LUZ TABÓRICA

Luz Tabórica
"No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros."

San Gregorio Palamas


miércoles, 27 de agosto de 2014

El Nombre ilimitado

"El olvido del carácter ontológico de los Nombres divinos, la ausencia de experiencia de ellos en la oración y en la celebración de los sacramentos ha vaciado la vida de muchos creyentes. Para ellos, la oración e incluso los mismos sacramentos pierden su realidad eterna."

Archimandrita Sophrony


La doctrina de los Nombres Divinos, presente a lo largo de los siglos en la tradición cristiana, pero con numerosas correspondencias en otras formas tradicionales, ha sido muchas veces incomprendida, e incluso rechazada, en las bases fundamentales de su dimensión interior. Las malinterpretaciones de esta enseñanza son, en buena medida, producto del obtuso racionalismo promovido por ciertas corrientes de la teología academicista moderna. Sin embargo, otros errores y desviaciones, es menester reconocerlo, se han constatado en diferentes momentos de la historia.

En el texto cuya traducción presentamos en esta entrada, los autores concentran sus esfuerzos en demostrar la perfecta ortodoxia de dicha doctrina y resaltan su continuidad con una transmisión sapiencial vinculada al tronco mismo de la tradición abrahámica. Esto es motivado, principalmente, por una lamentable controversia suscitada en el seno de la Iglesia Ortodoxa Rusa en los comienzos del siglo XX a raíz de la supuesta herejía de los llamados "adoradores del Nombre". Por un lado, estaban los opositores más radicales a toda glorificación de los Nombres, cuyo punto de vista, por analogía con el arte tradicional, podríamos denominar "iconoclasta", pues comprendían estos elementos de la religión sólo desde un aspecto volitivo y terreno y veían en los Nombres Divinos  un medio puramente humano e instrumental para representar el movimiento del alma hacia Dios y el modo de expresión alegórico relativo a la naturaleza divina en el que se asienta la teología afirmativa. En el otro extremo se situaban los "adoradores del Nombre" propiamente dichos, quienes defendían legítimamente la presencia de Dios en la invocación de los Nombres, pero, desgraciadamente, en algunos casos posiblemente minoritarios, no estuvieron exentos de excesos y desviaciones, pues llegaron al extremo de atribuirle al Nombre un poder divino esencial y por naturaleza, es decir, identificaron y confundieron de un modo sustancialista los Nombres expresados humanamente con la Esencia divina en su absolutidad innominable. Ambas posiciones son igualmente incorrectas. En 1912 el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rusa condenó expresamente los errores derivados de la "adoración del Nombre", pero esta discusión, como bien han advertido algunos teólogos contemporáneos de renombre, está lejos de haber concluido,  pues nunca hubo una posición oficial definida respecto a la doctrina auténtica. Aún hoy, algunos racionalistas que se oponen a la  glorificación de los Nombres siguen escudándose en este Sínodo para defender su posición, que es, desde todo punto de vista, completamente antitradicional.

Afirmar, como hicieron algunos santos, que "el Nombre de Dios es Dios mismo", es una expresión fuerte, y hasta podría sonar impía si estas palabras no se interpretan correctamente. Como podemos ver, es un tema complejo y sutil, y sus fundamentos teóricos están vinculados indisociablemente a ciertos medios y posibilidades de realización espiritual. La mejor forma de abordarlo y de superar toda posible controversia es tomar como punto de partida la distinción tradicional entre la Esencia  Divina, que permanece absolutamente inaccesible e incognoscible en su Misterio abismal, y las Energías increadas, es decir, los Actos u Operaciones divinos a través de los cuales Deidad Oculta se autorevela en su interior y se manifiesta "exteriormente" para hacerse conocida a través de la impronta creatural de las Razones de los seres contenidas eternamente en el Logos. En relación a esto, San Juan Damasceno afirma:

"La emanación o energía divina es una, simple e indivisible; aunque se diversifica en los seres divisibles, para bien de ellos, acordando a cada uno los elementos constitutivos de su naturaleza, siempre se mantiene simple, pues se multiplica en los divisibles indivisiblemente, denominándolos y reuniéndoles en su propia simplicidad". [1]

