil hablar, se hace presente con este Nombre." [2]

Por lo tanto, la invocación y glorificación de los Nombres -especialmente, para los cristianos, del "Nombre que está sobre todo Nombre", el origen y consumación de todos Ellos- es la vía iluminativa del "recuerdo de Dios", el camino ascendente que conduce a la adquisición gradual de la "estatura de la plenitud de Cristo", del "Hombre Perfecto" (Efesios 4:13), del Hombre-Dios, cuyo Nombre santo comprende sintéticamente la totalidad de los Atributos divinos.


Notas:

[1] Basilio Tatakis, "Filosofía Bizantina", ed. Sudamericana, 1952.
[2] Archimandrita Sophrony, "Ver a Dios como Él es", ed. Sígueme, 2002.


 

El Nombre ilimitado

Por el Metropolita Ephraim de Boston, el Obispo Gregory de Brookline y Thomas Deretich (HOCNA)


Por la noción "Nombre de Dios", los cristianos ortodoxos queremos decir dos cosas: 1) Nos referimos a la Verdad revelada acerca de Dios y 2), en otro sentido, nos referimos también a las palabras humanas y creadas por las cuales esta Verdad revelada se expresa. La Verdad eterna y revelada acerca de Dios existe y siempre existirá, ya sea que la expresemos en nuestro lenguaje humano o no. Esto es lo que nuestro Salvador nos da a entender cuando, en el Evangelio de San Juan, Él les dice a los Judios:
"Pero ahora quieren matarme a mí, al Hombre que les dice la Verdad que ha oído de Dios." (Juan 8:40)

¡Nadie en su sano juicio podría afirmar que la Verdad que Dios Hijo escuchó de Dios Padre fue comunicada con palabras humanas! La comunicación en la Santísima Trinidad es totalmente inefable. Sin embargo, es esta misma Verdad, la Verdad increada e inefable de Dios, la que nuestro Salvador, cuando se hizo hombre por nosotros, nos reveló en el lenguaje humano. Esta es también la misma Verdad divina con la que el Espíritu Santo iluminó a los Apóstoles el día de Pentecostés, de acuerdo con la promesa de nuestro Salvador:

"Cuando Él, el Espíritu de la Verdad, venga, los guiará a toda la Verdad: porque no hablará por Sí mismo, sino que dirá de todo lo que oiga" (Juan 16:13)

Una vez más, la Verdad que el Espíritu Santo hablará, y a la que guiará a los discípulos de Cristo, es una Verdad inefable y divina, que Él ha recibido del Hijo. Sin embargo, ¡esta es la misma verdad que el Espíritu mostró a los Apóstoles y que ellos predicaron con palabras humanas en todo el mundo conocido!

Estos ejemplos ilustran claramente los dos aspectos de la revelación de Dios y la distinción que hay entre ellos: la Verdad increada y eterna de la revelación de Dios, y las palabras y conceptos humanos creados con los que esta revelación es articulada con el objeto de hacerla accesible a la mente humana. Y esta es la misma distinción que existe entre el Nombre increado de Dios, es decir, la Verdad eterna relativa a Dios, y los nombres creados de Dios, o sea, las palabras y los conceptos humanos que la Iglesia nos ha enseñado a utilizar con el fin expresar la Verdad eterna acerca de Dios.

Es exclusivamente en el primer sentido, es decir, en el sentido de la Verdad increada acerca de Dios, que decimos que el Nombre de Dios es una Energía de Dios, porque toda revelación de Dios acerca de Sí mismo, cada Verdad relativa Dios, es Su propia Energía. Es en el último sentido, esto es, en términos del lenguaje humano, que los nombres de Dios son a la vez creados y temporales, son parte de este mundo y, ciertamente, no son una Energía de Dios.

El destacado profesor ruso y autor de libros sobre teología ortodoxa, Serge Verhovskoy, discute estos dos aspectos del Nombre de Dios, en su libro "Dios y el hombre":
"Una forma particular de la revelación de Dios es, para decirlo brevemente, la revelación de Dios en los Nombres Divinos. Un Nombre de Dios, en cuanto palabra humana, es, por supuesto, creado. (Es, por lo tanto, posible usarlo sin sentido alguno o "en vano." La identificación de un Nombre de Dios, en cuanto palabra [creada], con Dios mismo es una herejía que fue condenada por el Santo Sínodo de Rusia en el siglo XX.) Pero Dios mismo puede morar y actuar en él.
"El aspecto Divino de un Nombre de Dios es, por así decirlo, una Divina "autodefinición" o un pensamiento de Dios acerca de Sí mismo. La presencia de un principio divino en los Nombres Divinos se desprende de toda la actitud del Antiguo Testamento hacia Ellos. El Nombre de Dios es Santo, y Dios se santifica a Sí mismo en Su Nombre (Lev 22:32). Los hombres pueden ofender el Nombre de Dios por sus pecados (Am 2: 7). Dios actúa por el bien de su Nombre (Ez 39:7, 25) El Nombre de Dios es uno, grande y eterno, como lo es Dios mismo (Sal 9:2, 134:13, Zach 14: 9). Dios actúa a través de su Nombre (Sal 53:1). Si no hubiera nada divino en el Nombre de Dios, ¿cómo sería posible para nosotros bendecirlo, alabarlo y amarlo, adorarlo y servirlo, regocijarnos en él y ser perseguidos por su causa? Finalmente, es notable que Dios nos revele Sus Nombres (por ejemplo, Ex 3. 13-14, 6, 3). De esto se deduce que Ellos expresan la auténtica realidad divina.
"Dios, en Sus Nombres, está cerca del hombre (Salmo 75:1). La presencia de Dios es equivalente a la presencia del Nombre de Dios. El Nombre de Dios habita en toda la tierra y especialmente en Tierra Santa, en Israel, en Jerusalén, en el templo y en los individuos. Los Judios quisieron dar a sus hijos nombres en los cuales había un Nombre Divino (Ismael, Juan, Joaquín, Jesús, etc)
"Hay alrededor de cien Nombres Divinos en el Antiguo Testamento. Cada uno de ellos tiene su propio significado. Es posible incluir en ellos toda la teología del Antiguo Testamento. El Nombre Divino es "maravilloso" (Jue 13:. 17-18); es el "recuerdo de Dios" (Ex 03:15). Dios revela su Nombre a fin de que los hombres le conozcan (Ex 6: 3, 33:19; Jer 23:6). "

