"El
olvido del carácter ontológico de los Nombres divinos, la ausencia de
experiencia de ellos en la oración y en la celebración de los
sacramentos ha vaciado la vida de muchos creyentes. Para ellos, la
oración e incluso los mismos sacramentos pierden su realidad eterna."
Archimandrita Sophrony
La
doctrina de los Nombres Divinos, presente a lo largo de los siglos en
la tradición cristiana, pero con numerosas correspondencias en otras
formas tradicionales, ha sido muchas veces incomprendida, e incluso
rechazada, en las bases fundamentales de su dimensión interior. Las
malinterpretaciones de esta enseñanza son, en buena medida, producto del
obtuso racionalismo promovido por ciertas corrientes de la teología
academicista moderna. Sin embargo, otros errores y desviaciones, es
menester reconocerlo, se han constatado en diferentes momentos de la
historia.
En el texto cuya traducción presentamos en esta entrada,
los autores concentran sus esfuerzos en demostrar la perfecta ortodoxia
de dicha doctrina y resaltan su continuidad con una transmisión
sapiencial vinculada al tronco mismo de la tradición abrahámica. Esto es
motivado, principalmente, por una lamentable controversia suscitada en
el seno de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los comienzos del siglo XX a raíz
de la supuesta herejía de los llamados "adoradores del Nombre". Por un
lado, estaban los opositores más radicales a toda glorificación de los
Nombres, cuyo punto de vista, por analogía con el arte tradicional,
podríamos denominar "iconoclasta", pues comprendían estos elementos de la religión sólo desde un aspecto volitivo y terreno y veían en los Nombres Divinos un medio puramente humano e
instrumental para representar el movimiento del alma hacia Dios y el
modo de expresión alegórico relativo a la naturaleza divina en el que se
asienta la teología afirmativa. En el otro extremo se situaban los
"adoradores del Nombre" propiamente dichos, quienes defendían
legítimamente la presencia de Dios en la invocación de los Nombres,
pero, desgraciadamente, en algunos casos posiblemente minoritarios, no
estuvieron exentos de excesos y desviaciones, pues llegaron al extremo de
atribuirle al Nombre un poder divino esencial y por naturaleza, es
decir, identificaron y confundieron de un modo sustancialista los
Nombres expresados humanamente con la Esencia divina en su absolutidad
innominable. Ambas posiciones son igualmente incorrectas. En 1912 el
Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa condenó expresamente los
errores derivados de la "adoración del Nombre", pero esta discusión,
como bien han advertido algunos teólogos contemporáneos de renombre,
está lejos de haber concluido, pues nunca hubo una posición oficial
definida respecto a la doctrina auténtica. Aún hoy, algunos
racionalistas que se oponen a la glorificación de los Nombres siguen
escudándose en este Sínodo para defender su posición, que es, desde todo
punto de vista, completamente antitradicional.
Afirmar, como hicieron algunos santos, que "el Nombre de Dios es Dios mismo",
es una expresión fuerte, y hasta podría sonar impía si estas palabras
no se interpretan correctamente. Como podemos ver, es un tema complejo y
sutil, y sus fundamentos teóricos están vinculados indisociablemente a
ciertos medios y posibilidades de realización espiritual. La mejor forma
de abordarlo y de superar toda posible controversia es tomar como punto
de partida la distinción tradicional entre la Esencia Divina, que
permanece absolutamente inaccesible e incognoscible en su Misterio
abismal, y las Energías increadas, es decir, los Actos u Operaciones divinos a través de los cuales Deidad Oculta se autorevela en su interior y se
manifiesta "exteriormente" para hacerse conocida a través de la impronta creatural de las Razones de los seres contenidas eternamente en el Logos. En relación a esto, San Juan Damasceno afirma:
"La emanación o energía divina es una, simple e indivisible; aunque se diversifica en los seres divisibles, para bien de ellos, acordando a cada uno los elementos constitutivos de su naturaleza, siempre se mantiene simple, pues se multiplica en los divisibles indivisiblemente, denominándolos y reuniéndoles en su propia simplicidad". [1]
Estas
Energías increadas que dan forma y actúan sobre la totalidad de la
Existencia y se manifiestan como un don gratuito para cada hombre en
el modo más apropiado a su naturaleza y según la medida de su
purificación interior, revelan los diferentes Atributos divinos en su
multitud inconmensurable, es decir, constituyen el aspecto increado e
inexpresable de los Nombres de Dios en cuanto participaciones
indivisibles de Su Emanación primordial y como Arquetipos eternos
esencializadores de las criaturas preexistentes en Él. En el polo
opuesto, en forma análoga a la materia sobre la que un iconógrafo plasma
su obra de acuerdo a las modelos celestes revelados por el Iconógrafo
divino, el aspecto creatural de los Nombres, es decir, las palabras
susceptibles de ser expresadas en el lenguaje humano que han sido
preservadas por la Tradición, conforman el soporte terreno para la
elevación del intelecto y el descenso concordante de la Luz increada que
posibilita el conocimiento y la participación plena en las realidades
espirituales comunicadas inexpresablemente en el lenguaje divino. Para
respaldar lo que aquí decimos, traemos a colación el testimonio y la
enseñanza del Archimandrita Sophrony, un maestro y padre espiritual del
siglo XX, sabio transmisor de la espiritualidad hesicasta. Aquí,
hablando sobre la práctica de la "oración del corazón", explica cómo
debe comprenderse este doble aspecto, creado e increado, del Santo
Nombre de Jesus:
"El Nombre de Jesús, como portador del conocimiento y como energía de Dios, está en relación con el mundo; además, en cuanto Nombre propio, está ontológicamente vinculado a la hipóstasis que nombra. Este Nombre es, pues, una realidad espiritual. Su sonido puede indentifcarse con el nombrado, pero no necesariamente. Su dimensión fonética ha sido otorgada a muchos mortales, pero cuando oramos damos a este Nombre otro contenido y lo proferimos con otra actitud espiriutal. Es un puente entre nosotros y la persona del Señor, es un canal por que el que recibimos la fuerza divina. Procedente del Dios Santo, es él mismo santo y nos santifica a través de su invocación. Con este Nombre y gracias a él, la oración recibe una cierta tangibilidad: este Nombre nos une a Dios. En este Nombre, en Cristo, Dios está presente como en un receptáculo, como en un vaso precioso lleno de perfume. A través de él, el Trascendente llega a ser inmanente de una manera perceptible. Siendo energía divina, procede de la Esencia divina y es en sí misma divina.
(...) Después de la venida de Cristo, todos los Nombres divinos se nos abren en su significación más profunda. Deberíamos también temblar -como sucede a muchos ascetas con los que tuve ocasión de vivir- al pronunciar el santo Nombre de Jesús. Es atrevido por mi parte afirmar que yo mismo he podido ser un testimonio viviente de que, invocando este Nombre adecuadamente, todo nuestro ser se llena de la presencia del Dios eterno; su invocación transporta nuestra mente a otras esferas; nos dota de una peculiar energía de una nueva vida. La Luz divina, de la que no es fácil hablar, se hace presente con este Nombre." [2]
Por lo tanto, la invocación y glorificación de los Nombres -especialmente, para los cristianos, del "Nombre que está sobre todo Nombre",
el origen y consumación de todos Ellos- es la vía iluminativa del
"recuerdo de Dios", el camino ascendente que conduce a la adquisición
gradual de la "estatura de la plenitud de Cristo", del "Hombre Perfecto"
(Efesios 4:13), del Hombre-Dios, cuyo Nombre santo comprende
sintéticamente la totalidad de los Atributos divinos.
Notas:
[1] Basilio Tatakis, "Filosofía Bizantina", ed. Sudamericana, 1952.
[2] Archimandrita Sophrony, "Ver a Dios como Él es", ed. Sígueme, 2002.
[1] Basilio Tatakis, "Filosofía Bizantina", ed. Sudamericana, 1952.
[2] Archimandrita Sophrony, "Ver a Dios como Él es", ed. Sígueme, 2002.
