"Dios sólo habla a los sencillos que creen en su NOMBRE y sólo inspira a sus niños que obedecen su VOZ."
Louis Cattiaux
"El Espíritu escribe el nombre de Jesús en letras de fuego en el corazón de sus elegidos."
Un monje de la Iglesia de Oriente
"El Espíritu escribe el nombre de Jesús en letras de fuego en el corazón de sus elegidos."
Un monje de la Iglesia de Oriente
La práctica central del cristianismo oriental alrededor de la cual se despliegan gran parte de las enseñanzas tradicionales, como ya muchos sabrán, es la recitación incesante de la oración del corazón, también conocida como "oración de Jesús". La fórmula clásica establecida formalmente, aunque no de manera exclusiva, por la espiritualidad bizantina es, en griego: “Kyrie Iesou Christe, Yie tou Theou, eleison me, ton amartalon”, es decir, "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". [1]
Es menester remarcar que dicha fórmula ha experimentado variaciones a lo largo de la historia y no está en absoluto circunscripta a una única forma, pero, si bien existen algunas excepciones, como aquellos que optan por repetir el tradicional "Kyrie eleison", "Señor, ten piedad", para que ésta sea una "oración de Jesús" propiamente dicha, lo indispensable y esencial de la misma es la invocación y concentración en el Nombre divino. Algunos emplean, por ejemplo, una fórmula más corta: "Señor Jesús, ten piedad de mí", o "Señor Jesús", y otros prefieren, siguiendo el más antiguo uso histórico, retornar a la primitiva oración monológica pronunciando solamente el Nombre de Jesús, porque, como veremos a continuación, es ahí donde reside todo el poder de la práctica.
Los Nombres divinos en general, como dijimos en la anterior entrada, corresponden a los atributos de Dios, entendidos éstos como donaciones dinámicas y concretas de la energía divina, es decir, como medios de participación que ponen al individuo en una relación efectiva con el Principio Supremo. En otras tradiciones existen determinadas prácticas y enseñanzas fundadas también en la ciencia de los Nombres que consisten, como en el caso del Islam, en la recitación o meditación en los diferentes Atributos manifiestos o revelados de Dios, pero admitiendo por encima de todos ellos un Nombre oculto, misterioso y conocido sólo por Él, análogamente a lo que ocurre en la tradición judía con el Nombre impronunciable de la Divinidad, el Tetragramatón, IHVH. Pero en el cristianismo, si bien existen, salvando grandes distancias, prácticas de culto que podríamos considerar hasta cierto punto semejantes [2], al profundizar un poco más en esta doctrina, nos encontraremos con una realidad bastante diferente en virtud de las especificidades de esta vía particular. Pues ese nombre que le fue revelado a la Virgen por el ángel Gabriel durante la Anunciación es ni más ni menos que el Nombre propio de la Divinidad, es decir, por paradójico que ésto suene, una expresión manifiesta en la que el Nombre inefable, impronunciable e inaccesible se revela directamente a los hombres en la medida en que éstos sean capaces de reconocerlo.
Veamos: en primer lugar, la veneración del Santo Nombre de Cristo tiene su fundamento, como no podría ser de otro modo, en las Sagradas Escrituras mismas.
Así, el Apóstol San Pablo nos dice:
"Por eso, Dios lo exaltó
y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús,
se doble toda rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
'Jesucristo es el Señor'."
(Filipenses 2: 9-11)
En el libro de los Hechos leemos:
"Porque en ningún otro hay salvación, ni existe bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos."
(Hechos, 4: 12)
El Evangelio según San Juan, por su parte, nos recuerda estas palabras del propio Jesús:
"Aquel día
no me harán más preguntas.
Les aseguro
que todo lo que pidan al Padre,
él se lo concederá en mi Nombre.
Pidan y recibirán,
y tendrán una alegría que será perfecta."
(Juan 16: 23-24)
Los ejemplos en el Nuevo Testamento podrían extenderse largamente, pero estimamos que los pasajes aquí transcriptos son más que elocuentes.
