LUZ TABÓRICA

Luz Tabórica
"No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros."

San Gregorio Palamas


martes, 8 de septiembre de 2015

Calixto Catafugiota: La Forma secreta del Uno ultramundano


Como enseña la tradición, Dios puede ser conocido en el movimiento del nous que se eleva gradualmente a través de la contemplación de los Nombres y Atributos divinos al ser iluminado y transformado por el despliegue incesante de las Energías increadas, pero permanece siempre absolutamente incognoscible en su Esencia, en su misterio inescrutable. Sin embargo, tras haber alcanzado los grados más sublimes de la vía contemplativa el hombre aún puede acceder, mediante la gracia, a un estado que trasciende todos los modos de conocimiento, es decir, a la teología mística, al conocer de modo incognoscible al que está por encima de todo conocimiento. Pero no debemos pensar que este no-conocimiento, esta agnosia suprema, consiste únicamente en el mero reconocimiento de la impotencia de las propias capacidades intelectivas frente a la Tiniebla divina y en la imposibilidad de conocer algo más. Por el contrario, esto supone la trascendencia de los límites naturales y la unión inefable que supera toda gnosis en la oscuridad supraluminosa del silencio místico.

Por supuesto, no pretendemos darle una expresión racional ni, mucho menos, entender plenamente en qué consiste un grado de realización que se encuentra infinitamente lejos de nuestras posibilidades de comprensión actuales, pero esto no nos debería impedir tomar las palabras de los sabios que han degustado los frutos de la deificación como un punto de apoyo teórico para nuestra orientación interior.

Podemos afirmar, ciertamente, que la Esencia en su absolutidad permanece como un misterio en la fase primigenia que antecede ontológicamente a toda manifestación. En este sentido, Toshihiko Izutsu, hablando sobre la metafísica del esoterismo islámico, explica que "lo Absoluto en este plano es el Uno (al-ahad). La palabra 'uno', en este contexto en particular, no se refiere al 'uno' como conjunto de 'muchos'. Tampoco es el 'uno' opuesto a 'muchos'. Indica la simplicidad esencial primordial y absolutamente incondicional del Ser en que el concepto de oposición carece de sentido.

La fase de Unidad es eterna quietud. No se observa en ella ni el más ligero movimiento. La manifestación de lo Absoluto no acontece todavía. En realidad, no se puede hablar siquiera negativamente de manifestación de lo Absoluto, excepto cuando volvemos a esta fase desde las fases posteriores del Ser." [1]

Ahora bien, aunque en dicho estado no puede haber manifestación, y no hay, por consiguiente, nada que pueda ser conocido, el Absoluto está por encima de toda afirmación y negación, de toda relación y alteridad, y se revela mientras permanece oculto sin disminuirse a Sí mismo. El célebre adagio patrístico, "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convierta en Dios", puede interpretarse, en el grado más elevado de la experiencia unitiva y sin perjuicio de su significado directo en relación a la economía salvífica, como la superación del apofatismo en la paradójica certeza de que Dios trasciende su propia trascendencia para revelarse al hombre que ha aniquilado su aniquilación, es decir, que le ha dado muerte a la muerte para renacer como hombre nuevo, convirtiéndose él mismo en símbolo de lo divino al manifestar en su propia forma la Forma de las formas, el rostro secreto del Uno ultramundano. 

La Esencia divina en el abismo innominable de su absolutidad, tal como es en Sí, seguirá siendo siempre incógnita e incomprensible, pero puede llegar a ser conocida misteriosamente en la fase de la Unidad, es decir, a punto de manifestarse en las formas eidéticas. El secreto del Uno, como diría san Máximo el Confesor, “se manifiesta en forma de Dios, la (forma) que era antes que el mundo fuera.” [2]

.·.

