El texto que presentamos en esta entrada, sin la introducción, fue publicado originalmente en el blog
Tradición Bizantina.
Es mucho lo que se podría
analizar de esta magnífica homilía de san Gregorio Palamas, tan profunda como
sublime en su contenido, y tan encantadoramente bella en su forma. Aquí simplemente
nos limitaremos a destacar algunos puntos esenciales. En primer lugar, debemos tener
presente que, tal como nos enseñan numerosos autores de la tradición cristiana,
la Virgen María es el modelo por excelencia del perfeccionamiento y la
santidad, pues al igual que el resto de los hombres, y a diferencia de los
ángeles, debe realizar un camino ascendente, desde las limitaciones propias de
la humanidad caída hasta la superación de los grados más elevados de la escala
espiritual. Ella representa, por lo tanto, la plena realización de todas las
posibilidades eternas inherentes al logos de la naturaleza humana, y esto es lo
que el Apóstol Pablo llama “estado del Hombre Perfecto” y “estatura de la
plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Ahora bien, si en el plano creatural la Virgen
aparece cronológicamente en la “plenitud de los tiempos” como el “adorno de
toda la creación”, en el orden metafísico, sin embargo, tiene una preeminencia sobre
la jerarquía de los seres que la coloca como causa y raíz de todo lo que
precede y de todo lo que sigue a su manifestación en este mundo, por lo que se
podría decir, en un cierto sentido, que es el fundamento y la razón misma del
cosmos, la Sofía creatural o, como diría el P. Pável Florenski siguiendo a san
Atanasio, “la unidad creada por Dios de los atributos ideales de la creación” [1].
En lo que respecta a la humanidad, al ser preanunciada a lo largo de las
generaciones, es considerada como la realidad primordial que guía y
acompaña a los hombres de todos los tiempos en el camino hacia la salvación y en
el proceso de rectificación y restitución de la semejanza divina, al punto tal
que nuestro autor llega a decir que es “la substancia de los profetas” y “el
principio de los apóstoles”. Todo esto,
dicho sea de paso, tiene algunas correspondencias muy interesantes con la
doctrina del Hombre Perfecto (al-Insân al-Kamil) en el esoterismo islámico. [2]
Pero aún hay más, porque si el
hombre está llamado, desde el momento de su creación, a convertirse en el
mediador cósmico entre Dios y el universo manifestado, la Theotokos debe ser
necesariamente la mediadora más excelsa, la intercesora por antonomasia entre la
actividad divina y la totalidad de las criaturas. Aquí las correspondencias, e
incluso la identidad, con las enseñanzas de la tradición judía relativas a la
Shejinah, son más que evidentes. De hecho, el estudioso judío Arthur Green
sugiere que los primeros escritos cabalísticos que hacen referencia a esta
figura mediadora femenina podrían estar influidos por la devoción mariana
desarrollada en el cristianismo latino, especialmente por san Bernardo de
Claraval y la orden cisterciense. [3] No entraremos en esta polémica, pues no
podría llevarnos demasiado lejos. Porque si bien es cierto que las principales
obras de Kabbalah comienzan a aparecer en Europa a partir del siglo XII, no se
puede soslayar el hecho de que esto es en verdad una plasmación tardía de una
transmisión oral mucho más antigua, y, por otro lado, también se debe reconocer
que la mariología cristiana puede rastrearse, tanto en la liturgia como en el
arte, incluso en los primeros siglos de nuestra era. Sea como fuere, lo que
aquí nos interesa resaltar es que las imágenes del Antiguo Testamento que el