Estas Energías increadas que dan forma y actúan sobre la totalidad de la Existencia y se manifiestan como un don gratuito para cada hombre en el modo más apropiado a su naturaleza y según la medida de su purificación interior, revelan los diferentes Atributos divinos en su multitud inconmensurable, es decir, constituyen el aspecto increado e inexpresable de los Nombres de Dios en cuanto participaciones indivisibles de Su Emanación primordial y como Arquetipos eternos esencializadores de las criaturas preexistentes en Él. En el polo opuesto, en forma análoga a la materia sobre la que un iconógrafo plasma su obra de acuerdo a las modelos celestes revelados por el Iconógrafo divino, el aspecto creatural de los Nombres, es decir, las palabras susceptibles de ser expresadas en el lenguaje humano que han sido preservadas por la Tradición, conforman el soporte terreno para la elevación del intelecto y el descenso concordante de la Luz increada que posibilita el conocimiento y la participación plena en las realidades espirituales comunicadas inexpresablemente en el lenguaje divino. Para respaldar lo que aquí decimos, traemos a colación el testimonio y la enseñanza del Archimandrita Sophrony, un maestro y padre espiritual del siglo XX, sabio transmisor de la espiritualidad hesicasta. Aquí, hablando sobre la práctica de la "oración del corazón", explica cómo debe comprenderse este doble aspecto, creado e increado, del Santo Nombre de Jesus:

"El Nombre de Jesús, como portador del conocimiento y como energía de Dios, está en relación con el mundo; además, en cuanto Nombre propio, está ontológicamente vinculado a la hipóstasis que nombra. Este Nombre es, pues, una realidad espiritual. Su sonido puede indentifcarse con el nombrado, pero no necesariamente. Su dimensión fonética ha sido otorgada a muchos mortales, pero cuando oramos damos a este Nombre otro contenido y lo proferimos con otra actitud espiriutal. Es un puente entre nosotros y la persona del Señor, es un canal por que el que recibimos la fuerza divina. Procedente del Dios Santo, es él mismo santo y nos santifica a través de su invocación. Con este Nombre y gracias a él, la oración recibe una cierta tangibilidad: este Nombre nos une a Dios. En este Nombre, en Cristo, Dios está presente como en un receptáculo, como en un vaso precioso lleno de perfume. A través de él, el Trascendente llega a ser inmanente de una manera perceptible. Siendo energía divina, procede de la Esencia divina y es en sí misma divina.
(...) Después de la venida de Cristo, todos los Nombres divinos se nos abren en su significación más profunda. Deberíamos también temblar -como sucede a muchos ascetas con los que tuve ocasión de vivir- al pronunciar el santo Nombre de Jesús. Es atrevido por mi parte afirmar que yo mismo he podido ser un testimonio viviente de que, invocando este Nombre adecuadamente, todo nuestro ser se llena de la presencia del Dios eterno; su invocación transporta nuestra mente a otras esferas; nos dota de una peculiar energía de una nueva vida. La Luz divina, de la que no es fácil hablar, se hace presente con este Nombre." [2]

Por lo tanto, la invocación y glorificación de los Nombres -especialmente, para los cristianos, del "Nombre que está sobre todo Nombre", el origen y consumación de todos Ellos- es la vía iluminativa del "recuerdo de Dios", el camino ascendente que conduce a la adquisición gradual de la "estatura de la plenitud de Cristo", del "Hombre Perfecto" (Efesios 4:13), del Hombre-Dios, cuyo Nombre santo comprende sintéticamente la totalidad de los Atributos divinos.


Notas:

[1] Basilio Tatakis, "Filosofía Bizantina", ed. Sudamericana, 1952.
[2] Archimandrita Sophrony, "Ver a Dios como Él es", ed. Sígueme, 2002.


