LUZ TABÓRICA

Luz Tabórica
"No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros."

San Gregorio Palamas


domingo, 3 de agosto de 2014

Teología de la Creación, por Ioannis D. Zizioulas

El texo que publicamos en esta entrada es una traducción al español de una homilía del reverendo Metropólita de Pérgamo P. Ioannis D. Zizioulas, pronunciada en Zúrich, el 10 de marzo de 1989. El brillante teólogo esboza aquí los lineamientos fundamentales para una Teología de la Creación, con un alcance tanto cosmológico como metafísico, y deduce, a partir de este desarrollo, la función primordial a la que está llamado el hombre, en su carácter de mediador entre lo creado y lo increado, desde antes del principio de los tiempos. Decidimos realizar esta traducción por la relevancia incontestable de este tema, pues merece ser el punto de partida para meditaciones y estudios posteriores, y por sus importantes consecuencias doctrinales.

A partir de lo que podríamos denominar como "cosmología cristiana", el autor pone de manifiesto la aplicación de una orientación hermenéutica que le permite penetrar en el simbolismo y la hierohistoria evangélica en su dimensión más profunda y universal. Esto no implica, de ningún modo, un rechazo al aspecto histórico e institucional de la tradición, es decir, a su dimensión horizontal, pues ésta constituye, en primer lugar, el soporte icónico de la revelación, en cuanto imagen y participación de realidades de orden superior que se desvelan en los diferentes grados de su dimensión vertical, y por lo tanto, el escalón inicial para el ascenso espiritual del hombre desde su condición caída. De este modo, la Encarnación, el Sacrificio en la Cruz, la Muerte y la Resurrección de Jesús, eventos de suprema importancia en la economía de la salvación, pueden ser vistos al mismo tiempo, como bien advirtieron los Padres, como claves simbólicas para la comprensión intelectual del misterio del Cristo Cósmico, es decir, del Hombre Universal.


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Fuente: el texto original, en inglés, fue tomado del website Orthodox Outlet for Dogmatic Enquiries.

Si bien no compartimos la orientación de algunos de los artículos allí publicados, puede encontrarse material valioso de autores importantes, como en el caso de la homilía que aquí publicamos.



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"El hombre es un animal llamado a convertirse en Dios", dijo uno de los Padres de la Iglesia. Y es por eso que la Palabra se hizo carne: para abrirnos, a través de la carne santa de la tierra transformada en eucaristía, el camino a la deificación. Pero también hay otro camino, terrible, por el que el hombre ha querido - y todavía quiere- hacer del mundo su presa, para ser su tirano y no su rey y sacerdote. Él ha hecho para sí mismo, fuera de las posibilidades de transparencia de todas las cosas cuando son restauradas en Cristo, el espejo de Narciso.

Hoy ese espejo se está rompiendo; el mar materno está contaminado, los cielos están rasgados, los bosques están siendo destruidos y las zonas desérticas están aumentando. Debemos proteger la creación; mejor aún, debemos embellecerla, hacerla espiritual, transfigurarla. (...) Sin embargo, no se hará nada a menos que haya una conversión general de las mentes y los corazones (en la Biblia, la mente y el corazón son la misma cosa) de los hombres. Nada va a suceder a menos que nuestra oración personal y litúrgica, nuestra vida sacramental y nuestro ascetismo recuperen su dimensión cósmica. Hoy deseo esbozar una teología de la creación.



Reunificando todo el universo bajo un solo Señor, que es Cristo.

La cosmología es una forma de conocimiento que nos es dada en Cristo por el Espíritu Santo.

"El misterio de la Encarnación de la Palabra", escribió San Máximo el Confesor, "contiene en sí todo el sentido del mundo creado. Aquel que entiende el misterio de la Cruz y de la Tumba conoce el sentido de todas las cosas, y el que es iniciado en el sentido oculto de la Resurrección entiende el fin para el cual Dios creó todas las cosas desde el principio ".