cristianismo reconoce tradicionalmente como tipos de la Virgen, son
prácticamente las mismas que los judíos atribuyen a la Shejinah: el Jardín, la
Fuente, el Arca, la Zarza ardiente, el Trono, la Esposa del Cantar de los Cantares, etc. Para
expresarlo en pocas palabras, y teniendo en cuenta que ambas tradiciones
pertenecen a un tronco común, podríamos decir que se trata de la misma realidad
espiritual y universal que se ha consumado plenamente en María, y así lo
comprendieron también los cabalistas cristianos del Renacimiento. Para dar un ejemplo de lo que aquí estamos
diciendo, transcribimos las siguientes palabras del Zohar sobre la función de
la Shejinah, que sin dificultad podrían ser atribuidas a la Virgen:
“Todo mensaje que el Rey requiere
pasa por la casa de esta Dama. Cualquier mensaje proveniente de abajo que se
envía al Rey llega primero a la casa de su Dama y de ahí va al Rey. La Dama es,
por lo tanto, el intermediario universal de arriba hacia abajo y de abajo hacia
arriba. Es el emisario de todo, de quien dice la Escritura: ‘Y el Ángel de Dios
del que se dice que hasta entonces andaba delante del campamento de Israel, se
puso detrás de ellos’ (Éxodo 14, 19). El Israel superior. El Ángel de Dios de
quien está escrito: ‘El Eterno iba delante de ellos’ (Éxodo 13, 21).” [4]
La mediación de la Theotokos
también es doble, “de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba”, pues así
como eleva las plegarias y las obras espirituales de los fieles que se orientan
hacia el Señor, también es el "Velo protector" (skepê) que oculta y revela, al
mismo tiempo, el misterio de la Deidad incognoscible, permitiendo que los
hombres, de acuerdo al grado en el que cada uno haya purificado su corazón,
puedan contemplar y ser iluminados por la Luz verdadera e increada sin ser aniquilados por
su fulgor. Es la defensora de los justos y la Fuente inagotable que
distribuye generosamente, y en la proporción adecuada, todos los dones que
descienden de lo alto.
Notas:
[1] Pável Florenski, “La Columna
y el Fundamento de la Verdad”, ed. Sígueme.
[3] Arthur Green, “La Shejiná, la
Virgen María y el Cantar de los Cantares”. Este trabajo está incluido en el
libro “Ensayos sobre cábala y misticismo judío”, ed. Lilmod.
[4] Citado por Arthur Green en la
obra previamente mencionada.
Dormición de Nuestra Purísima
Señora Theotokos y Siempre Virgen María
-San Gregorio Palamas-
Tanto el amor como el deber le
dan forma hoy a mi homilía movida por la caridad. No es solamente porque deseo,
debido a mi amor por ustedes, y porque estoy obligado por los sagrados cánones a
traer una palabra salvífica a sus oídos amantes de Dios y así nutrir sus almas,
sino también porque, si hay alguna entre las cosas que nos atan por obligación
y amor, que merezca ser narrada con alabanzas por la Iglesia, esa es la gran
obra de la Siempre Virgen Madre de Dios. El deseo es doble, no simple, ya que
me induce, me suplica y me persuade, mientras el deber inexorable me constriñe,
a pesar de que el discurso no pueda alcanzar aquello que lo sobrepasa, así como
el ojo es incapaz de mirar fijamente al sol. Uno no puede pronunciar las cosas
que sobrepasan el habla, pero está dentro de nuestro poder, por el amor a la
humanidad de aquellos que son venerados con himnos, componer un canto de
alabanza y, al mismo tiempo, dejar intactas las cosas intangibles, para
satisfacer la deuda por medio de las palabras y ofrecer los primeros frutos de
nuestro amor a la Madre de Dios en himnos compuestos de acuerdo con nuestras
habilidades.