El Nombre ilimitado
Por el Metropolita Ephraim de Boston, el Obispo Gregory de Brookline y Thomas Deretich (HOCNA)
Por la noción "Nombre de Dios", los cristianos ortodoxos queremos decir dos cosas: 1) Nos referimos a la Verdad revelada acerca de Dios y 2), en otro sentido, nos referimos también a las palabras humanas y creadas por las cuales esta Verdad revelada se expresa. La Verdad eterna y revelada acerca de Dios existe y siempre existirá, ya sea que la expresemos en nuestro lenguaje humano o no. Esto es lo que nuestro Salvador nos da a entender cuando, en el Evangelio de San Juan, Él les dice a los Judios:
"Pero ahora quieren matarme a mí, al Hombre que les dice la Verdad que ha oído de Dios." (Juan 8:40)
¡Nadie en su sano juicio podría afirmar que la Verdad que Dios Hijo escuchó de Dios Padre fue comunicada con palabras humanas! La comunicación en la Santísima Trinidad es totalmente inefable. Sin embargo, es esta misma Verdad, la Verdad increada e inefable de Dios, la que nuestro Salvador, cuando se hizo hombre por nosotros, nos reveló en el lenguaje humano. Esta es también la misma Verdad divina con la que el Espíritu Santo iluminó a los Apóstoles el día de Pentecostés, de acuerdo con la promesa de nuestro Salvador:
"Cuando Él, el Espíritu de la Verdad, venga, los guiará a toda la Verdad: porque no hablará por Sí mismo, sino que dirá de todo lo que oiga" (Juan 16:13)
Una
vez más, la Verdad que el Espíritu Santo hablará, y a la que guiará a
los discípulos de Cristo, es una Verdad inefable y divina, que Él ha
recibido del Hijo. Sin embargo, ¡esta es la misma verdad que el Espíritu
mostró a los Apóstoles y que ellos predicaron con palabras humanas en
todo el mundo conocido!
Estos ejemplos ilustran claramente los dos
aspectos de la revelación de Dios y la distinción que hay entre ellos:
la Verdad increada y eterna de la revelación de Dios, y las palabras y
conceptos humanos creados con los que esta revelación es articulada con
el objeto de hacerla accesible a la mente humana. Y esta es la misma
distinción que existe entre el Nombre increado de Dios, es decir, la
Verdad eterna relativa a Dios, y los nombres creados de Dios, o sea, las
palabras y los conceptos humanos que la Iglesia nos ha enseñado a
utilizar con el fin expresar la Verdad eterna acerca de Dios.
Es
exclusivamente en el primer sentido, es decir, en el sentido de la
Verdad increada acerca de Dios, que decimos que el Nombre de Dios es una
Energía de Dios, porque toda revelación de Dios acerca de Sí mismo,
cada Verdad relativa Dios, es Su propia Energía. Es en el último
sentido, esto es, en términos del lenguaje humano, que los nombres de
Dios son a la vez creados y temporales, son parte de este mundo y,
ciertamente, no son una Energía de Dios.
El destacado profesor
ruso y autor de libros sobre teología ortodoxa, Serge Verhovskoy,
discute estos dos aspectos del Nombre de Dios, en su libro "Dios y el
hombre":
"Una forma particular de la revelación de Dios es, para decirlo brevemente, la revelación de Dios en los Nombres Divinos. Un Nombre de Dios, en cuanto palabra humana, es, por supuesto, creado. (Es, por lo tanto, posible usarlo sin sentido alguno o "en vano." La identificación de un Nombre de Dios, en cuanto palabra [creada], con Dios mismo es una herejía que fue condenada por el Santo Sínodo de Rusia en el siglo XX.) Pero Dios mismo puede morar y actuar en él.
"El aspecto Divino de un Nombre de Dios es, por así decirlo, una Divina "autodefinición" o un pensamiento de Dios acerca de Sí mismo. La presencia de un principio divino en los Nombres Divinos se desprende de toda la actitud del Antiguo Testamento hacia Ellos. El Nombre de Dios es Santo, y Dios se santifica a Sí mismo en Su Nombre (Lev 22:32). Los hombres pueden ofender el Nombre de Dios por sus pecados (Am 2: 7). Dios actúa por el bien de su Nombre (Ez 39:7, 25) El Nombre de Dios es uno, grande y eterno, como lo es Dios mismo (Sal 9:2, 134:13, Zach 14: 9). Dios actúa a través de su Nombre (Sal 53:1). Si no hubiera nada divino en el Nombre de Dios, ¿cómo sería posible para nosotros bendecirlo, alabarlo y amarlo, adorarlo y servirlo, regocijarnos en él y ser perseguidos por su causa? Finalmente, es notable que Dios nos revele Sus Nombres (por ejemplo, Ex 3. 13-14, 6, 3). De esto se deduce que Ellos expresan la auténtica realidad divina.