Calixto Catafugiota es un autor bizantino del que prácticamente no se posee dato biográfico alguno, aunque se ha sugerido que podría tratarse, ni más ni menos, que de Calixto Xanthopoulos, Patriarca de Constantinopla y autor de importantes obras de espiritualidad del siglo XIV. Sin embargo, autores modernos como Basilio Tatakis señalan que habría vivido hacia finales del siglo XII. Sea como fuere, sólo se han conservado de este autor noventa y dos capítulos sobre la unión divina y la vida contemplativa en los que se hace patente la influencia de Dionisio el Areopagita, san Basilio de Cesárea, san Máximo el Confesor y Pedro Damasceno. Compartimos a continuación algunos pasajes deslumbrantes de su obra sobre el tema que aquí nos ocupa:



"Dado que la conjunción espiritual entre Dios y el intelecto se produce más allá de la comprensión, se dice que este último está más allá de la propia naturaleza cuando, mediante la percepción intelectual, se representa en forma absoluta el secreto del Uno sobrenatural. Eso corresponde a su naturaleza purificada por la gracia. En efecto, para el intelecto, entender significa lo mismo que la visión para el ojo. Quien mira en la tiniebla no ve nada, pero advierte la unidad de ésta y sabe que no ve; si tuviera los ojos cerrados por completo, tal vez podría creer muchas cosas, por ejemplo, que hay luz alrededor de él, pero al mirar, advierte claramente que no ve. Penetrar la tiniebla mediante la facultad visual y pretender conocer cosas escondidas sobrepasa la naturaleza del ojo, pero el hecho de comprobar que no ve no la sobrepasa, por el contrario, es una propiedad más de su facultad. Evidentemente, lo mismo sucede con el intelecto, una vez que ascendió al sector secreto de la divinidad y llegó más allá del entendimiento, no contempla nada. Sin embargo, percibe que no ve y advierte que eso que escapa a su visión es uno, está como escondido en la tiniebla, y de Él proviene toda cosa existente, visible o inteligible, ya sea que se la cuente entre las cosas creadas o sea eterna o increada. Si no viera en absoluto, no se percibiría a sí mismo tendiente más allá de sí. En cambio, ve lo suficiente como para saber que no puede contemplar porque está más allá de la contemplación y, además, porque el objeto de su contemplación le resulta inaccesible: penetrar en el interior de la divinidad, desvelar el secreto que trasciende el intelecto y contemplarlo, excede la naturaleza de éste. Pero mirar la divina tiniebla de ese secreto y representarse la inefable Hénada que habita más allá de todo es un misterio indecible; precisamente, percibir que nada contempla en el interior de esa tiniebla divina, es algo propio del intelecto puro que contempla en Espíritu. Por consiguiente, cuando el intelecto advierte que no contempla el secreto de lo divino, no cierra ni anula la mirada espiritual; hacer eso sería indicio de ignorancia. Cuanto más claramente contempla más asciende hacia aquello que lo sobrepasa y más claramente advierte la propia impotencia para ver, mientras se orienta hacia lo secreto del Uno simple y ve muy claramente que es Uno aquel de lo que todo proviene y que ese Uno es secreto. Por supuesto que no puede contemplar la naturaleza intrínseca de ese Uno.

De ahí que, en relación con el simplísimo secreto de lo divino, el intelecto trascienda necesariamente la propia naturaleza, si bien para lograrlo se tiene que haber hecho puro. Se podría decir que es acorde con la naturaleza del intelecto el estar en aquello que sobrepasa su naturaleza, sin ojos, de manera inconcebible, tendiendo hacia el divino, simplísimo secreto de Dios, que lo sobrepasa. En ese momento él no posee absolutamente ninguna comprensión cognoscitiva, excepto la de ese Uno indivisible. Ha llegado allí por medio del movimiento que le es propio y ha finalizado en la quietud y el descanso. No me refiero aquí a la quietud de la contemplación, porque esa condición sería insensata, sino a la quietud y el reposo intelectual discursivo, el que corresponde pasar de un concepto o argumento a otro concepto o argumento. El intelecto que asciende hasta allí, cae en lo infinito e indeterminado, se encuentra con la incomprensibilidad de ese secreto divino e incomprensible, se humilla y, por decirlo así, se detiene, sin experimentar otra cosa que estupor en el resplandor intelectual. Todavía sin ninguna mutación es agitado por la iluminación intelectual y se orienta, inmóvil como está, hacia el secreto suprasubstancial, permanece unitario y extraviado frente al interior inaccesible de ese esplendor indivisible y recibe la belleza que proviene de Él."