Luego, si "la muerte del consagrado es honorable" (cf. Sal. 115,6)
y la "memoria del justo es celebrada
con loores" (Prov. 10,7), ¡cuánto más hemos de honrar con grandes
alabanzas la memoria de la más santa entre los santos, aquella por quien toda
santidad es ofrecida a los santos, la Siempre Virgen Madre de Dios! Por eso,
hoy celebramos su Santa Dormición o traslado a otra vida, por medio de la cual,
aunque era "apenas menor que los
ángeles" (Sal. 8,6), por su proximidad con el Dios de todos, y en los
maravillosos hechos que desde el principio de los tiempos fueron escritos y
cumplidos con respecto a ella, ha ascendido incomparablemente más alto que los
ángeles y los arcángeles y todas las huestes supracelestiales que se encuentran
por encima de ellos. Por ella, los profetas poseídos por Dios pronuncian las
profecías; los milagros son obrados para prefigurar la futura Maravilla de todo
el mundo, la Siempre Virgen Madre de Dios. El flujo de las generaciones y las
circunstancias viaja hacia el destino de ese nuevo misterio obrado en ella; los
estatutos del Espíritu proveen de antemano los tipos de la verdad futura. El
fin, o mejor dicho, el principio y la raíz de esas maravillas y hechos divinos
es la anunciación a los supremamente virtuosos Joaquín y Ana de lo que iba a
ser cumplido: a saber, que ellos, que habían sido estériles desde la juventud,
engendrarían en la profunda vejez a la que daría a luz a Aquel que fue
engendrado atemporalmente por Dios Padre, antes de todos los siglos. Una
promesa fue hecha por los que maravillosamente la engendraron: devolver a la
que les había sido dada a su Dador; por consiguiente, la Madre de Dios cambió
extraordinariamente su morada en la casa de su padre por la casa de Dios,
mientras seguía siendo una infante. Ella pasó no pocos años en el mismísimo
Santo de los Santos, de manera tal que, bajo el cuidado de un ángel, disfrutó
de un alimento tan inefable que ni siquiera Adán logró probar, porque si en
verdad lo hubiera hecho, como esta inmaculada, no habría caído de la vida
verdadera; a pesar de que fue a causa de Adán, y para dar prueba de que era
hija suya, el que haya condescendido con alguna limitación de la naturaleza, a
igual modo que su Hijo, que ya ha ascendido de la tierra al cielo.
Pero, después de ese alimento
inefable, una economía de cortejo más mística llegó a realizarse con la Virgen:
el Arcángel, descendido de las alturas, le dirigió un extraño saludo que
superaba las palabras, junto con las revelaciones y salutaciones de parte de
Dios que anulan la condenación de Eva y Adán y remedian la maldición que caía
sobre ellos, transformándola en una bendición. El Rey de todos "ha deseado la belleza" de la
Siempre Virgen, como David predijo (cf. Sal. 44,12), e "inclinó el cielo y descendió" (Sal. 17,11) y la cubrió
con su sombra, o sea, el Poder enhipostático del Altísimo moró en ella. No a
través de la oscuridad y el fuego, como con Moisés, el vidente de Dios, ni a
través de la tempestad y la nube, como con el profeta Elías; Él manifestó Su
presencia pero sin mediación, sin un velo; el Poder del Altísimo cubrió con su
sombra el útero sublimemente casto y virginal, sin estar separado por nada, ni
por el aire ni por el éter ni por ninguna cosa sensible, ni por nada
suprasensible: no fue sólo un ensombrecimiento sino una completa unión. Puesto
que lo que cubre con su sombra siempre suele producir su propia forma y figura en
aquello que es ensombrecido, lo que aconteció en el útero no es solamente una
unión, sino además una formación, y eso que fue formado por el Poder del
Altísimo y el todo-santo útero virginal era la Palabra encarnada de Dios. De
este modo, la Palabra de Dios hizo Su morada en la Theotokos de una manera
inexpresable, asumiendo la carne. Él apareció sobre la tierra y vivió entre los
hombres, deificando nuestra naturaleza y concediéndonos, según las palabras del
divino Apóstol, cosas "que los
ángeles ansían contemplar" (1 Pe. 1,12). Éste es el encomio que
trasciende la naturaleza y es la gloria incomparablemente gloriosa de la
Siempre Virgen, gloria para la cual todos los pensamientos y palabras son
insuficientes, aunque sean angélicos. Pero, ¿quién podría relatar esas cosas
que sucedieron después de Su inefable nacimiento? Porque, mientras ella
cooperaba y sufría con el exaltador anonadamiento (kenosis) de la Palabra de Dios, también era legítimamente
glorificada y exaltada junto con Él, agregándole siempre a ello el incremento
sobrenatural de sus poderosos actos. Y después del ascenso a los cielos de
Aquel que se encarnó de ella, rivalizó, por así decir, con esas grandes obras
que sobrepasan la mente y el habla, y a través de Él las hizo propias, con un
ascetismo más valeroso y diverso, y con las oraciones y el cuidado del mundo
entero, con sus preceptos y el aliento que les dio a los heraldos de Dios
enviados por todo el mundo; de modo que ella misma era tanto un apoyo como un
bienestar cuando se la escuchaba y se la veía, mientras trabajaba con el resto,
de todas las formas posibles, para la predicación del Evangelio. De manera tal
que llevó una forma de vida más ardua, proclamada por los pensamientos y las
palabras.