Se acepta de manera general que 'Ιησούς es una transcripción griega del hebreo Ieschouah, que podría traducirse como "Salvador" o, más exactamente, "Salvación de Dios", "Dios salva" o "Dios es Salvación", puesto que su grafía hebraica en la que sólo aparecen las consonantes y las semiconsonantes es, de acuerdo a la transcripción en el alfabeto latino, IHShV'(a), que, como podemos apreciar, contiene el Nombre divino IH, pronunciado Iah (como en Hallelu Iah), que constituye el primer elemento y la base del Gran Nombre Divino IHVH. [3] Esta interpretación nos parece perfectamente legítima en tanto que pone al hombre en relación personal con la Misericordia, esto es, con el descenso vertical de la gracia que propicia su salvación; sin embargo, nos parece oportuno en este punto recurrir a otras fuentes que, creemos, pueden arrojar un poco más de luz sobre esta cuestión.
Si miramos ahora hacia la Iglesia de Roma, comprobaremos que, al menos durante un cierto tiempo, la veneración del Nombre de Jesús ha sido bellamente desarrollada por autores espirituales de gran relevancia, tales como el mismísimo San Bernardo de Claraval, Enrique Suso, San Ambrosio, San Bernardino de Siena, San Juan Capistrano y posiblemente San Francisco de Asís, tal como lo han atestiguado varios miembros de su cofradía. De todos modos, es interesante notar que en este caso, al igual que con otros varios símbolos específicamente cristianos, mientras que en la Iglesia de Oriente ha permanecido más o menos vivo su recuerdo (al menos tanto como es posible a pesar del oscurecimiento cíclico del mundo), en Occidente se han ido ocultando paulatinamente, aunque sin perderse por completo, y la interpretación de su sentido más profundo se ha preservado subterráneamente en órdenes iniciáticas o entre los miembros de la elite intelectual de cada época. Pero esto no es en absoluto taxativo, pues "el Espíritu sopla donde quiere", y siempre se han encontrado excepciones, miembros visibles de la Iglesia que han penetrado efectivamente en su núcleo esencial.
Por lo tanto, cuando en este blog hablemos de "Cristianismo Oriental", si bien nos inspiraremos fundamentalmente en las enseñanzas y directrices trazadas por los grandes maestros de la llamada Iglesia de Oriente, no lo entenderemos en un sentido específicamente geográfico o histórico, marcado por discusiones dogmáticas y políticas que no nos llevarían demasiado lejos, sino en el sentido espiritual y metafísico que la Tradición siempre le ha otorgado a la palabra "Oriental".
Después de esta digresión, volvamos al tema que aquí nos ocupa.
En Occidente existía una enseñanza transmitida por los cabalistas cristianos del Renacimiento que fue expuesta públicamente por el iluminado pensador italiano Giovanni Pico della Mirandola en sus "Conclusiones mágicas y cabalísticas", donde explicaba:
"Cualquier hebreo cabalista está inevitablemente obligado según los principios y los dichos de la dicha Cábala a admitir la trinidad de Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo y precisamente eso, sin variaciones, disminuciones o añadidos, tal y como lo propone la fe católica de los cristianos.
Consecuencia: No sólo quien niega la Trinidad sino los que la entienden de otra manera distinta del modo de entender de la Iglesia Católica, como los arrianos, sabelianos y otros, pueden ser refutados manifiestamente si se admiten los principios de la Cábala.
Quien haya profundizado en la ciencia de la Cábala podrá entender que los tres grandes nombres cuaternarios de Dios que están entre los secretos de los cabalistas deben atribuirse a las tres personas de la Trinidad. De modo que el nombre de היהא sea el Padre, el nombre de הוהי sea el Hijo, y el nombre de ינדא sea el Espíritu Santo.
Ningún cabalista hebreo puede negar que el nombre de Jesús, si se interpreta según el modo y principios de la Cábala, significa precisamente Dios, es decir, hijo de Dios y de la sabiduría del Padre por la tercera persona de la divinidad, que es un fuego ardentísimo de amor, y que está unido a la naturaleza humana en una unidad de supuesto.
De la precedente conclusión se podrá entender por qué dijo Pablo que nos ha sido dado el nombre de Jesús que está sobre todo nombre y por qué en el señor Jesús se ha dicho que se doblará ante él toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, que esta frase es también cabalística por excelencia y la podrá entender quien haya profundizado en la Cábala." [4]
Más adelante, el sabio italiano nos aclara por qué al Hijo le corresponde precisamente el Tetragramatón y, en consecuencia, el Nombre divino de Jesús significa propiamente Dios:
"Por la letra Scin, que está en medio del nombre de Jesús, se nos significa cabalísticamente que entonces reposó tan perfectamente como el mundo en su perfección, cuando la Iod se unió a la Vau, lo que se hizo en Cristo, que fue verdadero hijo de Dios y verdadero hombre.