Más adelante, escribe:

"Él se nos revela en los Nombres Divinos, en las perfecciones y las acciones [es decir, Energías], que nos hacen conocer algo, no sólo sobre el Creador y la Providencia, sino también sobre Dios en Sí mismo, ... Él se manifiesta como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, como Unidad, Vida, Esencia, Bondad, Verdad, Belleza, Santidad, Amor, y como muchos otros atributos [es decir, Gracias y Nombres] que realmente le pertenecen, aunque de una manera distinta a la que somos capaces de imaginar."

El conocido jerarca griego, Metropolita Hierotheos Vlachos, concuerda y escribe:

"El nombre de Dios es la Energía de Dios. Es conocido por nuestra teología ortodoxa que Dios tiene Esencia y Energía. Incluso las cosas creadas tienen esencia y energía; el sol, por ejemplo, es un cuerpo celeste y emite su luz y su fuego es algo que se quema y emite energía, es decir, calor y luz. Pero Dios, puesto que Él es increado, es a la vez la Esencia increada y Energía increada; con respecto a Su Esencia, Dios es sin nombre y está más allá de todo nombre, pero con respecto a Sus energías, Él tiene muchos Nombres.
"Cada vez que Dios se reveló a los hombres, Él reveló una de Sus Energías, tales como Amor, Paz, Justicia o Filantropía. De esta manera Él entra en comunión con los hombres. Por esta razón también digo que los Nombres de Dios son Sus Energías. Cada vez que, en verdad, alguien menciona el Nombre de Dios con compunción, humildad, arrepentimiento, fe, etc, recibe conocimiento y experiencia de la Energía de Dios."

En Su Esencia, Dios es incognoscible y no puede ser comprendido o descripto por ninguna criatura. Su Esencia no tiene nombre, ninguno puede ser aplicado a la Esencia inefable.

Pero en Sus Energías, en Su Poder y Gloria, en Su Divina Gracia y Revelación, Dios se revela y se hace conocido en la medida en que el hombre es capaz de comprenderlo. He aquí lo que el Metropolita Filaret de Chernigov, un prominente teólogo de la Iglesia Rusa en el siglo XIX, dice con respecto al Nombre de Dios:

"El Nombre de Dios es el ser de Dios en el aspecto en que puede hacerse conocido."
(...)

Algunas herejías antiguas (por ejemplo, los eunomianos) no reconocieron la Divinidad de Cristo, pero sí afirmaron conocer la Esencia de Dios y, por lo tanto, le atribuyeron a la misma etiquetas hechas por el hombre. No obstante, los eunomianos fueron decididamente condenados por los Santos Padres y los Santos Concilios de la Iglesia.

Pero, contrariamente a lo que algunos afirman hoy, el Eunomianismo no es lo que nuestros santos, o los escritores de la Iglesia antes mencionados, enseñan. Nadie -absolutamente nadie- conoce la Esencia de Dios, ni nadie puede atribuir un nombre a esa Esencia.

A continuación, se citan varios textos bíblicos y patrísticos que confirman la enseñanza cristiana ortodoxa sobre el Nombre de Dios:

El Pastor de Hermas, un antiguo documento cristiano (c. 150 dC), dice: "El Nombre del Hijo de Dios es grande e ilimitado, y sostiene el universo entero". Los cristianos ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo- es "ilimitada y sostiene el universo entero". Por lo tanto, está claro que aquí, el Pastor de Hermas equipara la gracia de Dios con el Nombre ilimitado del Hijo de Dios.

San Clemente de Roma hace lo mismo, cuando nos dice: "Fue por medio de Jesucristo, que Él nos ha llamado 'de las tinieblas a la luz ', de la ignorancia al reconocimiento de Su glorioso Nombre. [Concédenos, Señor], que podamos poner la esperanza en Tu Nombre, que es el origen de toda la creación". Una vez más, los cristianos ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo- es "el origen de toda la creación". Es obvio, pues, que aquí San Clemente de Roma también identifica el "glorioso Nombre" con la Gracia de Dios.

San Cirilo de Alejandría hace exactamente la misma identificación cuando nos instruye:

"[Cristo] dice que sus discípulos deben mantenerse en el Nombre del Padre, es decir, en la Gloria y el Poder de Su Deidad."

El Salmo 19: 1 también identifica el Nombre con el Poder de Dios:

"El Señor te escuche en el día de la aflicción;
que el Nombre del Dios de Jacob te defienda ".

El Salmo 101: 15 nos dice exactamente lo mismo:

"Y las naciones temerán tu Nombre, oh Señor,
Y todos los reyes de la tierra se rendirán ante Tu Gloria ".

Aquí, de nuevo, vemos esta identidad de "Nombre" y "Gloria".
El Salmo 71:17 dice que Su nombre es "anterior al sol", es decir, anterior a la creación:

"Sea Su Nombre bendito por los siglos;
Anterior al sol, que Su Nombre persista".

El Synodicon de la Ortodoxia identifica la Gloria de Dios con Dios mismo, cuando se nos dice que esta Gracia, o Energía, o Luz, o Gloria y Poder, o Revelación, "emana inseparablemente de la Esencia de Dios", aunque es distinta de la Esencia . Es decir, esta Energía Divina, esta "Gloria y el Poder de Su Deidad" es Dios mismo.