Por lo tanto, la muerte de la
Theotokos era también portadora de vida, pues la trasladó a una vida celestial
e inmortal, y su conmemoración es un evento gozoso y una festividad para el
mundo entero. No sólo renueva el recuerdo de las maravillosas obras de la Madre
de Dios, sino que también le añade a ello la extraordinaria reunión, en su
sacratísima sepultura, de todos los sagrados apóstoles transportados desde cada
nación, los himnos divinos y reveladores de estos poseídos por Dios y la
solícita presencia de los ángeles y su coro, y la liturgia que la rodeaba,
pasando hacia delante, siguiendo desde atrás, asistiendo, oponiendo,
defendiendo y siendo defendidos. Ellos trabajaban y cantaban, hasta su máximo
esfuerzo, junto con los que veneraban ese cuerpo generador de vida y receptor
de Dios, el bálsamo salvífico para nuestra raza y el adorno de toda la
creación; pero también lucharon y se opusieron secretamente a los judíos que se
alzaron contra ese cuerpo y lo atacaron con sus manos, con el deseo de iniciar
la teomaquia. Todo el tiempo estuvo presente el mismísimo Señor Sabaoth, el
Hijo de la Siempre Virgen, en Cuyas manos ella entregó su espíritu divinizado,
a través del cual, y con el cual, su compañero, el cuerpo, fue trasladado al
dominio de la vida celestial y eterna, en el modo en que era, y es, más
apropiado. En verdad, a muchos se les ha concedido el favor, la gloria y el
poder divinos, como dice David: "Sumamente
honorables son Tus amigos, oh Señor, más que fortalecidos sus principados. Los
cuento, y más que la arena se multiplican" (Sal. 138,17-18). Y, de
acuerdo con Salomón: "muchas hijas
adquirieron riquezas; muchas hicieron poderío; pero ella sobresale, ha
sobrepasado a todos, tanto hombres como mujeres" (cf. Prov. 31,29).
Porque mientras sólo ella estaba situada entre Dios y toda la raza humana, Dios
se hizo Hijo del Hombre e hizo a los hombres hijos de Dios; ella hizo que la
tierra se vuelva celestial, deificó a la raza humana, y sólo a ella entre todas
las mujeres se le anunció que sería madre por naturaleza y Madre de Dios,
trascendiendo todas las leyes de la naturaleza, y, en virtud de su parto
inefable, la Reina de toda la creación, tanto terrestre como celestial. De este
modo, exaltó a los que estaban debajo de ella, a través de sí misma, y
mostrando en la tierra una obediencia a las cosas del cielo en lugar de las
terrenales, participó de frutos más excelentes y de un poder superior, y por la
ordenación que recibió desde el cielo por el Espíritu Divino, se convirtió en
lo más sublime de lo sublime y la Reina supremamente bienaventurada de una raza
bendita.
