"La primera victoria sobre nosotros mismos -fundamento y condición de todas las demás, la única que las hace posibles- consiste en quebrar nuestra propia voluntad y someterla enteramente a Dios, alejándonos y separándonos de toda fuente de pecado. Esta sumisión nos lleva a desviarnos de las pasiones con aversión y repugnancia. Con esta arma espiritual, somos tan fuertes como todo un ejército. Cuando no existe esta remisión de sí mismo a Dios, la victoria está en manos del enemigo antes de que se entable la batalla. Por el contrario, si nos remitimos a Dios, la victoria a menudo nos es acordada sin que debamos luchar.
Vemos por esto que, puesto que el punto de partida de toda actividad positiva se encuentra en nuestro estado interior, toda la fuerza del enemigo se orienta también por ese lado. Si la conciencia y la voluntad son atraídas por lo que está bien, golpearán mortalmente todo mal y toda pasión, en particular los que se encuentran en nuestro interior. El punto capital es, precisamente, esa atracción de la voluntad hacia lo que está bien. En esto, como siempre, la fuerza que entabla el combate contra las pasiones es el intelecto o el espíritu, en donde residen la conciencia y la libertad; dicho de otro modo, el espíritu, ayudado y sostenido por la gracia. Es la gracia la que curará nuestras facultades, coronando de éxito todos nuestros combates ascéticos. Es también la gracia la que llena de fuerza nuestro intelecto o nuestro espíritu, para que pueda atacar las pasiones y abatirlas. Inversamente, cuando las pasiones se fortifican, atacan directamente al intelecto y al espíritu; en otros términos, se esfuerzan por subyugar nuestra conciencia y nuestra libertad. Contra ese santuario interior, donde residen la conciencia y la libertad, dirige el enemigo sus flechas inflamadas. Ataca por medio de las pasiones, se embosca en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Sin embargo, mientras nuestra conciencia y nuestra libertad permanezcan firmemente ligadas al bien, la victoria es nuestra, cualquiera sea la violencia del asalto.
Esto no significa que la fuerza para vencer se encuentra en nosotros y no en Dios; sólo muestra el punto donde opera esta fuerza victoriosa. En esta guerra, aquél que debe combatir directamente, es nuestro espíritu rengenerado. Pero es la gracia la que trae la victoria y destruye las pasiones. Crea algo en nosotros y destruye algo diferente, pero actúa siempre por medio de nuestro espíritu, es decir por nuestra conciencia y nuestra voluntad. Aquél que lucha se posterna ante Dios implorando su ayuda, y está lleno de odio y disgusto hacia sus enemigos. Actuando por su intermedio, Dios los vence y los rechaza."
Querido V.,
ResponderEliminarno quería dejar de aprovechar para decirte aquí lo mucho que me alegra encontrar de nuevo tus reflexiones y textos tan hermosos como este en un nuevo blog. Muchas gracias por compartirlo. :-)
El pasaje de Teófano es muy claro, pero quería destacar que aunque para nosotros puede sonar verdaderamente duro el someter la propia voluntad a la voluntad divina, esto no es en realidad otra cosa que amar y desear el bien por el bien mismo y a la verdad por la verdad misma, sin atisbo de egoísmo, es decir, liberados de la propia esclavitud a lo más exterior de nosotros mismos, de nuestras pasiones que empiezan y terminan en nosotros como en un callejón sin salida. Como expresa claramente el texto: "El punto capital es, precisamente, esa atracción de la voluntad hacia lo que está bien." Cuando se comprende y se interioriza esto, cuando penetra realmente en la voluntad y en la vida, se entiende que no podría tratarse de la sumisión a una ley exterior, sino precisamente del servicio a la Ley interior inscrita en el corazón del hombre por Dios mismo, y que no es distinta de Dios mismo, pues Él es el Bien y la Verdad. Por ello hacer lo que sabemos que está bien es siempre tan liberador sin importar los frutos de la acción. Es paz verdadera en el santuario de la conciencia y la voluntad, donde el hombre está a solas con Dios, y no el adormecimiento momentáneo que 'satisface' al ego para dejarnos a cambio con más sed y más perdidos.