Por el nombre de Iod, he, vau, he, que forman el nombre inefable como dicen los cabalistas se sabe cuál iba a ser el nombre del Mesías y que iba a ser evidentemente hijo de Dios, hecho hombre por el Espíritu Santo que, después de él descendería como Paráclito sobre los hombres para perfección del género humano."
Esta doctrina sería posteriormente continuada por el sacerdote alemán Johannes Reuchlin.
De este modo, vemos que el Tetragramatón impronunciable, IHVH, se hace audible a través del Nombre revelado del Hijo, la hipóstasis del Verbo, Dios hecho carne, IHSVH, el Pentagramatón formado con el agregado de la letra Shin; ésta es la Palabra exclamada por el Padre al reconocerse a Sí mismo en el instante que precede a la Eternidad; es el Nombre único pronunciado de una vez y para siempre por los labios de la Deidad oculta, el sonido celeste que se manifiesta en secreto a través del lenguaje de la Creación.
Además, según se explica en el Zohar, es por la letra Shin por la que el Santo, bendito sea, recibe el nombre de El Shaddai, el Todopoderoso; es una de las letras Madre, de acuerdo al Sepher Yetsirah, y en su carácter ideográfico está formada por tres líneas que representan a los tres Patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, que se corresponden respectivamente con las tres columnas del Árbol de la Vida signadas por Jésed, Guevurá y Tiféret. También es asociada en este mismo libro con el elemento Fuego, por el que fueron creados los cielos, capaz de reunir en sí mismo las partes dispersas. Allí leemos:
"Él hizo a Shin reinar sobre el Fuego. La coronó y la combinó con todas las demás. Con ellas formó el cielo en el Universo, el Calor en el Año, y la Cabeza en el Alma: la masculina con ShAM y la femenina con ShMA" [5]
Sin detenernos más en este punto, que podría dar lugar a disquisiciones que exceden ampliamente los alcances de este escrito, notemos de pasada la relación sugerente que se desprende inmediatamente entre las implicaciones de la letra Shin y la persona de Cristo, que es quien transmite, por el Espíritu Santo, el bautismo de Fuego y quien asume finalmente su lugar como cabeza de la Iglesia, su Cuerpo Místico, la cual puede a su vez ser comprendida a un nivel individual o microcósmico como la imagen del alma de cada cristiano que habrá de convertirse en templo y receptáculo de Dios.
Dicha enseñanza, que quizá podría chocar con los prejuicios académicos de algunos eruditos, ha sido transmitida discretamente a lo largo de los años, y esto es claramente apreciable en uno de los grabados atribuidos a Jakob Boehme en el siglo XVII.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, no es de extrañar que paralelamente, sin necesidad de haber tomado contacto con estas doctrinas, el sacerdote ortodoxo Sergei Bulgakov, siguiendo la línea de transmisión de su propia Iglesia dijera estas sencillas pero brillantes palabras respecto de la oración del Santo Nombre:
Y si bien es cierto que su invocación por sí sola no exime completamente del ascetismo, del trabajo interior, ni de las prácticas litúrgicas y sacramentales que caracterizan la participación activa en la vía cristiana, sí es posible afirmar que esta oración sostiene y alimenta interiormente toda la vida espiritual, y compensa los aspectos de la misma que por cuestiones diversas no puedan ser seguidos de manera habitual, haciéndola verdaderamente efectiva, porque en el "recuerdo de Dios", es decir, en la anamnesis asociada a la recitación de su Nombre, se encuentra consumada la totalidad de la Ley, pues, como claramente lo expresó Gregorio el Sinaíta:
Si los Nombres divinos son innumerables, el Santo Nombre de Jesús los sintetiza a todos; es el símbolo vivo de lo infinito presente en todo lo finito, del Dios trascendente contenido íntimamente en el corazón de cada hombre; es la llave que nos abre a cada instante la puerta del Reino de los Cielos.