"Para el intelecto es natural entender; pero el entender se ejerce en el movimiento y en el cambio. Sin embargo, cuando el intelecto está en Dios se encuentra por encima de la intelección y del movimiento, luego se puede decir, con toda justicia, que el intelecto que se representa a Dios en forma absoluta está por encima de la propia naturaleza. Es evidente que todo concepto proviene de un objeto, pero donde no se contempla ningún objeto, no nace ni se encuentra ningún concepto. Por lo tanto, al no poder ser visto realmente, Dios suele impresionar el intelecto con lo que está en torno a él, es decir, con las realidades con las que opera, las cuales tienen un lugar privilegiado que procede de quien tiene el poder. Ahora bien, el intelecto está acostumbrado a contemplar, en todas las otras realidades, la conjunción de las potencias y el poder, y busca experimentar lo mismo respecto de Dios. Pero, obviamente, no puede hacerlo, dado que ello sobrepasa la naturaleza de todo intelecto creado; contempla, entonces lo que está en torno a Dios y se lo representa sin verlo, es decir, con una simple noción de conjunto. Aferrándose a un aura silenciosa, llega a participar de la divina benevolencia y, gracias a la acción del Espíritu divino, de pensar en forma continua es arrebatado a un estado sin forma, sin cualidad, simple que penetra en el corazón con gran rapidez, por la potencia del Espíritu sobrenatural. Permanece en la representación de Dios sin entender nada, es más, permanece habiendo sobrepasado toda comprensión, porque de entender lo que está en torno a Dios, asciende a la divina representación, como se ha dicho, y se vuelve simple. Se dice, pues, que el intelecto finaliza más allá de la propia naturaleza en la medida en que termina ubicándose más allá de toda comprensión.

Cualquier realidad que se denomine secreta, necesariamente debe tener algo manifiesto que la sustente y permita suponerla. Si no fuese así, ella se parecería, más bien, a un no ser, porque lo que no ofrece absolutamente ninguna manifestación reconocible de existencia, puede ser considerado como algo que no existe en absoluto. En consecuencia, incluso la parte secreta de Dios tiene unido algo que, de algún modo, se hace manifiesto; siguiendo eso como una huella, el intelecto recibe la percepción de esa condición secreta de lo divino a través de lo que resulta comprensible en Dios, y a partir de allí, asciende a lo incomprensible. Una vez que ha llegado a ese límite, comprende que se trata de algo que escapa a su capacidad natural de entendimiento, algo que se coloca por encima de cualquier capacidad intelectual de comprensión, incluso la angélica, en cuanto es sobrenatural. No obstante advierte que eso es causa, principio y fin de toda naturaleza, esencia y existencia, que se trata de algo sobrenatural y suprasubstancial; también comprende que al ser increado, sin principio, indeterminado, imposible de circunscribir a una naturaleza particular, un lugar determinado o un tiempo específico, eso trasciende infinitamente toda realidad. En efecto, se trata del Uno secreto que sobrepasa al intelecto."


"Los contemplativos dirigen su mirada a Dios uniformemente uno en la forma sin forma y más que sobrenatural, en la belleza inmaterial y sin composición, en la simplicidad; lo contemplan en acto de iluminar todo intelecto con luminosa belleza, cual si se tratara de rayos; felicidad indecible e inexpresable; fuente generosa de bienes y belleza que fluye perpetuamente; tesoro rebosante de gloria inagotable que colma los intelectos sin ojos de suma delicia, regocijo y deleite; alegría pura que, en un perpetuo fluir, procede místicamente de esa Hénada divina y sobrenatural que sobrepasa todo en impenetrable secreto. Ven también cuán inescrutable e infinito es el piélago que fluye de esa bondad inefable, de ese amor inexplicable y esa providencia inconcebible, en infinita potencia e inefable sabiduría; ven cosas que son incomprensibles incluso para los ángeles y los mismos serafines en cuanto exceden todo intelecto. Se detienen, así, en las realidades del siglo presente, recogidas en nosotros por razones casi indecibles, reconstruidas, regeneradas y perfeccionadas conforme al siglo futuro; cosas que vuelven estático incluso al intelecto de los querubines, que piensan esto de manera confusa.