San Gregorio Palamas afirma: "Cada Poder o Energía [de Dios] es Dios mismo." Este "Poder o Energía", que es Dios mismo, es "ilimitado" y "anterior a la creación".

En "La Guía", San Anastasio el Sinaíta expone el siguiente discurso:

"Pregunta: ¿La denominación "Dios" se refiere a la Esencia, a la Persona o a la Energía, es un símbolo o una metáfora?
"Respuesta: Está claro que [la denominación] "Dios" se refiere a la Energía. No representa a la Esencia misma de Dios, porque es imposible conocerla, sino que representa y revela Su Energía que puede ser contemplada".

El más grande Consejo hesicasta, el Concilio de Constantinopla de 1351, confirmó esta enseñanza en su extenso decreto dogmático, llamado Tomo Sinodal, al afirmar que la Energía de Dios "es llamada 'Deidad' por los santos". El Consejo también citó con aprobación la enseñanza de San Anastasio de que el nombre "Dios" se aplica a la Energía divina. San Gregorio Palamas firmó el Tomo del Concilio de 1351, y este Concilio también ratificó su Confesión escrita de la Fe Ortodoxa.

En sus escritos, San Gregorio Palamas se refiere tanto al Nombre increado de Dios (que es la Energía de Dios y por lo tanto Dios mismo) como a las palabras creadas (que no son una Energía de Dios), en las cuales, sin embargo, Dios mismo habita.  En su Homilía 53, por la Entrada de la Madre de Dios en el Santo de los Santos, San Gregorio Palamas afirma que el Santo de los Santos era "el lugar asignado solamente a Dios, es decir, el que fue consagrado como Su morada, y donde Él dio audiencia a Moisés, Aarón y a aquellos de sus sucesores que fueron igualmente dignos". San Gregorio Palamas afirma también, un párrafo antes en la misma homilía, que el Santo de los Santos fue "la morada, como David lo llama, del Santo Nombre" (Salmo 74: 7). La Gloria y Energía increada de Dios es llamada, por el Profeta David, como "Nombre" de Dios. El Santo de los Santos era la morada del "Santo Nombre" increado, que es lo mismo que "solamente Dios", según San Gregorio Palamas. En su "Confesión de la Fe Ortodoxa", San Gregorio Palamas también se refiere a la habitación de Dios en las palabras creadas de las Sagradas Escrituras, del mismo modo en que Él mora en los santos, los iconos, y la Cruz: "veneramos la forma benéfica de la honorable Cruz , los templos y lugares gloriosos y las Escrituras dadas por Dios, por el Dios que mora en ellos". Por lo tanto, según San Gregorio Palamas, Dios mora en las palabras santas (creadas), pero el "Nombre" (increado) de Dios (Sal 73:7) es "solamente Dios".

San Juan de Kronstadt está de acuerdo con los textos escriturales y patrísticos anteriores: "su Nombre es Él [Dios] mismo" y "El Nombre de Dios es Dios mismo."

El Nombre de Dios, por lo tanto, debe entenderse de dos sentidos: 1) en su sentido divino y eterno, cuando se trata de una Energía de Dios; y 2) en su sentido humano y creado, cuando, ciertamente, no es una Energía de Dios.

En conclusión, vemos, por lo tanto, que, desde muchas fuentes, antiguas y nuevas, la voz de la Iglesia sigue resonando claramente en este tema.

Fuente: http://www.thewonderfulname.info/



domingo, 3 de agosto de 2014

Teología de la Creación, por Ioannis D. Zizioulas

El texo que publicamos en esta entrada es una traducción al español de una homilía del reverendo Metropólita de Pérgamo P. Ioannis D. Zizioulas, pronunciada en Zúrich, el 10 de marzo de 1989. El brillante teólogo esboza aquí los lineamientos fundamentales para una Teología de la Creación, con un alcance tanto cosmológico como metafísico, y deduce, a partir de este desarrollo, la función primordial a la que está llamado el hombre, en su carácter de mediador entre lo creado y lo increado, desde antes del principio de los tiempos. Decidimos realizar esta traducción por la relevancia incontestable de este tema, pues merece ser el punto de partida para meditaciones y estudios posteriores, y por sus importantes consecuencias doctrinales.

A partir de lo que podríamos denominar como "cosmología cristiana", el autor pone de manifiesto la aplicación de una orientación hermenéutica que le permite penetrar en el simbolismo y la hierohistoria evangélica en su dimensión más profunda y universal. Esto no implica, de ningún modo, un rechazo al aspecto histórico e institucional de la tradición, es decir, a su dimensión horizontal, pues ésta constituye, en primer lugar, el soporte icónico de la revelación, en cuanto imagen y participación de realidades de orden superior que se desvelan en los diferentes grados de su dimensión vertical, y por lo tanto, el escalón inicial para el ascenso espiritual del hombre desde su condición caída. De este modo, la Encarnación, el Sacrificio en la Cruz, la Muerte y la Resurrección de Jesús, eventos de suprema importancia en la economía de la salvación, pueden ser vistos al mismo tiempo, como bien advirtieron los Padres, como claves simbólicas para la comprensión intelectual del misterio del Cristo Cósmico, es decir, del Hombre Universal.


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Fuente: el texto original, en inglés, fue tomado del website Orthodox Outlet for Dogmatic Enquiries.

Si bien no compartimos la orientación de algunos de los artículos allí publicados, puede encontrarse material valioso de autores importantes, como en el caso de la homilía que aquí publicamos.