 

El Nombre ilimitado

Por el Metropolita Ephraim de Boston, el Obispo Gregory de Brookline y Thomas Deretich (HOCNA)


Por la noción "Nombre de Dios", los cristianos ortodoxos queremos decir dos cosas: 1) Nos referimos a la Verdad revelada acerca de Dios y 2), en otro sentido, nos referimos también a las palabras humanas y creadas por las cuales esta Verdad revelada se expresa. La Verdad eterna y revelada acerca de Dios existe y siempre existirá, ya sea que la expresemos en nuestro lenguaje humano o no. Esto es lo que nuestro Salvador nos da a entender cuando, en el Evangelio de San Juan, Él les dice a los Judios:
"Pero ahora quieren matarme a mí, al Hombre que les dice la Verdad que ha oído de Dios." (Juan 8:40)

¡Nadie en su sano juicio podría afirmar que la Verdad que Dios Hijo escuchó de Dios Padre fue comunicada con palabras humanas! La comunicación en la Santísima Trinidad es totalmente inefable. Sin embargo, es esta misma Verdad, la Verdad increada e inefable de Dios, la que nuestro Salvador, cuando se hizo hombre por nosotros, nos reveló en el lenguaje humano. Esta es también la misma Verdad divina con la que el Espíritu Santo iluminó a los Apóstoles el día de Pentecostés, de acuerdo con la promesa de nuestro Salvador:

"Cuando Él, el Espíritu de la Verdad, venga, los guiará a toda la Verdad: porque no hablará por Sí mismo, sino que dirá de todo lo que oiga" (Juan 16:13)

Una vez más, la Verdad que el Espíritu Santo hablará, y a la que guiará a los discípulos de Cristo, es una Verdad inefable y divina, que Él ha recibido del Hijo. Sin embargo, ¡esta es la misma verdad que el Espíritu mostró a los Apóstoles y que ellos predicaron con palabras humanas en todo el mundo conocido!

Estos ejemplos ilustran claramente los dos aspectos de la revelación de Dios y la distinción que hay entre ellos: la Verdad increada y eterna de la revelación de Dios, y las palabras y conceptos humanos creados con los que esta revelación es articulada con el objeto de hacerla accesible a la mente humana. Y esta es la misma distinción que existe entre el Nombre increado de Dios, es decir, la Verdad eterna relativa a Dios, y los nombres creados de Dios, o sea, las palabras y los conceptos humanos que la Iglesia nos ha enseñado a utilizar con el fin expresar la Verdad eterna acerca de Dios.

Es exclusivamente en el primer sentido, es decir, en el sentido de la Verdad increada acerca de Dios, que decimos que el Nombre de Dios es una Energía de Dios, porque toda revelación de Dios acerca de Sí mismo, cada Verdad relativa Dios, es Su propia Energía. Es en el último sentido, esto es, en términos del lenguaje humano, que los nombres de Dios son a la vez creados y temporales, son parte de este mundo y, ciertamente, no son una Energía de Dios.

El destacado profesor ruso y autor de libros sobre teología ortodoxa, Serge Verhovskoy, discute estos dos aspectos del Nombre de Dios, en su libro "Dios y el hombre":
"Una forma particular de la revelación de Dios es, para decirlo brevemente, la revelación de Dios en los Nombres Divinos. Un Nombre de Dios, en cuanto palabra humana, es, por supuesto, creado. (Es, por lo tanto, posible usarlo sin sentido alguno o "en vano." La identificación de un Nombre de Dios, en cuanto palabra [creada], con Dios mismo es una herejía que fue condenada por el Santo Sínodo de Rusia en el siglo XX.) Pero Dios mismo puede morar y actuar en él.
"El aspecto Divino de un Nombre de Dios es, por así decirlo, una Divina "autodefinición" o un pensamiento de Dios acerca de Sí mismo. La presencia de un principio divino en los Nombres Divinos se desprende de toda la actitud del Antiguo Testamento hacia Ellos. El Nombre de Dios es Santo, y Dios se santifica a Sí mismo en Su Nombre (Lev 22:32). Los hombres pueden ofender el Nombre de Dios por sus pecados (Am 2: 7). Dios actúa por el bien de su Nombre (Ez 39:7, 25) El Nombre de Dios es uno, grande y eterno, como lo es Dios mismo (Sal 9:2, 134:13, Zach 14: 9). Dios actúa a través de su Nombre (Sal 53:1). Si no hubiera nada divino en el Nombre de Dios, ¿cómo sería posible para nosotros bendecirlo, alabarlo y amarlo, adorarlo y servirlo, regocijarnos en él y ser perseguidos por su causa? Finalmente, es notable que Dios nos revele Sus Nombres (por ejemplo, Ex 3. 13-14, 6, 3). De esto se deduce que Ellos expresan la auténtica realidad divina.
"Dios, en Sus Nombres, está cerca del hombre (Salmo 75:1). La presencia de Dios es equivalente a la presencia del Nombre de Dios. El Nombre de Dios habita en toda la tierra y especialmente en Tierra Santa, en Israel, en Jerusalén, en el templo y en los individuos. Los Judios quisieron dar a sus hijos nombres en los cuales había un Nombre Divino (Ismael, Juan, Joaquín, Jesús, etc)
"Hay alrededor de cien Nombres Divinos en el Antiguo Testamento. Cada uno de ellos tiene su propio significado. Es posible incluir en ellos toda la teología del Antiguo Testamento. El Nombre Divino es "maravilloso" (Jue 13:. 17-18); es el "recuerdo de Dios" (Ex 03:15). Dios revela su Nombre a fin de que los hombres le conozcan (Ex 6: 3, 33:19; Jer 23:6). "