¡Oh, bondad y consejo de Dios, amor, benevolencia, potencia, sabiduría y divina providencia! En verdad, 'bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido cubiertos', ¡y bienaventurado el hombre que el Señor educa e instruye con su ley y el Espíritu!"


"Indudablemente, entre todos los seres que existen y son pensados, Dios es la más excelsa belleza y bondad; por su parte, entre todos los seres visibles, el hombre es -según la naturaleza- incomparablemente superior a cualquiera de ellos; mientras, en lo que atañe a la gracia, pertenece a un rango mucho más elevado que el de los ángeles. En efecto, es sabido que al aproximarse a lo que está más allá del pensamiento sin la necesaria experiencia de una abundante gracia iluminadora, el intelecto contemplativo permanece asombrado en medio de las realidades existentes entre Dios y los hombres. Sin embargo, una vez que, mediante la potencia espiritual activa en el corazón, asciende a la suprema belleza y bondad, a Dios, y entra en Él por medio de un don todavía más divino, ve en modo unitario y se asombra, y habita en el silencio de ese abismo que sobrepasa al intelecto. Se podría decir que ésa es la verdadera prueba del primer descanso sabático, del cual el descanso de Dios, luego de la creación de los seres, es arquetipo, y de otro descanso sabático -del cual es verdadero ejemplo el dejado al pueblo de Dios- según el cual el intelecto goza manifestamente de un descanso superior y de otro género, después que se ha vuelto de Dios hacia sí mismo y se ha reconocido como imagen del arquetipo, percibiendo, finalmente, cómo son las realidades que están entre Dios y los hombres. Entonces, pasa no sólo a lo que está más allá del intelecto y la mente, sino que, en modo apropiado y en admirable estupor, está pleno de alegría y exultación espiritual, verdaderamente radiante en el silencio por esas iluminaciones y operaciones divinas que, superándolo, se dirigen y se unen a la Hénada de la divina y sobrenatural deidad en Cristo Jesús." [3]

Notas:

[1] Toshihiko Izutsu, "Sufismo y taoísmo", vol. 1, ed. Siruela.
[2] Filocalia, vol. 2, ed. Lumen.
[3] Todas las citas pertenecen a: Filocalia, vol. 4, ed. Lumen.

2 comentarios:

  1. Maravilloso texto el que has exhumado, de mi parte te lo agradezo. Me ha soprendido.

    Dicho sea de paso, dentro de lo poco que sé, una vez más me asombra la altura metafísica de la tradición ortodoxa, al menos de algunas de sus expresiones. Así como la clara correspondencia que presenta con las enseñanzas de otras tradiciones.

    En ese texto en particular, me regocija comprobar que hay una clara superación de la apofática rudimentaria, meramente negativa, y que a la vez no deriva en una afirmación positiva igualmente rudimentaria. Se sale, por decirlo así, de la antinomia entre conocimiento determinado y absoluto desconocimiento que es un lugar común en los estudios metafísicos.

    En ese sentido, me parece muy interesante cómo el autor expresa con sencillez la sutil paradoja de un no-entender que es un entender. Es decir, un no-conocimiento que, en tanto constituye una certeza intelectual, es un conocimiento. Y que por ser un conocimiento en el no-conocimiento está abierto a aquello que lo trasciende. Pues sin ese ir más allá de su propio desconocimiento, la experiencia del "no saber" sería equivalente a una pura y simple ignorancia (como bien señalas en tu introducción).