Si esto es así, significa, en efecto, que todo ha sido creado por y para la Palabra, como dice el apóstol (Col. 1:16-17), y que el significado de esta creación se nos revela en la re-creación efectuada por esta misma Palabra tomando la carne, por el Hijo de Dios volviéndose hijo de la tierra. (...) La Palabra es el arquetipo de todas las cosas, y todas las cosas encuentran en él su consumación, su "recapitulación". (...) Tal es en efecto el "misterio de la voluntad del Padre", que el apóstol anuncia a los Efesios: "Para que pudiera unir todas las cosas en Cristo, tanto las del cielo y las de la tierra" (Efesios 1:10) .

Por lo tanto, es la Iglesia como misterio eucarístico la que nos da el conocimiento de un universo que fue creado para convertirse en eucaristía. La eucaristía como espiritualidad y como acción se corresponde con la eucaristía como sacramento. "Hacer eucaristía (es decir, dar gracias) en todas las cosas", como dice Pablo (1 Tes. 5:18). En esta perspectiva, los Padres afirman que la Biblia histórica nos da la clave de la Biblia cósmica.  En esto son fieles a la noción hebrea de la Palabra, que no sólo habla, sino que crea: Dios es "verdadero" en el sentido de que su Palabra es la fuente de toda la realidad, no sólo histórica, sino también de la realidad cósmica. En el relato sacerdotal de la creación, las cosas existen sólo a través de una palabra divina, que las eleva y las mantiene en su ser. (...). La relación entre la Escritura y el mundo corresponde a la del alma y el cuerpo: a aquel que tenga en Cristo un entendimiento espiritual de la primera, se le dará un profundo entendimiento de la segunda.



Un movimiento dinámico hacia la transparencia

¿Qué nos dice este profundo entendimiento que nos llega a través de los Padres y de los profetas de todas las épocas de la Iglesia?


En primer lugar, hace dos afirmaciones complementarias: dice que la creación tiene su propia consistencia, pero está animada por un movimiento dinámico hacia la transparencia. Luego nos habla de la función que debe desempeñar el hombre, y por lo tanto de la creación en la historia de la salvación.

El universo no es simplemente una manifestación de la Divinidad. (...) Fue creado como algo radicalmente nuevo, de la nada (...) tal como está implícito, sobre todo, en los dos relatos de la creación en el Génesis. La noción de "nada" aquí es una especie de "límite" y sugiere que Dios, que no tiene algo "más allá", hace que el universo aparezca por una especie de "auto-retirada": el lugar del mundo está, pues, dentro del amor de Dios, un amor que es supremamente creador, mientras que al mismo tiempo es sacrificial. (...) El universo emerge de las manos del Dios vivo que ve que es tov, es decir, "bueno y bello". Por lo tanto, es querido por Dios, es la alegría de su sabiduría, y se regocija en ese gozo reverente que se describe en los Salmos y en los pasajes cósmicos del Libro de Job. (...)

La concepción bíblica y patrística de la creación rompe la obsesión cíclica de las religiones antiguas. La Creación, el pasaje perpetuo de la nada a la existencia a través de la atracción magnética del infinito, es un movimiento en el que se nos da simultáneamente el tiempo, el espacio y la materia.

Así, en la visión cristiana, la naturaleza es una realidad verdadera, dinámica, de ninguna manera divina en sí misma - sabemos que el Génesis, desde este punto de vista, "desacraliza" tanto las estrellas como los seres vivos-, pero aún así querida y deseada por Dios , que encuentra su lugar y su vocación en el amor divino.



La naturaleza es inseparable de la gracia

Al mismo tiempo, los primeros Padres, como los filósofos religiosos ortodoxos de nuestro siglo, al reflexionar sobre las grandes intuiciones paulinas, han rechazado nociones como la de "naturaleza pura". La gracia increada, la gloria de Dios, las energías divinas que resplandecen desde el Cristo resucitado, se encuentran en la raíz misma de las cosas. La naturaleza es inseparable de la gracia, y lo carnal, en su misma densidad, es soporte del espíritu.