Más adelante, escribe:

"Él se nos revela en los Nombres Divinos, en las perfecciones y las acciones [es decir, Energías], que nos hacen conocer algo, no sólo sobre el Creador y la Providencia, sino también sobre Dios en Sí mismo, ... Él se manifiesta como el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, como Unidad, Vida, Esencia, Bondad, Verdad, Belleza, Santidad, Amor, y como muchos otros atributos [es decir, Gracias y Nombres] que realmente le pertenecen, aunque de una manera distinta a la que somos capaces de imaginar."

El conocido jerarca griego, Metropolita Hierotheos Vlachos, concuerda y escribe:

"El nombre de Dios es la Energía de Dios. Es conocido por nuestra teología ortodoxa que Dios tiene Esencia y Energía. Incluso las cosas creadas tienen esencia y energía; el sol, por ejemplo, es un cuerpo celeste y emite su luz y su fuego es algo que se quema y emite energía, es decir, calor y luz. Pero Dios, puesto que Él es increado, es a la vez la Esencia increada y Energía increada; con respecto a Su Esencia, Dios es sin nombre y está más allá de todo nombre, pero con respecto a Sus energías, Él tiene muchos Nombres.
"Cada vez que Dios se reveló a los hombres, Él reveló una de Sus Energías, tales como Amor, Paz, Justicia o Filantropía. De esta manera Él entra en comunión con los hombres. Por esta razón también digo que los Nombres de Dios son Sus Energías. Cada vez que, en verdad, alguien menciona el Nombre de Dios con compunción, humildad, arrepentimiento, fe, etc, recibe conocimiento y experiencia de la Energía de Dios."

En Su Esencia, Dios es incognoscible y no puede ser comprendido o descripto por ninguna criatura. Su Esencia no tiene nombre, ninguno puede ser aplicado a la Esencia inefable.

Pero en Sus Energías, en Su Poder y Gloria, en Su Divina Gracia y Revelación, Dios se revela y se hace conocido en la medida en que el hombre es capaz de comprenderlo. He aquí lo que el Metropolita Filaret de Chernigov, un prominente teólogo de la Iglesia Rusa en el siglo XIX, dice con respecto al Nombre de Dios:

"El Nombre de Dios es el ser de Dios en el aspecto en que puede hacerse conocido."
(...)

Algunas herejías antiguas (por ejemplo, los eunomianos) no reconocieron la Divinidad de Cristo, pero sí afirmaron conocer la Esencia de Dios y, por lo tanto, le atribuyeron a la misma etiquetas hechas por el hombre. No obstante, los eunomianos fueron decididamente condenados por los Santos Padres y los Santos Concilios de la Iglesia.

Pero, contrariamente a lo que algunos afirman hoy, el Eunomianismo no es lo que nuestros santos, o los escritores de la Iglesia antes mencionados, enseñan. Nadie -absolutamente nadie- conoce la Esencia de Dios, ni nadie puede atribuir un nombre a esa Esencia.