    Y entre las correspondencias que a vuelo de pájaro se perciben, además de la que señalas a propósito de Izutsu y la ahadiya, asoma lo que el tasawwuf denomina el sirr, el secreto esencial.

    Obviamente ese texto también recuerda a Nicolás de Cusa. Y me pregunto si no hubo alguna recepción de éste autor bizantino por parte del cusano. Aunque la importancia de esto es secundaria, pues lo que importa son las ideas en sí mismas y no los derroteros mundanos por las cuales alguien se encuentra con ellas. Además el cusano bebió de fuentes griegas y fue muy "libre" en lo que a la sujección a la escolástica romana se refiere.

    En fin, la cosa da para mucho. Este es un comentario al pasar, ante todo para expresar mi entusiasmo y para agradecerte el aporte. Saludo.

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  2. Querido Máximo: muchas gracias por el aporte. Ciertamente, las correspondencias con otras tradiciones son notables, y esto se hace evidente en algunas de las expresiones que utiliza el autor. Además deja claro en su obra que la quietud y el descanso del intelecto no deben comprenderse como algo inerte y estático, que también puede ser un lugar común de una mala metafísica, sino como una verdadera participación en la vida intradivina.

    "Dios descansó, ciertamente, pero no lo hizo de todas sus obras sino solamente de aquellas que había comenzado a crear; de aquellas que no tienen principio, es decir, de las que son increadas y connaturales a Él, no descansó. Análogamente, el intelecto, a imitación de Dios, siguiendo al Verbo divino y el Espíritu vivificante y atravesando la creación visible, no descansa de las obras que le son connaturales, que no han tenido principio ni tendrán fin, en cambio, sí lo hace de las obras visibles, las que tienen un principio y un término. Ahora bien, mientras en el descanso corporal, al descanso del cuerpo sigue la inmovilidad, en la estructura del intelecto sucede todo lo contrario. En efecto, si el intelecto no fuera siempre móvil, debido a la continua inspiración vivifcante y cognoscitiva del Espíritu y según la mirada cognoscitiva depositada en las cosas visibles, ni siquiera sabría si existe un descanso intelectual que se desenvuelve perpetuamente en torno a Dios y de modo unitario: descanso que deifica a quien participa de la inexpresable e indecible quietud que existe en Cristo."

    Aprovecho para dejarte un pasaje de san Simeón el Nuevo Teólogo, cuya obra Calixto probablemente conocía, donde, de un modo sencillo también expresa paradojalmente la experiencia suprema que supera toda afirmación y negación:

    “Al elevarnos nosotros hacia lo más perfecto, ya no se presenta como al principio, sin forma y sin figura el que es sin forma y sin figura, ni en silencio lleva a cabo en nosotros la presencia y el advenimiento de su luz. ¿Cómo, entonces? De alguna forma, en todo caso en forma de Dios. Mas Dios se muestra con simpleza, no en un dibujo o en una impronta, sino tomando forma en una luz incomprensible, inconcebible y carente de forma -pues nada más nos es posible decir o expresar-, mientras se muestra de forma manifiesta y se hace reconocer de manera harto comprensible y se deja ver, siendo invisible, de forma totalmente penetrante, e invisiblemente habla, escucha y cara a cara, como un amigo con su amigo, conversa el que es Dios por naturaleza con los que han sido hechos dios por su gracia. Y cual un padre, ama y es amado ardientemente por sus hijos y se convierte para ellos en extraño objeto de contemplación y en audición aún más estremecedora, sin que pueda ser explicado por ellos como se merece ni soporte verse envuelto en un completo silencio.”

    En cuanto al cusano, lo que se sabe es que conocía bien la obra de Eriúgena (y a través de éste la de los Padres griegos), de Eckhart y de otros, entre los que se reconoce un cierto vínculo intelectual. Pero también se cuenta que en uno de sus viajes, cuando regresaba en barco desde Constantinopla, tuvo una experiencia espiritual, a partir de la cual nació la obra que conocemos como "De docta ignorantia". Más allá de lo que esto signifique, la "afinidad" entre los autores es innegable.

    Un abrazo.

    V.

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