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"El hombre es un animal llamado a convertirse en Dios", dijo uno de los Padres de la Iglesia. Y es por eso que la Palabra se hizo carne: para abrirnos, a través de la carne santa de la tierra transformada en eucaristía, el camino a la deificación. Pero también hay otro camino, terrible, por el que el hombre ha querido - y todavía quiere- hacer del mundo su presa, para ser su tirano y no su rey y sacerdote. Él ha hecho para sí mismo, fuera de las posibilidades de transparencia de todas las cosas cuando son restauradas en Cristo, el espejo de Narciso.

Hoy ese espejo se está rompiendo; el mar materno está contaminado, los cielos están rasgados, los bosques están siendo destruidos y las zonas desérticas están aumentando. Debemos proteger la creación; mejor aún, debemos embellecerla, hacerla espiritual, transfigurarla. (...) Sin embargo, no se hará nada a menos que haya una conversión general de las mentes y los corazones (en la Biblia, la mente y el corazón son la misma cosa) de los hombres. Nada va a suceder a menos que nuestra oración personal y litúrgica, nuestra vida sacramental y nuestro ascetismo recuperen su dimensión cósmica. Hoy deseo esbozar una teología de la creación.



Reunificando todo el universo bajo un solo Señor, que es Cristo.

La cosmología es una forma de conocimiento que nos es dada en Cristo por el Espíritu Santo.

"El misterio de la Encarnación de la Palabra", escribió San Máximo el Confesor, "contiene en sí todo el sentido del mundo creado. Aquel que entiende el misterio de la Cruz y de la Tumba conoce el sentido de todas las cosas, y el que es iniciado en el sentido oculto de la Resurrección entiende el fin para el cual Dios creó todas las cosas desde el principio ".

Si esto es así, significa, en efecto, que todo ha sido creado por y para la Palabra, como dice el apóstol (Col. 1:16-17), y que el significado de esta creación se nos revela en la re-creación efectuada por esta misma Palabra tomando la carne, por el Hijo de Dios volviéndose hijo de la tierra. (...) La Palabra es el arquetipo de todas las cosas, y todas las cosas encuentran en él su consumación, su "recapitulación". (...) Tal es en efecto el "misterio de la voluntad del Padre", que el apóstol anuncia a los Efesios: "Para que pudiera unir todas las cosas en Cristo, tanto las del cielo y las de la tierra" (Efesios 1:10) .

Por lo tanto, es la Iglesia como misterio eucarístico la que nos da el conocimiento de un universo que fue creado para convertirse en eucaristía. La eucaristía como espiritualidad y como acción se corresponde con la eucaristía como sacramento. "Hacer eucaristía (es decir, dar gracias) en todas las cosas", como dice Pablo (1 Tes. 5:18). En esta perspectiva, los Padres afirman que la Biblia histórica nos da la clave de la Biblia cósmica.  En esto son fieles a la noción hebrea de la Palabra, que no sólo habla, sino que crea: Dios es "verdadero" en el sentido de que su Palabra es la fuente de toda la realidad, no sólo histórica, sino también de la realidad cósmica. En el relato sacerdotal de la creación, las cosas existen sólo a través de una palabra divina, que las eleva y las mantiene en su ser. (...). La relación entre la Escritura y el mundo corresponde a la del alma y el cuerpo: a aquel que tenga en Cristo un entendimiento espiritual de la primera, se le dará un profundo entendimiento de la segunda.



Un movimiento dinámico hacia la transparencia

¿Qué nos dice este profundo entendimiento que nos llega a través de los Padres y de los profetas de todas las épocas de la Iglesia?


En primer lugar, hace dos afirmaciones complementarias: dice que la creación tiene su propia consistencia, pero está animada por un movimiento dinámico hacia la transparencia. Luego nos habla de la función que debe desempeñar el hombre, y por lo tanto de la creación en la historia de la salvación.

El universo no es simplemente una manifestación de la Divinidad. (...) Fue creado como algo radicalmente nuevo, de la nada (...) tal como está implícito, sobre todo, en los dos relatos de la creación en el Génesis. La noción de "nada" aquí es una especie de "límite" y sugiere que Dios, que no tiene algo "más allá", hace que el universo aparezca por una especie de "auto-retirada": el lugar del mundo está, pues, dentro del amor de Dios, un amor que es supremamente creador, mientras que al mismo tiempo es sacrificial. (...) El universo emerge de las manos del Dios vivo que ve que es tov, es decir, "bueno y bello". Por lo tanto, es querido por Dios, es la alegría de su sabiduría, y se regocija en ese gozo reverente que se describe en los Salmos y en los pasajes cósmicos del Libro de Job. (...)

La concepción bíblica y patrística de la creación rompe la obsesión cíclica de las religiones antiguas. La Creación, el pasaje perpetuo de la nada a la existencia a través de la atracción magnética del infinito, es un movimiento en el que se nos da simultáneamente el tiempo, el espacio y la materia.

Así, en la visión cristiana, la naturaleza es una realidad verdadera, dinámica, de ninguna manera divina en sí misma - sabemos que el Génesis, desde este punto de vista, "desacraliza" tanto las estrellas como los seres vivos-, pero aún así querida y deseada por Dios , que encuentra su lugar y su vocación en el amor divino.



La naturaleza es inseparable de la gracia

Al mismo tiempo, los primeros Padres, como los filósofos religiosos ortodoxos de nuestro siglo, al reflexionar sobre las grandes intuiciones paulinas, han rechazado nociones como la de "naturaleza pura". La gracia increada, la gloria de Dios, las energías divinas que resplandecen desde el Cristo resucitado, se encuentran en la raíz misma de las cosas. La naturaleza es inseparable de la gracia, y lo carnal, en su misma densidad, es soporte del espíritu.

Cada cosa expresa a su modo la gloria divina de acuerdo con la palabra viva por el cual y en el cual Dios la trae a la existencia. La oración está en el corazón de todas las cosas; su misma existencia es alabanza ontológica, y hay un ocultamiento en la claridad de su testimonio. Porque como dice San Pablo en 1 Cor. 15:41: "Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra estrella en gloria." Es la palabra doxa la que se traduce aquí por "gloria".