A continuación, se citan varios textos bíblicos y patrísticos que confirman la enseñanza cristiana ortodoxa sobre el Nombre de Dios:

El Pastor de Hermas, un antiguo documento cristiano (c. 150 dC), dice: "El Nombre del Hijo de Dios es grande e ilimitado, y sostiene el universo entero". Los cristianos ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo- es "ilimitada y sostiene el universo entero". Por lo tanto, está claro que aquí, el Pastor de Hermas equipara la gracia de Dios con el Nombre ilimitado del Hijo de Dios.

San Clemente de Roma hace lo mismo, cuando nos dice: "Fue por medio de Jesucristo, que Él nos ha llamado 'de las tinieblas a la luz ', de la ignorancia al reconocimiento de Su glorioso Nombre. [Concédenos, Señor], que podamos poner la esperanza en Tu Nombre, que es el origen de toda la creación". Una vez más, los cristianos ortodoxos creen que sólo la gracia de Dios -es decir, sólo Dios mismo- es "el origen de toda la creación". Es obvio, pues, que aquí San Clemente de Roma también identifica el "glorioso Nombre" con la Gracia de Dios.

San Cirilo de Alejandría hace exactamente la misma identificación cuando nos instruye:

"[Cristo] dice que sus discípulos deben mantenerse en el Nombre del Padre, es decir, en la Gloria y el Poder de Su Deidad."

El Salmo 19: 1 también identifica el Nombre con el Poder de Dios:

"El Señor te escuche en el día de la aflicción;
que el Nombre del Dios de Jacob te defienda ".

El Salmo 101: 15 nos dice exactamente lo mismo:

"Y las naciones temerán tu Nombre, oh Señor,
Y todos los reyes de la tierra se rendirán ante Tu Gloria ".

Aquí, de nuevo, vemos esta identidad de "Nombre" y "Gloria".
El Salmo 71:17 dice que Su nombre es "anterior al sol", es decir, anterior a la creación:

"Sea Su Nombre bendito por los siglos;
Anterior al sol, que Su Nombre persista".

El Synodicon de la Ortodoxia identifica la Gloria de Dios con Dios mismo, cuando se nos dice que esta Gracia, o Energía, o Luz, o Gloria y Poder, o Revelación, "emana inseparablemente de la Esencia de Dios", aunque es distinta de la Esencia . Es decir, esta Energía Divina, esta "Gloria y el Poder de Su Deidad" es Dios mismo.

San Gregorio Palamas afirma: "Cada Poder o Energía [de Dios] es Dios mismo." Este "Poder o Energía", que es Dios mismo, es "ilimitado" y "anterior a la creación".

En "La Guía", San Anastasio el Sinaíta expone el siguiente discurso:

"Pregunta: ¿La denominación "Dios" se refiere a la Esencia, a la Persona o a la Energía, es un símbolo o una metáfora?
"Respuesta: Está claro que [la denominación] "Dios" se refiere a la Energía. No representa a la Esencia misma de Dios, porque es imposible conocerla, sino que representa y revela Su Energía que puede ser contemplada".

El más grande Consejo hesicasta, el Concilio de Constantinopla de 1351, confirmó esta enseñanza en su extenso decreto dogmático, llamado Tomo Sinodal, al afirmar que la Energía de Dios "es llamada 'Deidad' por los santos". El Consejo también citó con aprobación la enseñanza de San Anastasio de que el nombre "Dios" se aplica a la Energía divina. San Gregorio Palamas firmó el Tomo del Concilio de 1351, y este Concilio también ratificó su Confesión escrita de la Fe Ortodoxa.