Es una alegría volver a leerte por aquí, querido V. Te dejo un abrazo muy, muy fuerte.
Querida Pola,
Eliminarme alegra encontrarme con tus palabras también por aquí, es sin duda un gran aliciente para seguir adelante con este blog. :-)
Tal como dices, ese sometimiento de la propia voluntad puede sonar como algo extremadamente duro, puede ser visto como una renuncia a nuestra aparente libertad individual, tantas veces inconscientemente condicionada por estímulos externos. Sin embargo, esa cooperación con la Voluntad divina que debe cumplirse "en la tierra como en el Cielo" es el acceso a la más genuina y auténtica libertad, porque, como claramente lo has expresado, lejos de ser coaccionados por una fuerza exterior, realizamos plenamente la Ley inscrita en lo más profundo de nuestra verdadera naturaleza. En palabras de Merton: "...dado que Dios está infinitamente más allá de toda limitación, cuando la voluntad queda aprisionada por Su amor y es, por así decirlo, refrenada de hacer algo que no sea Su voluntad, ¡entonces por fin se vuelve perfectamente libre a partir de la libertad del mismo Dios! Ubi Spiritus Domini, ibi libertas!"
Un abrazo muy, muy fuerte, querida Pola.
V.
Una vez un cristiano, mientras hablábamos de las diferencias de concepción en las religiones, me dijo que cuando el cristiano reza 'hágase tu voluntad' no se trata sólo de renunciar a la propia voluntad en sentido restrictivo y limitativo, sino que también se trata de abrirse a la voluntad divina como a la más propia y verdadera voluntad.
ResponderEliminarLos musulmanes lo llaman 'sometimiento'; verbo que contiene la forma linguística 'slm' al igual que Islam y de la cual deriva también 'salam' (paz); y que según dicen debe entenderse no como vasallaje sino como asentimiento.
El budismo, por su parte, lo llama 'nam' (o namu) que significa aproximadamente 'refugiarse'; como cuando un niño se refugia en los brazos de su madre.
En lo personal me gusta la palabra 'entrega'. Porque en la entrega se acaba la lucha.
Por supuesto no es fácil, pues el verdadero enemigo es uno mismo. Si no la vida espiritual sería muy fácil, ya que bastaría con ser valiente y fuerte para enfrentar enemigos externos. Pero es claro que así no habría necesidad de abandonar la propia voluntad.
La lucha entonces es simpre contra nosotros. Y cuando hay un 'otro' que parece amenazar nuestro camino y nuestras buenas intenciones, ese no es más que un espejo de nosotros mismos. Es decir el reflejo de una escisión interna en nosotros. El espejo de esa discordancia íntima que el más esmerado fariseísmo, ortodoxia y rectitud logran nunca suturar... y que sin embargo cede en la entrega.
Gracias una vez más. Pues siempre que paso por aquí encuentro algo de valor.
Querido Máximo,
Eliminarmuchas gracias por este aporte y por las referencias a las otras tradiciones. La palabra "asentimiento", como decías al hablar del Islam, me parece especialmente apropiada para expresarlo. Es justamente por eso que muchos místicos cristianos que ven en María el arquetipo del alma humana que debe dar nacimiento al Verbo dentro de sí misma, toman el asentimiento de la Santa Madre en el momento de la Anunciación como una analogía perfecta del libre sometimiento de la voluntad humana que da lugar al cumplimiento de la Voluntad divina.
Nicolás Cabásilas, un discípulo de San Gregorio Palamas, decía: "La encarnación no sólo fue obra del Padre, de su Poder y de su Espíritu, sino también la obra de la voluntad y de la fe de la Virgen. Sin el consentimiento de la Inmaculada, sin el concurso de la fe, ese desginio era tan irrealizable como sin la intervención de las propias tres Personas divinas. Sólo después de haberla instruido y persuadido, la toma Dios por Madre y toma la carne que Ella consiente en prestarle. Así como Él se encarnaba voluntariamente, quería asimismo que su Madre lo pariera libremente y por su propia voluntad."
Las mismas palabras de la Virgen, "He aquí la sierva del Señor", bien podrían aplicarse al alma deificada por las energías del Espíritu.
Un fuerte abrazo.