Pero ahora la Madre de Dios tiene
su morada en el Cielo, donde hoy fue trasladada, porque esto es lo que
corresponde, al ser el Cielo un lugar apropiado para ella. "Está de pie a la derecha del Rey de todos, con vestiduras doradas
cubiertas de adornos de diversos colores" (cf. Sal. 44,9), como dice
la profecía del salmista con respecto a ella. Por "vestiduras doradas" entendemos su cuerpo divinamente
radiante, ataviado con los diversos colores de cada virtud. Sólo ella, en su
cuerpo glorificado por Dios, disfruta ahora de las realidades celestiales junto
con su Hijo. Porque la tierra, la tumba y la muerte no pudieron contener por
siempre su cuerpo generador de vida y receptor de Dios, la morada más
privilegiada que el Cielo y que el Cielo de los cielos. Por lo tanto, si su
alma, que fue una morada para la gracia de Dios, ascendió al Cielo cuando se
despojó de las cosas de aquí abajo, algo que es muy evidente, ¿cómo podría su
cuerpo, que no sólo recibió en sí mismo al Hijo unigénito y preeterno de Dios,
la Fuente inagotable de gracia, sino que también manifestó Su Cuerpo por medio
del nacimiento, no haber sido elevado también al Cielo? O bien, si, mientras
aún tenía tres años de edad y no poseía la inhabitación supracelestial, parecía
no portar nuestra carne cuando moraba en el Santo de los Santos, y después se
volvió supremamente perfecta, incluso con respecto a su cuerpo, por tan grandes
maravillas, ¿cómo podría ese cuerpo sufrir verdaderamente la corrupción y
retornar a la tierra? ¿Cómo podría ser concebible algo así para cualquiera que
piense razonablemente? Por consiguiente, el cuerpo que da nacimiento es
glorificado junto con lo que nace de él con una gloria digna de Dios, y el "arca de santidad" (Sal. 131,8)
es resucitada, según la oda profética, junto con Cristo, que previamente se había
levantado de entre los muertos al tercer día. Las vendas de lino y las mortajas
les ofrecieron a los apóstoles una demostración de la resurrección de la
Theotokos de entre los muertos, ya que quedaron solas en la tumba y fueron
encontradas allí por el escrutinio de éstos, tal como había sucedido con el
Maestro. No hubo necesidad de que su cuerpo prolongue siquiera un poco su
estancia en la tierra, como fue el caso de su Hijo y Dios, de modo que fue
elevado inmediatamente desde la tumba hacia un reino supracelestial, desde
donde destella con iluminaciones y gracias más brillantes y divinas, irradiando
sobre toda la región de la tierra; de ese modo, ella es venerada y causa
admiración en todos los fieles que la ensalzan con himnos.
Queriendo establecer una imagen
de toda bondad y belleza, y hacer claramente manifiestas las propias, tanto a
los ángeles como a los hombres, Dios formó un ser supremamente bueno y bello,
uniendo en ella todos los bienes, visibles e invisibles, que distribuyó en cada
una de las cosas cuando hizo el mundo, y así lo adornó todo; o más bien uno
podría decir que Él hizo que ella se manifieste como un receptáculo universal
de todas las cosas divinas, angélicas y humanas, buenas y bellas, y como la
belleza suprema que engalana ambos mundos. Ahora, por su ascensión desde la
tumba, es sacada de la tierra y logra alcanzar el Cielo, y también sobrepasa
esto, uniendo lo de arriba con lo de abajo y abarcando todo con los
maravillosos prodigios obrados en ella. De esta manera, ella fue al principio "apenas menor que los ángeles"
(Sal. 8,6), como se ha dicho, en referencia a su mortalidad, pero esto, sin
embargo, sólo sirvió para engrandecer su preeminencia con respecto a las
criaturas. Así, hoy todas las cosas se reúnen apropiadamente y se ponen en
contacto unas con otras para la festividad.