[1] Las adaptaciones a otros idiomas son sin embargo legítimas, puesto que la revelación cristiana tiene la particularidad de no descansar sobre una lengua sagrada específica.
[2] Ejemplos de estas prácticas son la recitación de las letanías de la Virgen y del Santo Nombre en la Iglesia de Roma o los akathistos en la Iglesia de Oriente.
[3] Cf. "Un monje de la Iglesia de Oriente" y Olivier Clement, "La oración del corazón" y Jean Hani, "Mitos, ritos y símbolos".
[4] Pico della Mirandola, "Conclusiones mágicas y cabalísticas".
[5] Sepher Yetsirah.
[6] "Un monje de la Iglesia de Oriente y Olivier Clement, "La oración del corazón".
[7] AA.VV., "La filocalia de la oración de Jesús".
"La fuerza de su oración no reside en su contenido, que es simple y claro, sino en el nombre muy dulce de Jesús. Los ascetas testimonian que ese nombre encierra la fuerza y la presencia de Dios. No solamente Dios es invocado mediante ese nombre, sino que él está ya presente en esta invocación. Se puede afirmar ciertamente de todo nombre de Dios, pero es necesario decirlo sobre todo del nombre divino y humano de Jesús, que es el nombre propio de Dios y del hombre. En resumen, el nombre de Jesús, presente en el corazón humano, le comunica la fuerza de la deificación que el Redentor nos ha acordado... La luz del Nombre de Jesús ilumina -a través del corazón- todo el universo. Ese estado no puede ser descrito por la palabra, pero es ya el prototipo de "Dios será todo en todos"... La aplicación práctica de la oración de Jesús ha llevado naturalmente a discusiones teológicas sobre el Nombre de Dios y su poder, sobre el sentido de la veneración del Nombre de Dios y sobre su fuerza activa. Esos problemas no han recibido todavía solución, teniendo fuerza de dogma para toda la Iglesia; no son, por otra parte, suficientemente tenidas en consideración por la literatura teológica. Por el momento, existen dos tendencias diferentes. Los unos (que se designan a sí mismos como "glorificadores del Nombre de Dios") son partidarios del realismo en la comprensión del sentido del nombre en general; ellos creen que el Nombre de Dios, invocado en la oración, contiene ya la presencia de Dios (Padre Juan de Cronstadt y otros). Otros prefieren un punto de vista más racionalista y más nominalista: el Nombre de Dios sería un medio humano, instrumental, para expresar el pensamiento y el movimiento del alma hacia Dios. Aquellos que practican la oración de Jesús, y los místicos en general, son partidarios de la primera opinión, lo mismo que ciertos teólogos; el segundo punto de vista es característico de la teología ortodoxa de escuela, que ha reflejado la influencia del racionalismo europeo." [6]
Y si bien es cierto que su invocación por sí sola no exime completamente del ascetismo, del trabajo interior, ni de las prácticas litúrgicas y sacramentales que caracterizan la participación activa en la vía cristiana, sí es posible afirmar que esta oración sostiene y alimenta interiormente toda la vida espiritual, y compensa los aspectos de la misma que por cuestiones diversas no puedan ser seguidos de manera habitual, haciéndola verdaderamente efectiva, porque en el "recuerdo de Dios", es decir, en la anamnesis asociada a la recitación de su Nombre, se encuentra consumada la totalidad de la Ley, pues, como claramente lo expresó Gregorio el Sinaíta:
"Por encima de los mandamientos, existe el mandamiento que involucra a todos: 'Acuérdate del Señor tu Dios en todo tiempo' (Deut. 8, 18). Es con respecto a ésto que los otros son violados y es por él que se los cumple. El olvido, en el origen destruyó el recuerdo de Dios, oscureció los mandamientos y mostró la desnudez del hombre." [7]
Si los Nombres divinos son innumerables, el Santo Nombre de Jesús los sintetiza a todos; es el símbolo vivo de lo infinito presente en todo lo finito, del Dios trascendente contenido íntimamente en el corazón de cada hombre; es la llave que nos abre a cada instante la puerta del Reino de los Cielos.
[1] Las adaptaciones a otros idiomas son sin embargo legítimas, puesto que la revelación cristiana tiene la particularidad de no descansar sobre una lengua sagrada específica.