"Dios, en Sus Nombres, está cerca del hombre (Salmo 75:1). La presencia de Dios es equivalente a la presencia del Nombre de Dios. El Nombre de Dios habita en toda la tierra y especialmente en Tierra Santa, en Israel, en Jerusalén, en el templo y en los individuos. Los Judios quisieron dar a sus hijos nombres en los cuales había un Nombre Divino (Ismael, Juan, Joaquín, Jesús, etc)
"Hay alrededor de cien Nombres Divinos en el Antiguo Testamento. Cada uno de ellos tiene su propio significado. Es posible incluir en ellos toda la teología del Antiguo Testamento. El Nombre Divino es "maravilloso" (Jue 13:. 17-18); es el "recuerdo de Dios" (Ex 03:15). Dios revela su Nombre a fin de que los hombres le conozcan (Ex 6: 3, 33:19; Jer 23:6). "
Más adelante, escribe:
"Él se nos revela en los Nombres Divinos, en las perfecciones y las acciones [es decir, Energías], que nos hacen conocer algo, no sólo sobre el Creador y la Providencia, sino también sobre Dios en Sí mismo, ... Él se manifiesta como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, como Unidad, Vida, Esencia, Bondad, Verdad, Belleza, Santidad, Amor, y como muchos otros atributos [es decir, Gracias y Nombres] que realmente le pertenecen, aunque de una manera distinta a la que somos capaces de imaginar."
El conocido jerarca griego, Metropolita Hierotheos Vlachos, concuerda y escribe:
"El nombre de Dios es la Energía de Dios. Es conocido por nuestra teología ortodoxa que Dios tiene Esencia y Energía. Incluso las cosas creadas tienen esencia y energía; el sol, por ejemplo, es un cuerpo celeste y emite su luz y su fuego es algo que se quema y emite energía, es decir, calor y luz. Pero Dios, puesto que Él es increado, es a la vez la Esencia increada y Energía increada; con respecto a Su Esencia, Dios es sin nombre y está más allá de todo nombre, pero con respecto a Sus energías, Él tiene muchos Nombres.
"Cada vez que Dios se reveló a los hombres, Él reveló una de Sus Energías, tales como Amor, Paz, Justicia o Filantropía. De esta manera Él entra en comunión con los hombres. Por esta razón también digo que los Nombres de Dios son Sus Energías. Cada vez que, en verdad, alguien menciona el Nombre de Dios con compunción, humildad, arrepentimiento, fe, etc, recibe conocimiento y experiencia de la Energía de Dios."
En Su Esencia,
Dios es incognoscible y no puede ser comprendido o descripto por ninguna
criatura. Su Esencia no tiene nombre, ninguno puede ser aplicado a la
Esencia inefable.
Pero en Sus Energías, en Su Poder y Gloria, en
Su Divina Gracia y Revelación, Dios se revela y se hace conocido en la
medida en que el hombre es capaz de comprenderlo. He aquí lo que el
Metropolita Filaret de Chernigov, un prominente teólogo de la Iglesia
Rusa en el siglo XIX, dice con respecto al Nombre de Dios:
"El Nombre de Dios es el ser de Dios en el aspecto en que puede hacerse conocido."
(...)
Algunas
herejías antiguas (por ejemplo, los eunomianos) no reconocieron la
Divinidad de Cristo, pero sí afirmaron conocer la Esencia de Dios y, por
lo tanto, le atribuyeron a la misma etiquetas hechas por el hombre. No
obstante, los eunomianos fueron decididamente condenados por los Santos
Padres y los Santos Concilios de la Iglesia.
Pero, contrariamente a
lo que algunos afirman hoy, el Eunomianismo no es lo que nuestros
santos, o los escritores de la Iglesia antes mencionados, enseñan. Nadie
-absolutamente nadie- conoce la Esencia de Dios, ni nadie puede
atribuir un nombre a esa Esencia.
A continuación, se citan varios
textos bíblicos y patrísticos que confirman la enseñanza cristiana
ortodoxa sobre el Nombre de Dios:
El Pastor de Hermas, un antiguo documento cristiano (c. 150 dC), dice: "El Nombre del Hijo de Dios es grande e ilimitado, y sostiene el universo entero". Los cristianos ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo- es "ilimitada y sostiene el universo entero". Por lo tanto, está claro que aquí, el Pastor de Hermas equipara la gracia de Dios con el Nombre ilimitado del Hijo de Dios.