El mundo es don y palabra de Dios, y todas las palabras que Dios nos envía están contenidas en la Palabra eterna, que es inseparable de la respiración que nos da la vida. "El Padre ha creado todas las cosas por el Hijo en el Espíritu Santo", escribió San Atanasio de Alejandría, "para que la Palabra las haga cobrar vida en el Espíritu Santo". En la misma existencia del mundo, en su racionalidad y en su belleza, la Trinidad se revela. A la Iglesia de los primeros siglos le gustaba comentar en este sentido Efesios 6:04: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos." Dios "por encima de todo", la fuente de toda la existencia - el Padre; Dios "a través de todos", como sostén e inteligencia - el Logos, Palabra, Sabiduría y razón del universo; Dios "en todo" - el Espíritu, dinamismo de plenitud y belleza.



Cómo descifrar el universo de una manera creadora

Le corresponde al hombre descifrar de manera creadora el "libro del mundo, este inmenso alogos logos, o palabra sin habla", como Orígenes define al mundo. En el Génesis Dios le pide a Adán "nombrar a los animales", un nombramiento que incluye todos los modos de conocimiento y expresión, desde la contemplación hasta el arte y la ciencia. El hombre es un microcosmos, una síntesis de toda la creación, y puede, por lo tanto, conocerla desde adentro; es el vínculo entre lo visible y lo invisible, entre lo carnal y lo espiritual. Pero el hombre es ante todo una persona, a imagen y semejanza de Dios. Como tal, trasciende el universo, no para dejarlo atrás, sino para contenerlo, para dar expresión a su alabanza y brillar en su interior por la gracia.

Nicholas Berdyaev, un gran filósofo de la religión ortodoxa de la primera mitad de nuestro siglo, escribió:. "La persona no es una parte y no puede ser una parte de un Todo cualquiera, aun si ese Todo fuese el universo entero (...) Sólo la persona es capaz de poseer un contenido universal, de ser, en su unicidad, un universo en potencia (...) ".

El hombre debe escuchar las palabras cósmicas que Dios le está pronunciando, y devolvérselas como una ofrenda después de haber marcado las cosas con su poder creador. Y cuando digo hombre, me refiero, por supuesto, al hombre en comunión, me refiero a la humanidad en su vocación como "Mesías cósmico y colectivo".

De este modo, el hombre es, para el universo, la esperanza para recibir la gracia y la santificación. Pero también trae consigo el riesgo del fracaso y la caída; es por eso que, desde que se apartó de Dios, sólo vemos las apariencias de las cosas, la "sombra que pasa", como dice Pablo, lo que está a disposición de nuestros sentidos, aquello a lo que se puede "hincar el diente", como dice significativamente el lenguaje popular. Bloqueando parcialmente el fulgor de la luz divina, condenamos al mundo a la muerte y dejamos que el caos lo supere.



La vocación a la transparencia


La cosmología es inseparable de la historia de la salvación. La teología ortodoxa, la espiritualidad y toda la experiencia del Cristianismo Oriental subrayan que la Caída, la ocultación de la condición del hombre en el paraíso, constituye una catástrofe verdaderamente cósmica. Pero se trata de una catástrofe que no es accesible a la ciencia, ya que tuvo lugar en otra dimensión de la realidad y la observación científica pertenece inevitablemente a las modalidades de nuestra existencia caída.

Dios no creó la muerte. Pero Él la ha utilizado en la etapa actual de la evolución, hasta el punto de encarnarse, con el objeto de aplastar la muerte espiritual, devolver al hombre su vocación de creador creado y restaurar el carácter sacramental de la materia.

Cristo, por la encarnación, la resurrección, la ascensión y el envío del Espíritu Santo, ha dado lugar a la potencial transfiguración del universo. (...)

Existencia personal Absoluta, el Señor como Persona divina, "Uno de la Santísima Trinidad", como nuestra Liturgia dice, no sólo se deja contener por el universo en un punto particular en el espacio y el tiempo, sino que, al realizar finalmente la vocación de la persona, contiene el universo oculto en Sí mismo. Él no quiere, como nosotros, tomar posesión del mundo; lo asume y lo ofrece en una actitud que es constantemente eucarística; que hace de él un cuerpo de unidad, lenguaje y carne de la comunión.

En él, la materia caída ya no impone sus limitaciones y determinismos; en él, el mundo, congelado por nuestra caída, se derrite en el fuego del espíritu y redescubre su vocación de transparencia. Y así tenemos los milagros del Evangelio; de ninguna manera son "maravillas" para impresionarnos, sino "señales", anticipaciones de la re-creación definitiva del mundo. Un mundo sin muerte a la vista, donde las cosas son presencias y los hombres, finalmente, son rostros. (...)



La metamorfosis del cosmos

Al mismo tiempo, esta transfiguración sigue siendo un secreto, oculto bajo el velo de los sacramentos por respeto a nuestra libertad. Aunque iluminado en Cristo, el mundo, sin embargo, permanece oscurecido por nosotros, fijado en su opacidad por nuestra propia opacidad espiritual, entregado a las fuerzas del caos por nuestro propio caos interior. "El desierto está creciendo", dijo Nietzche hace un siglo, hablando del corazón del hombre. Y hoy podemos ver que está creciendo en la naturaleza. (...)

La metamorfosis del cosmos requiere no sólo que Dios se haga hombre en Cristo, sino también que el hombre se convierta en Dios en el Espíritu Santo, es decir, debe volverse plenamente hombre, capaz de la mansedumbre de los fuertes y del amor que sabe cómo someterse a todo lo que vive, con el fin de hacerlo crecer. Cristo ha hecho a los hombres capaces de recibir el Espíritu, es decir, de colaborar con la venida cósmica del Reino.