Era justo que ella, que contuvo a
Aquel que llena todas las cosas y está por encima de todo, superara todas las
cosas y se volviera, por su virtud, superior a ellas en la eminencia de su
dignidad. Esas cosas que bastaron a los más excelentes entre los hombres que
han vivido a lo largo de los siglos para alcanzar tal excelencia, y que todos
los agraciados por Dios tienen separadamente, tanto los ángeles como los
hombres, ella las combina, y sólo ella las lleva a la plenitud y las sobrepasa.
Y esto es lo que tiene más allá de todo: que se ha vuelto inmortal después de
la muerte y sólo ella mora, junto con su Hijo y Dios, en su cuerpo. Por esta
razón, derrama desde allí abundante gracia sobre los que la honran -pues es un
receptáculo de grandes gracias- y nos concede incluso la capacidad de mirar
hacia ella. Por su bondad, nos colma de dones sublimes y nunca deja de ofrecer
un tributo beneficioso y abundante en nuestro nombre. Si un hombre mira hacia
este punto de concurrencia y distribución de todo bien, dirá que la Virgen es
para la virtud y para aquellos que viven virtuosamente, lo que el sol es para
la luz perceptible y para aquellos que viven en ella. Pero si alza el ojo de su
mente hacia el Sol que se eleva para los hombres, desde esta Virgen, de una
forma maravillosa, el Sol que posee por naturaleza todas esas cualidades que se
añadieron a la naturaleza de ella por la gracia, dirá inmediatamente que la Virgen es
un cielo. La excelente herencia de todo bien que se le ha asignado
a ella excede tanto, en su grado de santidad, la porción de los que son divinamente
agraciados por debajo y por encima del cielo, en la misma medida en que el
cielo es más grande que el sol y el sol es más radiante que el cielo.
¿Quién puede describir con
palabras tu belleza divinamente resplandeciente, oh Virgen Madre de Dios? Los
pensamientos y las palabras son inadecuados para definir tus atributos, ya que
superan la mente y el habla. Sin embargo, es legítimo cantarte himnos de
alabanza, porque tú eres una vasija que contiene todas las gracias, la plenitud
de todas las cosas buenas y bellas, la tablilla y el icono viviente de todo
bien y toda rectitud, puesto que sólo tú has sido considerada digna de recibir
la plenitud de todos los dones del Espíritu. Sólo tú llevaste en tu seno a
Aquel en quien se encuentran los tesoros de todos esos dones, y te convertiste
en un maravilloso tabernáculo para Él; así que por medio de la muerte pasaste a
la inmortalidad y fuiste trasladada de la tierra al Cielo, como correspondía,
para que pudieras habitar eternamente con Él en una morada supracelestial. Por
eso siempre has cuidado diligentemente de tu herencia y, por medio de tus
vigilantes intercesiones con Él, has manifestado la misericordia para todos.
Por el grado en el que está más
próxima a Dios que todos los que se han acercado a Él, la Theotokos ha sido
considerada digna de una mayor audiencia. No hablo solamente de los hombres,
sino también de las jerarquías angélicas. Isaías escribe con respecto a los
comandantes supremos de las huestes celestiales: "Y los serafines estaban en torno a Él" (Is. 6,2), pero
David dice en relación con ella: "De
pie la reina a Tu diestra" (Sal. 44,10). ¿Ves la diferencia de
posición? A partir de esto comprendemos también la diferencia en la dignidad de
su estación. Los serafines están alrededor de Dios, pero sólo la Reina de todos
está a Su lado. Ella es admirada y alabada por el mismísimo Dios, que la
proclama, por así decir, por los poderosos actos realizados para Él, y
diciendo, como quedó registrado en el Cantar de los Cantares: "Cuán hermosa es mi compañera"
(cf. Cant. 6,4); es más radiante que la luz, está más ataviada con flores que
los jardines divinos, más adornada que los mundos visible e invisible en su
totalidad. No es meramente una compañera, sino que también está a la derecha de
Dios, porque donde Cristo se sentó en los Cielos, esto es, "a la diestra de la Majestad" (Heb. 1,3), allí también
ella tiene su posición, habiendo ascendido ya de la tierra a los cielos. No
solamente ama y es amada, recíprocamente, más que todos los demás, de acuerdo
con las mismas leyes de la naturaleza, sino que es verdaderamente Su Trono, y
dondequiera que el Rey se siente, allí también es colocado Su Trono. E Isaías
contempló este Trono en medio del coro de los querubines y lo llamó "excelso" y "sublime" (Is. 6,1), con el
deseo de hacer explícito cómo la estación de la Madre de Dios es mucho más
grande que la de los ejércitos celestiales.