[2] Ejemplos de estas prácticas son la recitación de las letanías de la Virgen y del Santo Nombre en la Iglesia de Roma o los akathistos en la Iglesia de Oriente.
[3] Cf. "Un monje de la Iglesia de Oriente" y Olivier Clement, "La oración del corazón" y Jean Hani, "Mitos, ritos y símbolos".
[4] Pico della Mirandola, "Conclusiones mágicas y cabalísticas".
[5] Sepher Yetsirah.
[6] "Un monje de la Iglesia de Oriente y Olivier Clement, "La oración del corazón".
[7] AA.VV., "La filocalia de la oración de Jesús".
Muy interesante el tema Sahaquiel. Y me pareció muy bueno tu post. Me llevo muchas cosas valiosas.
ResponderEliminarLa cuestión de los nombres divinos es tan rica como delicada y tiene muchas facetas.
Y a propósito de las facetas, quisiera comentarte una dificultad que, desde mi perspectiva, encuentro en la idea de 'nombre propio' divino.
Por un lado esa idea del nombre propio de la Divinidad, si se la entiende de modo exclusivista, es decir como siendo ese nombre el más adecuado, por ser justamente el 'propio', y no así los otros cualesquiera que sean, tiene sentido sólo al interior de una ortodoxia determinada. Lo cual es perfectamente legítimo dentro de su propio dominio. Pero se vuelve problemático de cara a una perspectiva apofática, y mucho más aún de cara a las otras tradiciones.
Aclaro que decir que se vuelve 'problemática' no significa impugnar esa idea. Pero si se quiere dialogar con las otras tradiciones, o si se mantiene una posición apofática, todo indicaría que la noción de nombre 'propio' de la Divinidad debe ser interpretada con cuidado.
Pues, por un lado, la apofática lleva por sí sola a ir más allá de lo 'propio', es decir la identificación única del nombre a lo nombrado, de todo nombre referido a lo divino. Y, por otro lado, las otras tradiciones, obviamente, reclaman para sí mismas el mismo rango de nombre que está 'por sobre todo nombre' para los nombres mediante los cuales dentro de ellas se nombra a lo divino.
Para ilustrar la idea desde una perspectiva budista, podríamos decirse así:
Cuando el cristiano habla de Jesús, el budista escucha hablar del Dharma bajo el aspecto de una revelación personal; cuando el judío se refiere al tetragrámaton, el budista reconoce al Dharma bajo su aspecto de esencia inefable; cuando el musulmán habla de Allah, el budista escucha hablar del Dharma bajo su aspecto de absoluta unidad y unicidad; cuando el teólogo apofático habla de la 'Nada' de Dios o de su 'Abismo insondable', el budista escucha hablar del Dharma bajo su aspecto de vacuidad; etc.
Pero lo que ese budista no podría aceptar, es decir no podría aceptarlo literalmente, es la idea de que uno, cualquiera que sea, de esos nombres sea el único nombre adecuado, el 'propio', que conviene a aquello que por el mismo se designa.
En definitiva, más allá del budismo que usé sólo como ejemplo ilustrativo, aquí nos enfrentamos con el delicado problema general de las diferencias 'hermenéuticas', los diversos horizontes de comprensión, de las distintas tradiciones.
Me dirás que este es un blog cristiano. Por supuesto. Y de hecho lo anterior no es, de ningún modo, una crítica. Y de hecho, hasta donde entiendo, me parece coherente que una religión en la cual se asume que la Divinidad se encarna de manera exclusiva en un hombre histórico individual, asimile el nombre divino a un nombre propio.
Por supuesto esa es una gran paradoja. Y en tu post lo dijiste con todas las letras. Es esa paradoja que Nicolás de Cusa expresaba con la noción de lo 'absoluto contracto'.
Y tal vez, para algunos de nosotros, esa paradoja del 'nombre propio' sea una de las formas que asume la paradoja radical implicada, de suyo, en el acto de nombrar lo innombrable...
Como sea, entiendo que la 'ciencia de los nombres' es una gran fuente de aprendizaje e inspiración. Así que agradezco tu reflexión y el estímulo que significa para mí.
Fuerte abrazo
Querido Máximo, gracias por este nuevo aporte. Es interesante lo que planteás, y muy oportuno, pues me permite hacer algunas precisiones al respecto y, por otro lado, propicia la apertura necesaria para un diálogo que puede apuntar hacia un horizonte más universal.