San Clemente de Roma hace lo mismo, cuando nos dice: "Fue
por medio de Jesucristo, que Él nos ha llamado 'de las tinieblas a la
luz ', de la ignorancia al reconocimiento de Su glorioso Nombre.
[Concédenos, Señor], que podamos poner la esperanza en Tu Nombre, que es
el origen de toda la creación". Una vez más, los cristianos
ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo-
es "el origen de toda la creación". Es obvio, pues, que aquí San
Clemente de Roma también identifica el "glorioso Nombre" con la Gracia
de Dios.
San Cirilo de Alejandría hace exactamente la misma identificación cuando nos instruye:
"[Cristo] dice que sus discípulos deben mantenerse en el Nombre del Padre, es decir, en la Gloria y el Poder de Su Deidad."
El Salmo 19: 1 también identifica el Nombre con el Poder de Dios:
"El Señor te escuche en el día de la aflicción;
que el Nombre del Dios de Jacob te defienda ".
El Salmo 101: 15 nos dice exactamente lo mismo:
"Y las naciones temerán tu Nombre, oh Señor,
Y todos los reyes de la tierra se rendirán ante Tu Gloria ".
Aquí, de nuevo, vemos esta identidad de "Nombre" y "Gloria".
El Salmo 71:17 dice que Su nombre es "anterior al sol", es decir, anterior a la creación:
"Sea Su Nombre bendito por los siglos;
Anterior al sol, que Su Nombre persista".
El
Synodicon de la Ortodoxia identifica la Gloria de Dios con Dios mismo,
cuando se nos dice que esta Gracia, o Energía, o Luz, o Gloria y Poder, o
Revelación, "emana inseparablemente de la Esencia de Dios", aunque es distinta de la Esencia . Es decir, esta Energía Divina, esta "Gloria y el Poder de Su Deidad" es Dios mismo.
San Gregorio Palamas afirma: "Cada Poder o Energía [de Dios] es Dios mismo." Este "Poder o Energía", que es Dios mismo, es "ilimitado" y "anterior a la creación".
En "La Guía", San Anastasio el Sinaíta expone el siguiente discurso:
"Pregunta: ¿La denominación "Dios" se refiere a la Esencia, a la Persona o a la Energía, es un símbolo o una metáfora?
"Respuesta: Está claro que [la denominación] "Dios" se refiere a la Energía. No representa a la Esencia misma de Dios, porque es imposible conocerla, sino que representa y revela Su Energía que puede ser contemplada".
El
más grande Consejo hesicasta, el Concilio de Constantinopla de 1351,
confirmó esta enseñanza en su extenso decreto dogmático, llamado Tomo
Sinodal, al afirmar que la Energía de Dios "es llamada 'Deidad' por los santos".
El Consejo también citó con aprobación la enseñanza de San Anastasio de
que el nombre "Dios" se aplica a la Energía divina. San Gregorio
Palamas firmó el Tomo del Concilio de 1351, y este Concilio también
ratificó su Confesión escrita de la Fe Ortodoxa.
En sus escritos,
San Gregorio Palamas se refiere tanto al Nombre increado de Dios (que es
la Energía de Dios y por lo tanto Dios mismo) como a las palabras
creadas (que no son una Energía de Dios), en las cuales, sin embargo,
Dios mismo habita. En su Homilía 53, por la Entrada de la Madre de Dios
en el Santo de los Santos, San Gregorio Palamas afirma que el Santo de
los Santos era "el lugar asignado solamente a Dios, es decir, el que
fue consagrado como Su morada, y donde Él dio audiencia a Moisés, Aarón
y a aquellos de sus sucesores que fueron igualmente dignos". San Gregorio Palamas afirma también, un párrafo antes en la misma homilía, que el Santo de los Santos fue "la morada, como David lo llama, del Santo Nombre" (Salmo 74: 7). La Gloria y Energía increada de Dios es llamada, por el Profeta David, como "Nombre" de Dios. El Santo de los Santos era la morada del "Santo Nombre" increado, que es lo mismo que "solamente Dios", según San Gregorio Palamas. En su "Confesión de la Fe Ortodoxa",
San Gregorio Palamas también se refiere a la habitación de Dios en las
palabras creadas de las Sagradas Escrituras, del mismo modo en que Él
mora en los santos, los iconos, y la Cruz: "veneramos la forma
benéfica de la honorable Cruz , los templos y lugares gloriosos y las
Escrituras dadas por Dios, por el Dios que mora en ellos". Por lo
tanto, según San Gregorio Palamas, Dios mora en las palabras santas
(creadas), pero el "Nombre" (increado) de Dios (Sal 73:7) es "solamente
Dios".