En Cristo, en Su cuerpo divino-humano, en Su cuerpo divino-cósmico en el que el Espíritu sopla, la última etapa de la "cosmogénesis" ha comenzado, con sus trastornos y sus promesas. "El fuego oculto y reprimido bajo las cenizas de este mundo estallará y arderá divinamente en la corteza de la muerte", dijo San Gregorio de Nisa. Y sin duda esta conflagración final será una irrupción, una ruptura, pero el hombre debe prepararse barriendo las cenizas con el objeto de llevar la incadescencia secreta a la superficie del mundo.

Tal es, tal debe ser el papel de la Iglesia. Entre la primera y la segunda venida del Señor, allí está la Iglesia, cuya historia cósmica es la de dar a luz, dar a luz al universo como cuerpo glorioso de una humanidad deificada. La Iglesia es el útero en el que se está tejiendo el cuerpo universal del Hombre nuevo, es decir, de los hombres renovados.

Este tema de dar a luz atraviesa toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, desde Eva hasta la tierra "que mana leche y miel" (Éxodo 03:08), desde María al pie de la Cruz hasta la mujer "vestida de sol", "que estaba encinta, y gritaba con los dolores del parto, angustiada por el alumbramiento" (Ap. 12:02). En la Epístola a los Romanos, Pablo escribe: "Porque sabemos que toda la creación gime con dolores de parto ... hasta el tiempo de su regeneración ... con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios "(Romanos 8:20-22).




viernes, 4 de julio de 2014

Los grados de la oración

"Para los principiantes, la oración es como un fuego de alegría que sube desde el corazón; para los perfectos, como una luz perfumada y operante. O incluso, la oración es el anuncio de los apóstoles, operación de la fe o, más bien, fe no mediada, sustancia de las cosas que se esperan, amor permanente, movimiento angélico, potencia de los incorpóreos, obra y alegría de ellos, Evangelio de Dios, plena certeza del corazón, esperanza de la salvación, signo de purificación, símbolo de santidad, conocimiento de Dios, manifestación del bautismo, lavaje de purificación, signo del Espíritu Santo, regocijo de Jesús, alegría del alma, misericordia de Dios, signo de reconciliación, sello de Cristo, rayos del sol inteligible, estrella matutina de los corazones, garantía de cristianismo, manifestación de la reconciliación de Dios, gracia de Dios, sabiduría de Dios o, más bien, principio de la sabiduría misma, manifestación de Dios, obra de los monjes, modo de vivir de los hesicastas, causa de la hesiquía, contraseña de la vida angélica.

¿Y qué más diremos aún? La oración es Dios que obra todo y en todos, porque es una única operación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que todo obra en Cristo Jesús."

Gregorio el Sinaíta, "Utilísimos capítulos en acróstico"

Compartimos en esta oportunidad el registro de una de las enseñanzas del stárets rumano Cleopa Ilie, un testigo contemporáneo de la tradición hesicasta, sobre los diferentes grados de la oración interior y los estados espirituales concomitantes a la misma.




sábado, 19 de abril de 2014

Descenso y ascenso

Compartimos a continuación un pasaje más extenso de la antigua homilía por el Sábado Santo que aparecía citada en la entrada anterior. Este texto nos ha parecido notable no sólo por su belleza poética, sino también, y sobre todo, por su incontestable riqueza simbólica y su profundo contenido espiritual. 

Vemos aquí la actualización de un simbolismo universal presente en numerosas tradiciones espirituales: la muerte y el descenso a las regiones infernales, seguida por la resurrección y el ascenso a través de los Cielos para llegar hasta el lugar supraceleste del Espíritu. De estas dos fases, inversas y complementarias, podemos considerar que la primera es un presupuesto y preparación para la segunda, pero sólo desde el punto de vista correspondiente a un estado condicionado, no para la Persona divina. Cristo, en su misericordia infinita, desciende voluntariamente desde lo alto, como un hombre, para abrir las puertas del Infierno y retornar al seno del Padre con la naturaleza humana redimida. El descenso del Logos es concomitante con el ascenso del hombre, con su retorno del exilio en los estados inferiores del ser.

Sin embargo, si seguimos atentamente el relato, comprendemos que Adán ya no retornará a su condición originaria, es decir, a su estado primordial en el Paraíso, tras haber sido redimido del desgarramiento provocado en la caída, sino que será transformado y alcanzará una dignidad que no poseía de manera efectiva, aunque sí potencialmente, en el momento de su creación. Esto nos revela que el trágico descenso por la expulsión del Edén era una condición para su realización total, pues aquí logra la suprema identidad con el Logos y es conducido por el mismo hacia la plenitud de la gloria en el trono celeste, por encima de las jerarquías angélicas. Misteriosamente, comer del Árbol de la Vida implicaba haber probado los frutos del Árbol del Conocimiento, es decir, pasar a través de la "imagen", del icono, según la terminología utilizada en la homilía, para alcanzar el Arquetipo divino.

"¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. «La tierra temió sobrecogida» porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios en la carne ha muerto y el Abismo ha despertado.
Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte». El, que es al mismo tiempo Hijo de Dios, hijo de Eva, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.
El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: Mi Señor esté con todos. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: Y con tu espíritu. Y tomándolo por la mano le añade: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz».
Yo soy tu Dios que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo: tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: Salid; y a los que se encuentran en las tinieblas: iluminaos; y a los que dormís: levantaos.
A ti te mando: «despierta tú que duermes», pues no te creé para que permanezcas cautivo en el Abismo; «levántate de entre los muertos», pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.
Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al Abismo; por ti me he hecho hombre, «semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos»; por ti que fuiste expulsado del huerto he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar de acuerdo con mi imagen tu imagen deformada.
Contempla los azotes en mis espaldas que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados que habían sido cargados sobre tu espalda. Contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero; por ti los he aceptado, que maliciosamente extendiste una mano al árbol.
Dormí en la cruz y la lanza atravesó mi costado por ti, que en el paraíso dormiste y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del costado. Mi sueño te saca del sueño del Abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.
Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.
El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y las moradas, los tesoros abiertos y el reino de los cielos que existe antes de los siglos está preparado."*