En sus escritos, San Gregorio Palamas se refiere tanto al Nombre increado de Dios (que es la Energía de Dios y por lo tanto Dios mismo) como a las palabras creadas (que no son una Energía de Dios), en las cuales, sin embargo, Dios mismo habita.  En su Homilía 53, por la Entrada de la Madre de Dios en el Santo de los Santos, San Gregorio Palamas afirma que el Santo de los Santos era "el lugar asignado solamente a Dios, es decir, el que fue consagrado como Su morada, y donde Él dio audiencia a Moisés, Aarón y a aquellos de sus sucesores que fueron igualmente dignos". San Gregorio Palamas afirma también, un párrafo antes en la misma homilía, que el Santo de los Santos fue "la morada, como David lo llama, del Santo Nombre" (Salmo 74: 7). La Gloria y Energía increada de Dios es llamada, por el Profeta David, como "Nombre" de Dios. El Santo de los Santos era la morada del "Santo Nombre" increado, que es lo mismo que "solamente Dios", según San Gregorio Palamas. En su "Confesión de la Fe Ortodoxa", San Gregorio Palamas también se refiere a la habitación de Dios en las palabras creadas de las Sagradas Escrituras, del mismo modo en que Él mora en los santos, los iconos, y la Cruz: "veneramos la forma benéfica de la honorable Cruz , los templos y lugares gloriosos y las Escrituras dadas por Dios, por el Dios que mora en ellos". Por lo tanto, según San Gregorio Palamas, Dios mora en las palabras santas (creadas), pero el "Nombre" (increado) de Dios (Sal 73:7) es "solamente Dios".

San Juan de Kronstadt está de acuerdo con los textos escriturales y patrísticos anteriores: "su Nombre es Él [Dios] mismo" y "El Nombre de Dios es Dios mismo."

El Nombre de Dios, por lo tanto, debe entenderse de dos sentidos: 1) en su sentido divino y eterno, cuando se trata de una Energía de Dios; y 2) en su sentido humano y creado, cuando, ciertamente, no es una Energía de Dios.

En conclusión, vemos, por lo tanto, que, desde muchas fuentes, antiguas y nuevas, la voz de la Iglesia sigue resonando claramente en este tema.

Fuente: http://www.thewonderfulname.info/



domingo, 3 de agosto de 2014

Teología de la Creación, por Ioannis D. Zizioulas

El texo que publicamos en esta entrada es una traducción al español de una homilía del reverendo Metropólita de Pérgamo P. Ioannis D. Zizioulas, pronunciada en Zúrich, el 10 de marzo de 1989. El brillante teólogo esboza aquí los lineamientos fundamentales para una Teología de la Creación, con un alcance tanto cosmológico como metafísico, y deduce, a partir de este desarrollo, la función primordial a la que está llamado el hombre, en su carácter de mediador entre lo creado y lo increado, desde antes del principio de los tiempos. Decidimos realizar esta traducción por la relevancia incontestable de este tema, pues merece ser el punto de partida para meditaciones y estudios posteriores, y por sus importantes consecuencias doctrinales.

A partir de lo que podríamos denominar como "cosmología cristiana", el autor pone de manifiesto la aplicación de una orientación hermenéutica que le permite penetrar en el simbolismo y la hierohistoria evangélica en su dimensión más profunda y universal. Esto no implica, de ningún modo, un rechazo al aspecto histórico e institucional de la tradición, es decir, a su dimensión horizontal, pues ésta constituye, en primer lugar, el soporte icónico de la revelación, en cuanto imagen y participación de realidades de orden superior que se desvelan en los diferentes grados de su dimensión vertical, y por lo tanto, el escalón inicial para el ascenso espiritual del hombre desde su condición caída. De este modo, la Encarnación, el Sacrificio en la Cruz, la Muerte y la Resurrección de Jesús, eventos de suprema importancia en la economía de la salvación, pueden ser vistos al mismo tiempo, como bien advirtieron los Padres, como claves simbólicas para la comprensión intelectual del misterio del Cristo Cósmico, es decir, del Hombre Universal.


.·.



Fuente: el texto original, en inglés, fue tomado del website Orthodox Outlet for Dogmatic Enquiries.

Si bien no compartimos la orientación de algunos de los artículos allí publicados, puede encontrarse material valioso de autores importantes, como en el caso de la homilía que aquí publicamos.



-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.


"El hombre es un animal llamado a convertirse en Dios", dijo uno de los Padres de la Iglesia. Y es por eso que la Palabra se hizo carne: para abrirnos, a través de la carne santa de la tierra transformada en eucaristía, el camino a la deificación. Pero también hay otro camino, terrible, por el que el hombre ha querido - y todavía quiere- hacer del mundo su presa, para ser su tirano y no su rey y sacerdote. Él ha hecho para sí mismo, fuera de las posibilidades de transparencia de todas las cosas cuando son restauradas en Cristo, el espejo de Narciso.