Cada cosa expresa a su modo la gloria divina de acuerdo con la palabra viva por el cual y en el cual Dios la trae a la existencia. La oración está en el corazón de todas las cosas; su misma existencia es alabanza ontológica, y hay un ocultamiento en la claridad de su testimonio. Porque como dice San Pablo en 1 Cor. 15:41: "Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra estrella en gloria." Es la palabra doxa la que se traduce aquí por "gloria".

El mundo es don y palabra de Dios, y todas las palabras que Dios nos envía están contenidas en la Palabra eterna, que es inseparable de la respiración que nos da la vida. "El Padre ha creado todas las cosas por el Hijo en el Espíritu Santo", escribió San Atanasio de Alejandría, "para que la Palabra las haga cobrar vida en el Espíritu Santo". En la misma existencia del mundo, en su racionalidad y en su belleza, la Trinidad se revela. A la Iglesia de los primeros siglos le gustaba comentar en este sentido Efesios 6:04: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos." Dios "por encima de todo", la fuente de toda la existencia - el Padre; Dios "a través de todos", como sostén e inteligencia - el Logos, Palabra, Sabiduría y razón del universo; Dios "en todo" - el Espíritu, dinamismo de plenitud y belleza.



Cómo descifrar el universo de una manera creadora

Le corresponde al hombre descifrar de manera creadora el "libro del mundo, este inmenso alogos logos, o palabra sin habla", como Orígenes define al mundo. En el Génesis Dios le pide a Adán "nombrar a los animales", un nombramiento que incluye todos los modos de conocimiento y expresión, desde la contemplación hasta el arte y la ciencia. El hombre es un microcosmos, una síntesis de toda la creación, y puede, por lo tanto, conocerla desde adentro; es el vínculo entre lo visible y lo invisible, entre lo carnal y lo espiritual. Pero el hombre es ante todo una persona, a imagen y semejanza de Dios. Como tal, trasciende el universo, no para dejarlo atrás, sino para contenerlo, para dar expresión a su alabanza y brillar en su interior por la gracia.

Nicholas Berdyaev, un gran filósofo de la religión ortodoxa de la primera mitad de nuestro siglo, escribió:. "La persona no es una parte y no puede ser una parte de un Todo cualquiera, aun si ese Todo fuese el universo entero (...) Sólo la persona es capaz de poseer un contenido universal, de ser, en su unicidad, un universo en potencia (...) ".

El hombre debe escuchar las palabras cósmicas que Dios le está pronunciando, y devolvérselas como una ofrenda después de haber marcado las cosas con su poder creador. Y cuando digo hombre, me refiero, por supuesto, al hombre en comunión, me refiero a la humanidad en su vocación como "Mesías cósmico y colectivo".

De este modo, el hombre es, para el universo, la esperanza para recibir la gracia y la santificación. Pero también trae consigo el riesgo del fracaso y la caída; es por eso que, desde que se apartó de Dios, sólo vemos las apariencias de las cosas, la "sombra que pasa", como dice Pablo, lo que está a disposición de nuestros sentidos, aquello a lo que se puede "hincar el diente", como dice significativamente el lenguaje popular. Bloqueando parcialmente el fulgor de la luz divina, condenamos al mundo a la muerte y dejamos que el caos lo supere.



La vocación a la transparencia


La cosmología es inseparable de la historia de la salvación. La teología ortodoxa, la espiritualidad y toda la experiencia del Cristianismo Oriental subrayan que la Caída, la ocultación de la condición del hombre en el paraíso, constituye una catástrofe verdaderamente cósmica. Pero se trata de una catástrofe que no es accesible a la ciencia, ya que tuvo lugar en otra dimensión de la realidad y la observación científica pertenece inevitablemente a las modalidades de nuestra existencia caída.