Por esta razón, el Profeta
introduce a los ángeles mismos glorificando al Dios que surge de ella,
diciendo: "Bendita sea la gloria del
Señor, desde Su Lugar" (Ez. 3,12). El patriarca Jacob, contemplando
este trono por medio de tipos (enigmata),
dijo: "¡Qué terrible es este Lugar!
¡Esto no es otra cosa sino la Casa de Dios y la Puerta del Cielo!"
(Gen. 28,17). Pero David, uniéndose él mismo a la multitud de los salvados, que
son como las cuerdas de un instrumento musical, o como diferentes voces de
distintas generaciones que se hacen armoniosas en una única fe a través de la
Siempre Virgen, hace sonar un acorde más melodioso para alabarla, diciendo: "¡Recordaré tu nombre por todas las
generaciones y generaciones, por eso los pueblos de fe te confesarán por los
siglos y los siglos de los siglos!" (Sal. 44,18). ¿No ves cómo la
creación entera alaba a la Virgen Madre, y no solamente en los tiempos pasados,
sino "por los siglos y los siglos de
los siglos"? De este modo, es evidente que a lo largo de todo el curso
de los siglos, nunca dejará de beneficiar a toda la creación, y no me refiero
únicamente a la naturaleza creada que vemos a nuestro alrededor, sino también a
los mismísimos comandantes supremos de las huestes celestiales, cuya naturaleza
es inmaterial y trascendente. Isaías nos mostró claramente que sólo a través de
ella pueden participar de Dios junto con nosotros y tocarlo, es decir, tocar
esa Naturaleza que es imposible de tocar, porque él no vio al serafín tomar
el carbón del altar sin mediación, sino con tenazas, por medio de las cuales el
carbón tocó los labios proféticos y los purificó (cf. Is. 6:6-7). Moisés
contempló las tenazas de la gran visión de Isaías cuando vio la zarza ardiente,
pero no consumida por el fuego. ¿Y quién no sabe que la Virgen Madre es esa
misma zarza y esas mismas tenazas, la misma que (aunque asistida también por un
arcángel) concibió al Fuego Divino sin ser consumida, es decir, a Aquel que
quita los pecados del mundo, y que a través de ella tocó a la humanidad y, en
virtud de ese toque y unión inefables, nos limpió completamente? Por lo tanto,
sólo ella es la frontera entre la naturaleza creada y la naturaleza increada, y
no hay hombre que pueda llegar a Dios a menos que sea verdaderamente iluminado
por ella, por esa Lámpara verdaderamente radiante de divinidad, tal como dice
el Profeta: "Dios está en medio de
ella, no vacilará" (Sal. 45,6).
Si la recompensa es otorgada de
acuerdo con la medida del amor por Dios, y si el hombre que ama al Hijo es
amado por Él y por Su Padre, y se convierte en una morada para Ambos, y ellos
místicamente habitan y caminan en él, como está escrito en el Evangelio del
Señor, ¿quién, entonces, lo amará más que Su propia Madre? En efecto, Él era su
Hijo unigénito, y además sólo ella, entre todas las mujeres, dio a luz sin
haber conocido esposo, para que el amor de Aquel que había participado de su
carne pudiera ser doblemente compartido con ella. Y el Hijo unigénito, que ha
salido inefablemente de ella, sin un padre, en este último siglo, así como ha
emergido del Padre, sin una madre, antes de todos los siglos, ¿a quién amará
más que a Su Madre? ¿Acaso Él, que ha descendido para dar cumplimiento a la
Ley, no podría realmente multiplicar ese honor debido a Su Madre por encima y
más allá de las ordenanzas de la Ley?