Hoy ese espejo se está rompiendo; el mar materno está contaminado, los cielos están rasgados, los bosques están siendo destruidos y las zonas desérticas están aumentando. Debemos proteger la creación; mejor aún, debemos embellecerla, hacerla espiritual, transfigurarla. (...) Sin embargo, no se hará nada a menos que haya una conversión general de las mentes y los corazones (en la Biblia, la mente y el corazón son la misma cosa) de los hombres. Nada va a suceder a menos que nuestra oración personal y litúrgica, nuestra vida sacramental y nuestro ascetismo recuperen su dimensión cósmica. Hoy deseo esbozar una teología de la creación.



Reunificando todo el universo bajo un solo Señor, que es Cristo.

La cosmología es una forma de conocimiento que nos es dada en Cristo por el Espíritu Santo.

"El misterio de la Encarnación de la Palabra", escribió San Máximo el Confesor, "contiene en sí todo el sentido del mundo creado. Aquel que entiende el misterio de la Cruz y de la Tumba conoce el sentido de todas las cosas, y el que es iniciado en el sentido oculto de la Resurrección entiende el fin para el cual Dios creó todas las cosas desde el principio ".

Si esto es así, significa, en efecto, que todo ha sido creado por y para la Palabra, como dice el apóstol (Col. 1:16-17), y que el significado de esta creación se nos revela en la re-creación efectuada por esta misma Palabra tomando la carne, por el Hijo de Dios volviéndose hijo de la tierra. (...) La Palabra es el arquetipo de todas las cosas, y todas las cosas encuentran en él su consumación, su "recapitulación". (...) Tal es en efecto el "misterio de la voluntad del Padre", que el apóstol anuncia a los Efesios: "Para que pudiera unir todas las cosas en Cristo, tanto las del cielo y las de la tierra" (Efesios 1:10) .

Por lo tanto, es la Iglesia como misterio eucarístico la que nos da el conocimiento de un universo que fue creado para convertirse en eucaristía. La eucaristía como espiritualidad y como acción se corresponde con la eucaristía como sacramento. "Hacer eucaristía (es decir, dar gracias) en todas las cosas", como dice Pablo (1 Tes. 5:18). En esta perspectiva, los Padres afirman que la Biblia histórica nos da la clave de la Biblia cósmica.  En esto son fieles a la noción hebrea de la Palabra, que no sólo habla, sino que crea: Dios es "verdadero" en el sentido de que su Palabra es la fuente de toda la realidad, no sólo histórica, sino también de la realidad cósmica. En el relato sacerdotal de la creación, las cosas existen sólo a través de una palabra divina, que las eleva y las mantiene en su ser. (...). La relación entre la Escritura y el mundo corresponde a la del alma y el cuerpo: a aquel que tenga en Cristo un entendimiento espiritual de la primera, se le dará un profundo entendimiento de la segunda.



Un movimiento dinámico hacia la transparencia

¿Qué nos dice este profundo entendimiento que nos llega a través de los Padres y de los profetas de todas las épocas de la Iglesia?


En primer lugar, hace dos afirmaciones complementarias: dice que la creación tiene su propia consistencia, pero está animada por un movimiento dinámico hacia la transparencia. Luego nos habla de la función que debe desempeñar el hombre, y por lo tanto de la creación en la historia de la salvación.

El universo no es simplemente una manifestación de la Divinidad. (...) Fue creado como algo radicalmente nuevo, de la nada (...) tal como está implícito, sobre todo, en los dos relatos de la creación en el Génesis. La noción de "nada" aquí es una especie de "límite" y sugiere que Dios, que no tiene algo "más allá", hace que el universo aparezca por una especie de "auto-retirada": el lugar del mundo está, pues, dentro del amor de Dios, un amor que es supremamente creador, mientras que al mismo tiempo es sacrificial. (...) El universo emerge de las manos del Dios vivo que ve que es tov, es decir, "bueno y bello". Por lo tanto, es querido por Dios, es la alegría de su sabiduría, y se regocija en ese gozo reverente que se describe en los Salmos y en los pasajes cósmicos del Libro de Job. (...)