ResponderEliminarDe todos modos, está claro, como bien lo marcaste, que es un blog que busca explorar ciertos aspectos de la tradición cristiana, y por eso es que en esta entrada he preferido mantenerme dentro de los límites de la misma para no dispersarme demasiado del tema central, que es precisamente el Nombre de Jesús y no un estudio pormenorizado de la Ciencia de los Nombres en un sentido universal; eso excedería largamente los alcances propuestos.
Desde el punto de vista cristiano, entonces, podemos decir que son innumerables los Nombres divinos que han sido revelados: algunos heredados del judaísmo, otros que se desprenden del Nuevo Testamento y que han sido recogidos en la tradición litúrgica.
De hecho, también son muchos los "nombres" otorgados a Cristo que hacen referencia a diferentes aspectos o atributos de lo Divino, por lo que Su Nombre no se aplica únicamente al aspecto de la revelación personal.
Por ejemplo, en las Antífonas de las "O" que se cantan en la Iglesia latina en Vísperas de Navidad se lo nombra como: Sapientia, Adonai, Radix, Clavis, Oriens, Rex, Emmanuel...
Pero son muchos más los que podrían citarse. Si mal no recuerdo, Fray Luis de León escribió una obra sobre algunos de ellos.
Sin contar las atribuciones a la Virgen que también podrían tomarse legítimamente como Nombres divinos.
Pero, y esta es la clave del asunto, el Nombre de Jesús, a diferencia de los anteriores, los reúne a todos en sí mismo, pues nombra de manera "directa", por decirlo de algún modo, a lo Innombrable en Sí, porque contiene en su expresión concreta al Tetragrama Impronunciable, IHVH, y designa al mismo tiempo a lo humano-divino, es decir, al Hombre Universal.
Ahora bien, desde un punto de vista universal, no podríamos decir que es la mejor o la única manera de nombrar lo Divino, pero sí que es la forma particular y específica en la que el cristianismo puede hacerlo.
Lo que no creo, según entiendo, es que la utilización del Nombre de Jesús implique una renuncia al apofatismo; de hecho, el cristianismo oriental se caracteriza por ser eminentemente apofático. Esto es claro en la práctica de la oración del corazón, donde no se permite ninguna imagen, ninguna representación mental de Jesús, porque se admite naturalmente que Aquello que se nombra está más allá de toda determinación.
En definitiva, lo que se puede concluir de manera general y universal es que lo Divino sólo puede ser nombrado de un modo paradojal, pero esa es la paradoja que constituye la verdadera naturaleza del hombre: un ser finito capaz de contener a Dios en su corazón...
En fin, te agradezco por la reflexión que traés, y sentite libre de seguir haciéndolo en este espacio. Este tipo de intercambios siempre es enriquecedor.
Un fuerte abrazo.
Hola Sahaquiel. Gracias por las aclaraciones.
ResponderEliminarY me alegra que volvieras a llamar la atención sobre 'la clave del asunto', pues en mi primera lectura me había llamado mucho la atención esa inclusión del Tetragrámaton, bajo su forma sintética 'iah' en el nombre de Jesús, sólo que en lugar de referime a eso me distraje con preocupaciones más particulares mías. Lo siento.
En cuanto al apofatismo, me parece que si bien no anula la concepción del nombre de Jesús como nombre 'propio', obliga a interpretarla en un sentido no sustancialista. Y es sólo a eso a lo que yo apuntaba. Y aclaro que no creo que haya contradicción con tus desarrollos, sólo se trata de un énfasis y de un interrogante acerca del sentido que hay que darle a la palabra 'propio' en el nombre propio divino.
Pues, para una apofática, el nombre propio no es una etiqueta pegada, por decreto divino, a la persona de Jesús, sino la cifra de la relación de esa misma persona con aquellos para quienes se revela bajo ese nombre como persona divina.
Es decir, la apofática, como bien expresa Corbin en su estudio sobre el tema, no es sólo negatividad, no es sólo negación de toda afirmación, también es la inclusión del hombre como término necesario de la manifestación afirmativa de lo Divno. Visto así, la cosa parece cerrar.
Otra vez gracias por el post y por las aclaraciones.