Por lo tanto, ya que fue sólo a
través de la Theotokos que el Señor vino a nosotros, apareció sobre la tierra y
vivió entre los hombres, siendo invisible a todos antes de este tiempo, del
mismo modo, en el eterno siglo venidero, sin su mediación, cada emanación de la
divina luz iluminadora, cada revelación de los misterios de la Deidad, cada
forma de don espiritual, excedería la capacidad de todo ser creado. Sólo ella
ha recibido la plenitud omnipresente de Aquel que llena todas las cosas; y por
medio de ella, ahora todos pueden contener estos dones, porque ella los
distribuye de acuerdo con la capacidad de cada uno, en proporción al grado de
pureza que hayan alcanzado. Así que ella es el tesoro y la encargada de velar
por la repartición de las riquezas de la Deidad. Porque es una ordenanza
inamovible en los cielos que lo que es inferior participe de lo que está más
allá del ser, por mediación de lo superior, y la Virgen Madre es
incomparablemente superior a todos. Es a través de ella que todos los que
participan de Dios, pueden participar, y todos los que conocen a Dios
comprenden que ella es el recinto del Incontenible, y todos los que le cantan
himnos a Dios, la alaban junto con Él. Ella es la causa de todo lo que la
precede, la intercesora de lo que vino después, y la agente de las cosas eternas.
Es la substancia de los profetas, el principio de los apóstoles, el firme
fundamento de los mártires y la premisa de los maestros de la Iglesia. Es la
gloria de los que están sobre la tierra, la alegría de los seres celestiales,
el adorno de toda la creación. Ella es el principio y la fuente y la raíz de
los bienes inexpresables; es el apogeo y la consumación de todo lo que es
santo.
Oh Virgen divina, y ahora
celestial, ¿cómo puedo expresar todas las cosas que están relacionadas contigo?
¿Cómo puedo glorificar el tesoro de toda la gloria? El mero hecho de tu
recuerdo santifica a quienquiera que lo mantenga, y un simple movimiento hacia
ti hace que la mente se vuelva más translúcida, y la exaltas inmediatamente
hacia lo Divino. El ojo del nous
queda límpido a través de ti, y por medio de ti el espíritu de un hombre es
iluminado por la visita del Espíritu de Dios, ya que te has convertido en la
administradora del tesoro de los dones divinos y en su bóveda, y esto, no con
el objeto de conservarlos para ti misma, sino para que pudieras hacer que la
naturaleza creada quede repleta de gracia. En efecto, la administradora de esos
tesoros inagotables vela por ellos para que las riquezas puedan ser
dispensadas; ¿y qué podría delimitar esas riquezas que no disminuyen?
Profusamente, por lo tanto, concedes tu misericordia y tus gracias, esa
herencia tuya, a todo tu pueblo, ¡oh Señora!
Disipa los peligros que nos
amenazan. Vemos cómo somos enormemente desgastados por propios y extraños, por
los de adentro y los de afuera. Enaltece todo con tu poderío: apacigua a
nuestros conciudadanos unos con otros y dispersa a los que nos asaltan desde
afuera, como bestias salvajes. Asigna la medida de tu auxilio y sanación en
proporción a nuestras pasiones, distribuyendo abundante gracia a nuestras almas
y cuerpos, lo suficiente para cada necesidad. Y si resultamos ser incapaces de
contener tus bondades, aumenta nuestra capacidad y, de esta manera,
concédenoslas, para que al ser salvados y fortificados por la gracia, podamos
glorificar a la Palabra preeterna que se encarnó de ti, junto con Su Padre
incausado y el Espíritu creador de vida, ahora y siempre y por los siglos de
los siglos. Amén.