San Juan de Kronstadt está de acuerdo con los textos escriturales y patrísticos anteriores: "su Nombre es Él [Dios] mismo" y "El Nombre de Dios es Dios mismo."
El
Nombre de Dios, por lo tanto, debe entenderse de dos sentidos: 1) en su
sentido divino y eterno, cuando se trata de una Energía de Dios; y 2)
en su sentido humano y creado, cuando, ciertamente, no es una Energía de
Dios.
En conclusión, vemos, por lo tanto, que, desde muchas
fuentes, antiguas y nuevas, la voz de la Iglesia sigue resonando
claramente en este tema.
Fuente: http://www.thewonderfulname.info/
Fuente: http://www.thewonderfulname.info/
Querido V.,
ResponderEliminarme gustaría dejarte aquí este pasaje que pertenece a la obra de Ibn 'Arabî titulada "La develación del significado sobre el secreto de los más bellos Nombres de Dios" en la que, como sabes, el Sayj comenta uno a uno los noventa y nueve nombres de Dios de la tradición islámica (como el propio Ibn 'Arabî explica, son estos "los nombres de los Nombres primordiales con los que la divina Realidad -Enaltecido sea- Se ha referido a Sí mismo en tanto que Hablante en la revelación"). Los comentarios a los nombres están hechos desde el triple aspecto (dependencia, realización y adopción) de la relación de cada uno de ellos con el fiel, quien está llamado a "aniquilarse en su significado". Tras hablar de los nombres que hacen referencia al aspecto de Dios como Creador, comenta acerca del nombre Al-Gaffar (El que cubre con un velo, el protector, el dispensador):
"Al-Gaffar es, con respecto a la existenciación de las criaturas y de los hombres en particular, el nombre por el medio del cual Dios los ha protegido para que sus vidas y sus entitades (ayan) individuales no fueran aniquiladas por los gloriosos resplandores de Su Faz. Luego hizo descender* sobre todos y cada uno de ellos un velo protector que su existencia del daño resguarda."
*(sobre el verbo empleado en esta frase, "anzala", comenta el traductor en una nota al pie, que significa "hacer bajar" pero también "revelar" es decir, "hacer que descienda la revelación.")
Y en otra nota al pie a este comentario, el traductor cita un pasaje bellísimo que pertenece al capítulo III de "Contemplaciones" de Ibn 'Arabî, donde éste hace una "alusión a la tradición profética según la cual Dios tiene setenta velos de luz". Al leerlo me hizo pensar en todo lo que aquí explicas y no añado más a su excelsa elocuencia. :-) Dice:
"Dios me hizo contemplar la luz de los velos y la aparición de la estrella de la confirmación y me dijo: "¿Sabes con cuántos velos te he velado?". "No" -respondí.
Dijo: "Con setenta velos. Aunque los levantes no Me verás, y si no los levantas, no Me verás".
Luego me dijo: "Si los levantas Me verás y si no los levantas Me verás". Luego me dijo: "¡Ten cuidado de abrasarte!" Luego me dijo: "Tú eres Mi vista, ten confianza. Tú eres Mi faz, así que cúbrete".
Luego me dijo: "Retira todos los velos de Mí, descúbreme -ya que te he dado licencia para ello-, y en los tesoros de lo oculto guárdame, de modo que no Me vea otro que Yo, y a la gente a verme invita. Encontrarás detrás de cada velo lo que encontró el Bienamado."
Muchas gracias por compartir tus meditaciones, tan esclarecedoras, sobre un tema tan complejo y tan esencial. :-)
Un abrazo muy, muy fuerte.
Querida Abubilla: muchas gracias por compartir esos preciosos y profundos textos del Sayj al-Akbar. El segundo es impresionante.