De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 439. 451. 462-463)

* El texto fue tomado del website del Vaticano. 



viernes, 18 de abril de 2014

Descensus ad Inferos

"Entre sus carismas, el Oriente joaneo, tan sensible a la resurrección, lo es también al tema del infierno, conclusión clara que se extrae de la tradición litúrgica e iconográfica. Este tema ya ha sido tratado por san Pablo de forma sintética y sobrecogedora en Efesios 4, 9-10: «¿Qué significa eso de 'ha subido' sino que primero bajó a esas partes bajas de la tierra? Y el mismo que bajó es el que ha subido sobre todos los cielos para llenarlo todo». Vemos la sorprendente amplitud del initerario: kata, ana, abajo, arriba, los dos extremos del camino del Cordero alado; el descenso al punto más bajo, el infierno, y la ascensión al punto más alto, el cielo. El Oriente se detiene maravillado contemplando «la altura y la profundidad» del misterio de la salvación, viendo en él las dimensiones de la caridad de Cristo y su mensaje triunfal: «Subiendo a las alturas, llevó cautiva la cautividad» (Ef 4, 8).

Dejemos la palabra a Epifanio en su magnífica homilía para el Sábado Santo: «¿Qué es esto? Un gran silencio reina hoy sobre la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra ha temblado y ya se ha calmado, porque Dios se ha dormido en la carne y ha ido a despertar a los que  dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y los infiernos se han estremecido. Dios se ha dormido por poco tiempo y ha despertado del sueño a aquellos que habitaban los infiernos...»

Él va a buscar a Adán, nuestro primer padre, la oveja perdida. Quiere ir a visitar a todos los que moran en las tinieblas y en las sombras de la muerte... Descendamos, pues con Él para ver la alianza entre Dios y los hombres...; allí se encuentra Adán, Noé, Abraham, Moisés, Daniel, Jeremías y Jonás... Y entre los profetas, hay uno que exclama: «Desde el vientre del infierno, ¡oye mis súplicas, escucha mis gritos!» , y otro: «Desde las profundidades te grito, Señor, Señor, oye mi voz», y otro más «¡Haz brillar tu rostro, y estaremos salvados»...

Adán, cautivo más profundamente que todos los otros..., habló así: «¡Oigo los pasos de alguien que viene hacia nosotros!» Y mientras hablaba, el Señor entró, sosteniendo las armas victoriosas de  la cruz. Lleno de estupor, Adán gritó a los otros: «¡Mi Señor esté con todos vosotros!» Y Cristo respondió a Adán: «Y con tu espíritu...» «Levántate de entre los muertos. Yo soy tu Dios, y por ti, me he hecho tu hijo... Levántate, y vayámosnos de aquí, pues tú estás en mí y yo estoy en ti, nosotros dos formamos una persona única e indivisble... Levantaos, salgamos de aquí y vayamos del dolor a la alegría... Mi Padre celeste espera la oveja perdida..., la sala de las bodas está preparada, las tiendas eternas se han levantado..., ese Reino de los cielos que existía antes de todos los siglos os espera...» 

En el silencio del Viernes no se celebra la eucaristía, pues Cristo está en los infiernos. Para la tierra, es el día del dolor, el oficio del entierro y los llantos de la Theotókos, pero en los infiernos el Viernes Santo ya es Pascua, su poder disipa las tinieblas en el corazón del Reino de la muerte."

Paul Evdokimov, "El arte del icono. Teología de la Belleza."






sábado, 5 de abril de 2014

El Centro

"Como en el centro se observa absolutamente indivisa la posición de las líneas rectas que emanan de Él, así el que ha sido hecho digno de ser en Dios entenderá preexistentes en Él todas las razones de las criaturas, con un conocimiento simple e indiviso."

San Máximo el Confesor



martes, 21 de enero de 2014

El Increado se inclina ante las criaturas

Oración de San Sofronio, Patriarca de Jerusalén, pronunciada en la Gran Bendición de las Aguas durante la Víspera de la Fiesta de la Epifanía:


"Oh Trinidad que estás sobre todos los seres por tu excelencia y tu divinidad suprema, Omnipotente que todo lo ves, Invisible que nadie puede retener, Creador de seres espirituales y dotados de razón, Pura esencia de bien, Luz inaccesible que, al venir al mundo, iluminas a todo hombre; ilumina también a este servidor indigno. Ilumina los ojos de mi inteligencia, para que pueda celebrar tus beneficencias y tu poder infinitos. Admite mi oración por el pueblo aquí presente; que mis faltas no impidan la venida de tu Santo Espiritu; concédeme, más bien, el poder, sin ser condenado, exclamarte y decirte también ahora, Bondad suprema: Te glorificamos, Señor que amas al hombre, todopoderoso, Rey desde antes de los siglos. Te glorificamos, Autor de toda creatura. Te glorificamos, Hijo unigénito de Dios que sin padre una Madre te concibió y que sin madre del Padre fuiste engendrado. En las pasadas fiestas, te hemos visto como niño; en la presente contemplamos tu perfección, como el Perfecto, nacido del Perfecto, al manifestarse nuestro Dios. Porque este día es para nosotros de fiesta: los coros de los santos se congregan con nosotros, los ángeles se unen a la festividad humana. Hoy la gracia del Espíritu Santo, en forma de paloma desciende sobre las aguas. Hoy el sol sin ocaso ha salido, y el mundo es iluminado por la luz del Señor. Hoy la luna clarea también al mundo con su resplandor. Hoy los astros luminosos embellecen el universo al relumbrar con sus luces. Hoy las nubes destilan desde el cielo un rocío de justicia por la humanidad. Hoy el Increado ve cómo su propia creatura le impone las manos. Hoy el profeta y Precursor viene hasta el Soberano, mas se acerca temblando, al ver a Dios abajado hasta nosotros. Hoy las corrientes del Jordán adquieren la virtud de sanar por la presencia del Señor. Hoy una mística corriente da de beber a toda la creación. Hoy las faltas de los humanos son lavadas por las aguas del Jordán. Hoy el paraíso se abre a los hombres, y el sol de justicia expande sobre nosotros su claridad. Hoy el agua amarga, como en tiempos de Moisés, es cambiada para el pueblo por la presencia del Señor. Hoy ponemos fin a la antigua lamentación y somos salvados, como nuevo Israel. Hoy somos librados de las tineblas para resplandecer con claridad por el conocimiento de Dios. Hoy la tristeza del mundo es disipada por la epifanía de nuestro Dios. Hoy la creación entera es iluminada como lámpara encendida desde el cielo. Hoy el error fue abolido, y la llegada del Maestro nos señala el camino de la salvación. Hoy es fiesta tanto en lo Alto como aquí abajo, los seres de este bajo mundo se encuentran con los de las alturas. Hoy los verdaderos creyentes elevan sus voces gozosas por la santa festividad. Hoy el Maestro se apresura hacia el bautismo para elevar a la humanidad. Hoy el Inmutable se inclina ante un siervo para librarnos de la servidumbre. Hoy hemos adquirido el Reino de los Cielos, el Reino del Señor que no tendrá fin. Hoy la tierra y el mar participan del gozo del mundo, un mundo lleno de alegría. Las aguas vivas te vieron, oh Dios, las aguas te vieron y te temieron. El Jordán retrocede, al ver descender el fuego de la divinidad en un cuerpo, y venirse hasta él. El Jordán retrocede, al ver al Espíritu Santo descender en forma de paloma y volar en torno a ti. El Jordán retrocede, y las montañas brincan al ver a Dios en la carne. Los nubarrones hicieron oír su voz, se maravillaron porque has venido. Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero. En este día de fiesta vemos en el Jordán al Señor destrozar las cadenas del infierno, el aguijón del error, la muerte que la desobediencia nos valió, y dar al mundo el Bautismo de la salvación. Es por eso que, yo también, aunque pecador e indigno siervo, después de haber recordado tus maravillas y tus hazañas, conmovido de temor y lleno de compunción, exclamo:

Grande eres, Señor, tus obras son admirables, y ninguna palabra basta para cantar tus maravillas. [Tres veces]

Eres tú el que llevaste todas las cosas del no ser a la existencia; por tu Poder sostienes al universo, por tu Providencia diriges al mundo. De cuatro elementos hiciste la creación, de cuatro estaciones coronas el año. Tiemblan ante ti, las Celestes Potencias Espirituales; a ti te canta el sol, a ti la luna glorifica; contigo se entretienen los astros, a ti la luz obedece; ante ti se mecen los océanos y las fuentes son tus siervas. Despliegas el cielo como una tienda, afirmas la tierra sobre las aguas; al mar rodeas de arena, y al aire lo esparces para que se lo respire. Las potencias angélicas te sirven en el cielo, los coros de los arcángeles se postran ante ti; los querubines de muchos ojos y los serafines de seis alas que te rodean y vuelan en torno a tu majestad, se cubren el rostro de temor ante tu gloria inaccesible. Tú, Dios que ningún espacio te limita, tú, el Dios inefable y sin comienzo, viniste a la tierra tomando forma de esclavo y semblanza de hombre; porque no pudiste soportar, Señor, en la ternura de tu corazón, el ver al género humano bajo la tiranía del demonio, sino que viniste y nos salvaste. Confesamos tu gracia, proclamamos tu amor, sin ocultar tus beneficios. Liberaste nuestra natura desde que germinaste, por la natividad, el seno viriginal santifiste; toda la creación te canta desde que apareciste. Porque tú eres nuestro Dios, te mostraste en la Tierra y hablaste con los hombres. Eres también tú, que santificas las aguas del Jordán, enviando del Cielo al Espíritu Santo; y aplastando la cabeza de los dragones que en las aguas se ocultaban.

Tú, pues, que amas a los hombres y eres Rey nuestro, ven ahora también por la efusión de tu Santo Espíritu y santifica esta agua. [Tres veces]"

Y dale la misma bendición y virtud redentora que la del Jordán. Hazla una fuente de inmortalidad, un tesoro de santificación, para el perdón de los pecados, la curación de las enfermedades y la derrota del diablo. ¡Que ella sea inaccesible a las potencias enemigas y rebose de angélico poder!, para que todos los que la utilicen y beban encuentren en ella la purificación de su alma y cuerpo, remedio a sus pasiones, santificación de su casa y toda clase de provecho. Porque tú eres nuestro Dios, el que por el agua y el Espíritu renueva nuestra naturaleza envejecida por el pecado. Tú eres nuestro Dios, que por el mar hiciste pasar de la esclavitud del Faraón a la libertad, bajo la guía de Moisés, a la Nación de los Hebreos; Tú eres nuestro Dios, que hendiste la roca en el desierto, al punto que las aguas corrieron en torrentes para dar de beber a tu pueblo sediento. Este es nuestro Dios, que por el agua y el fuego hizo que Elías hiciera retornar a Israel del error de Baal.

Tú mismo, Señor, también a la presente, santifica este agua por el Espíritu Santo. [Tres veces]"

Y concédele a todos los que la utilicen, ya por aspersión o por beberla, la santifiación, bendición, purifación y salud.

Salva, Señor, a tus servidores, los cristianos fieles y ortodoxos. [Tres veces]"