Dios no creó la muerte. Pero Él la ha utilizado en la etapa actual de la evolución, hasta el punto de encarnarse, con el objeto de aplastar la muerte espiritual, devolver al hombre su vocación de creador creado y restaurar el carácter sacramental de la materia.

Cristo, por la encarnación, la resurrección, la ascensión y el envío del Espíritu Santo, ha dado lugar a la potencial transfiguración del universo. (...)

Existencia personal Absoluta, el Señor como Persona divina, "Uno de la Santísima Trinidad", como nuestra Liturgia dice, no sólo se deja contener por el universo en un punto particular en el espacio y el tiempo, sino que, al realizar finalmente la vocación de la persona, contiene el universo oculto en Sí mismo. Él no quiere, como nosotros, tomar posesión del mundo; lo asume y lo ofrece en una actitud que es constantemente eucarística; que hace de él un cuerpo de unidad, lenguaje y carne de la comunión.

En él, la materia caída ya no impone sus limitaciones y determinismos; en él, el mundo, congelado por nuestra caída, se derrite en el fuego del espíritu y redescubre su vocación de transparencia. Y así tenemos los milagros del Evangelio; de ninguna manera son "maravillas" para impresionarnos, sino "señales", anticipaciones de la re-creación definitiva del mundo. Un mundo sin muerte a la vista, donde las cosas son presencias y los hombres, finalmente, son rostros. (...)



La metamorfosis del cosmos

Al mismo tiempo, esta transfiguración sigue siendo un secreto, oculto bajo el velo de los sacramentos por respeto a nuestra libertad. Aunque iluminado en Cristo, el mundo, sin embargo, permanece oscurecido por nosotros, fijado en su opacidad por nuestra propia opacidad espiritual, entregado a las fuerzas del caos por nuestro propio caos interior. "El desierto está creciendo", dijo Nietzche hace un siglo, hablando del corazón del hombre. Y hoy podemos ver que está creciendo en la naturaleza. (...)

La metamorfosis del cosmos requiere no sólo que Dios se haga hombre en Cristo, sino también que el hombre se convierta en Dios en el Espíritu Santo, es decir, debe volverse plenamente hombre, capaz de la mansedumbre de los fuertes y del amor que sabe cómo someterse a todo lo que vive, con el fin de hacerlo crecer. Cristo ha hecho a los hombres capaces de recibir el Espíritu, es decir, de colaborar con la venida cósmica del Reino.

En Cristo, en Su cuerpo divino-humano, en Su cuerpo divino-cósmico en el que el Espíritu sopla, la última etapa de la "cosmogénesis" ha comenzado, con sus trastornos y sus promesas. "El fuego oculto y reprimido bajo las cenizas de este mundo estallará y arderá divinamente en la corteza de la muerte", dijo San Gregorio de Nisa. Y sin duda esta conflagración final será una irrupción, una ruptura, pero el hombre debe prepararse barriendo las cenizas con el objeto de llevar la incadescencia secreta a la superficie del mundo.

Tal es, tal debe ser el papel de la Iglesia. Entre la primera y la segunda venida del Señor, allí está la Iglesia, cuya historia cósmica es la de dar a luz, dar a luz al universo como cuerpo glorioso de una humanidad deificada. La Iglesia es el útero en el que se está tejiendo el cuerpo universal del Hombre nuevo, es decir, de los hombres renovados.

Este tema de dar a luz atraviesa toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, desde Eva hasta la tierra "que mana leche y miel" (Éxodo 03:08), desde María al pie de la Cruz hasta la mujer "vestida de sol", "que estaba encinta, y gritaba con los dolores del parto, angustiada por el alumbramiento" (Ap. 12:02). En la Epístola a los Romanos, Pablo escribe: "Porque sabemos que toda la creación gime con dolores de parto ... hasta el tiempo de su regeneración ... con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios "(Romanos 8:20-22).




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