ResponderEliminarEl tema del "velo" protector y de la “ocultación” del Creador es en verdad muy interesante, uno de esos temas claves que no pueden dejarse de lado, y sin duda puede meditarse a la luz de los textos compartidos en esta entrada. Esto me recuerda, por otro lado, lo que se enseña sobre la "auto-limitación" o “contracción” del Absoluto en la tradición judía. El Rabí Iejiel Bar Lev, en su obra "El canto del alma", lo explica con gran sencillez y precisión:
"No podemos sacar ninguna conclusión sobre la capacidad Divina basándonos en Su Creación. Más aún: si creemos que la capacidad Divina y Su voluntad son infinitas, nada Le impediría crear otro mundo, mejor aún y más perfecto. Pero si a pesar de todo Él creó el mundo tal como es, se debe a que limitó Su voluntad en función de Su objetivo. Vemos así que Dios limitó Su voluntad y conformó el mundo no de acuerdo a Sus facultades sino que Se impuso una auto-limitación con el objeto de crear el mundo acorde a Su propósito."
"Tenemos aquí dos aspectos de la voluntad Divina: a) la voluntad Divina ilimitada, b) la voluntad Divina limitada. Al primer aspecto los cabalistas lo denominan voluntad simple o Ein Sof, infinito; y al segundo lo llaman sefirot, emanaciones. Es decir, El Eterno creó un mundo limitado a través de su voluntad limitada o sefirot. (...) la creación del mundo es la manifestación de la voluntad divina de crearlo. El Eterno quiso crear un mundo carente y defectuoso para que los seres humanos, dotados de libre albedrío, corrijan su imperfección a través del servicio al Creador. Si hubiese creado el mundo de acuerdo con Su magnitud y omnipotencia, el mismo sería perfecto y no cabría lugar para el trabajo espiritual del hombre. En otras palabras, el Creador reveló sólo su voluntad y su capacidad limitadas."
En otro lugar agrega:
"Debemos comprender que la esencia de la Luz Infinita, tal como se manifiesta y emerge desde su propia fuente, es tan elevada y sublime que ningún ser humano puede alcanzar este nivel, independientemente del nivel de neshamá que posea. (...) Dado que El Creador quiso revelar Su Divinidad y que ésta sea accesible al ser humano, contrajo Su luminosidad contracción tras contracción, creando una realidad formada por distintos niveles espirituales concatenados unos con los otros. Debido a estas contracciones cada nivel es inferior a su predecesor. Esta cadena responde a la relación causa y efecto (...), cuya causa primera es la Luz Infinita."
Vemos entonces que la Creación no puede ser el producto de un desbordamiento de la Naturaleza increada, es decir, no puede comprenderse como el resultado de la pura necesidad, sino que es un acto absolutamente libre de la Voluntad divina. Es el Tesoro Oculto que quería hacerse conocido, de acuerdo a las palabras del célebre hadith qudsi; por eso creó el mundo, como Él quiso y, precisamente, porque así lo quiso, no porque lo necesitara: no plasmó y actualizó inmediatamente Su Poder inconcebible, sino que lo contrajo y contempló, en su Misericordia sin límites, el estado espiritual y la capacidad ascendente de las criaturas que están llamadas a conocerlo. Esto nos permite entender, al menos en parte, por qué la entera constitución del Cosmos acompaña el estado interior del hombre, tanto en la catástrofe de la caída como en la restauración gloriosa de su condición original.
ResponderEliminarOjeando de pasada la Filocalia encontré un texto de Calixto e Ignacio Xanthopoulus que ilustra de un modo muy bello y elocuente la cuestión que aquí estamos meditando. Al igual que en las citas precedentes, deja ver, me parece, que toda determinación, limitación, contracción o velo no es únicamente sinónimo de ocultación y negación, pues constituye, fundamentalmente, un modo particular y concreto de revelación, de teofanía, de acuerdo a la posición ocupada por el hombre. Es un texto extenso, pero vale la pena compartirlo:
"La creación con todo lo que tiene de inteligible y la Escritura con todo lo que tiene de espiritual, atestiguan la gloria de Dios, su reino, su sabiduría, y, para expresarlo en forma absoluta, su magnificencia. Pero, ¿qué atestigua cada una de ellas y en qué medida lo hace? Verdaderamente, ellas atestiguan poquísimo, son como una gota de agua en un océano. Veamos. Dios no hizo todo lo que hizo contemplándose a sí mismo, es decir, poniendo en marcha la propia potencia, sabiduría, gloria, magnificencia, aunque nosotros veamos que su obra es grande, gloriosa, plena de sabiduría y poder. En absoluto. Esto es así, porque no era necesario aquello que era propio de Dios, más bien, era necesario que Él hiciese uso de su bondad superando todo límite. Por lo tanto, Él examinó cuidadosamente todo lo que se necesitaba y en la medida en que examinó, produjo, con todo cuidado y moderación, cuanto bastaba para que el hombre habitase, viviese y transcurriese su vida, y cuanto veía apto para ser utilizado y disfrutado por él. Mientras creaba a Adán, contemplaba las multitudes. Podemos observar que su paciencia no disminuyó y que no hace faltar nada a los hombres que siguieron a Adán. La tierra conserva una relación justa con lo que está debajo, mientras el cielo, el Sol, el aire y el mar han sido hechos en relación a ella. Cada una de esas cosas conserva la propia correspondencia, derivan de Dios la analogía y armonía que les son propias de Él, que conoció todo desde antes del inicio y que ha creado todo según un orden y poder que tienen proporción y armonía."
(sigue)
"Ahora, si el Creador hubiese dado inicio a la creación de los seres teniendo en cuenta sólo su propia potencia, sabiduría, gloria y magnificencia, y no la finalidad de aquélla, probablemente verías miríadas de mundos en lugar de uno, y, ni siquiera mundos como el que ahora tenemos, sino extraños, sobrenaturales y exentos de inteligencia. El alma no hubiera sido capaz de llevar la gloria y el resplandor de la belleza y la sabia diversidad, y habría huido del cuerpo a causa del estupor. Sin embargo, queriendo hacer al hombre como una obra única, rey de las cosas terrestres y otro dios para las cosas que son de Dios, el Creador produjo este mundo en un instante, para que el hombre hiciera uso de él. Ciertamente, uno de los profetas dice: Aquel que como nada ha hecho la Tierra, la ha fijado sobre la nada, y otro: Aquel que, como una tienda, extiende el cielo sobre las cosas de abajo. Claro que sólo le basta mirar hacia la Tierra para que ella, aun siendo tan grande, se vuelva presa del temor, tal es el exceso de su potencia. Es sabido que, con sólo una palabra, trajo al ser todas las cosas visibles; en cambio, las cosas más gloriosas y las mejores, las reservó para aquel siglo, en el que el alma soporte su visión, ya que, en la fusión del sepulcro, o sea, mediante la muerte, será resarcida y se volverá un hombre nuevo con nuevas riquezas, alegrías y visiones. En consecuencia, las cosa que ahora vemos son como una sombra, por así decirlo, como un sueño lejano. Si deseas convencerte observa el orden inteligible de los ángeles y verás belleza, gloria, sabiduría y poder no sólo indecibles para nosotros, sino también inconcebibles. Todo ese mundo, junto a la variedad y las grandes maravillas que existen en él, obtuvo consistencia por un solo pensamiento de Dios. Si, pues, esto es fruto de un solo pensamiento, ¿qué sería si se hubiese puesto en movimiento toda la voluntad, la sabiduría y la potencia de Dios? ¿Cómo pensar que es posible superar el infinito? El infinito no tiene límites y donde no hay límites no existe el movimiento sino la efusión -si podemos llamarla así- parcial, y operaciones propias de una potencia que procede de la esencia.
ResponderEliminarLuego si comparamos la potencia de Dios con aquello que la Creación y la Escritura presentan de Él, esto último resulta algo indistinto, una pequeña gota frente a un océano sin fondo y sin confines. Aún así, rezo para que, en verdad, podamos alcanzar esa gota de conocimiento espiritual. Y, desplegado el intelecto hacia el infinito gracias a la contemplación de esa gota de belleza, gloria y deleite, celebremos -en forma proporcional y dentro de lo posible- a aquel que es infinitas veces infinitamente más que infinito y podamos ser unificados en nosotros mismos y con Dios, mediante la operación y la gracia del Espíritu, unitariamente, o sea, en un estado ultramundano, volviéndonos intelectos imitadores de los ángeles, simples, infinitos, indeterminados, en una alegría inexpresable, gozo y regocijo del corazón. Amén."
Un abrazo muy, muy fuerte.
V.