La concepción bíblica y patrística de la creación rompe la obsesión cíclica de las religiones antiguas. La Creación, el pasaje perpetuo de la nada a la existencia a través de la atracción magnética del infinito, es un movimiento en el que se nos da simultáneamente el tiempo, el espacio y la materia.

Así, en la visión cristiana, la naturaleza es una realidad verdadera, dinámica, de ninguna manera divina en sí misma - sabemos que el Génesis, desde este punto de vista, "desacraliza" tanto las estrellas como los seres vivos-, pero aún así querida y deseada por Dios , que encuentra su lugar y su vocación en el amor divino.



La naturaleza es inseparable de la gracia

Al mismo tiempo, los primeros Padres, como los filósofos religiosos ortodoxos de nuestro siglo, al reflexionar sobre las grandes intuiciones paulinas, han rechazado nociones como la de "naturaleza pura". La gracia increada, la gloria de Dios, las energías divinas que resplandecen desde el Cristo resucitado, se encuentran en la raíz misma de las cosas. La naturaleza es inseparable de la gracia, y lo carnal, en su misma densidad, es soporte del espíritu.

Cada cosa expresa a su modo la gloria divina de acuerdo con la palabra viva por el cual y en el cual Dios la trae a la existencia. La oración está en el corazón de todas las cosas; su misma existencia es alabanza ontológica, y hay un ocultamiento en la claridad de su testimonio. Porque como dice San Pablo en 1 Cor. 15:41: "Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra estrella en gloria." Es la palabra doxa la que se traduce aquí por "gloria".

El mundo es don y palabra de Dios, y todas las palabras que Dios nos envía están contenidas en la Palabra eterna, que es inseparable de la respiración que nos da la vida. "El Padre ha creado todas las cosas por el Hijo en el Espíritu Santo", escribió San Atanasio de Alejandría, "para que la Palabra las haga cobrar vida en el Espíritu Santo". En la misma existencia del mundo, en su racionalidad y en su belleza, la Trinidad se revela. A la Iglesia de los primeros siglos le gustaba comentar en este sentido Efesios 6:04: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos." Dios "por encima de todo", la fuente de toda la existencia - el Padre; Dios "a través de todos", como sostén e inteligencia - el Logos, Palabra, Sabiduría y razón del universo; Dios "en todo" - el Espíritu, dinamismo de plenitud y belleza.



Cómo descifrar el universo de una manera creadora

Le corresponde al hombre descifrar de manera creadora el "libro del mundo, este inmenso alogos logos, o palabra sin habla", como Orígenes define al mundo. En el Génesis Dios le pide a Adán "nombrar a los animales", un nombramiento que incluye todos los modos de conocimiento y expresión, desde la contemplación hasta el arte y la ciencia. El hombre es un microcosmos, una síntesis de toda la creación, y puede, por lo tanto, conocerla desde adentro; es el vínculo entre lo visible y lo invisible, entre lo carnal y lo espiritual. Pero el hombre es ante todo una persona, a imagen y semejanza de Dios. Como tal, trasciende el universo, no para dejarlo atrás, sino para contenerlo, para dar expresión a su alabanza y brillar en su interior por la gracia.

Nicholas Berdyaev, un gran filósofo de la religión ortodoxa de la primera mitad de nuestro siglo, escribió:. "La persona no es una parte y no puede ser una parte de un Todo cualquiera, aun si ese Todo fuese el universo entero (...) Sólo la persona es capaz de poseer un contenido universal, de ser, en su unicidad, un universo en potencia (...) ".

El hombre debe escuchar las palabras cósmicas que Dios le está pronunciando, y devolvérselas como una ofrenda después de haber marcado las cosas con su poder creador. Y cuando digo hombre, me refiero, por supuesto, al hombre en comunión, me refiero a la humanidad en su vocación como "Mesías cósmico y colectivo".

De este modo, el hombre es, para el universo, la esperanza para recibir la gracia y la santificación. Pero también trae consigo el riesgo del fracaso y la caída; es por eso que, desde que se apartó de Dios, sólo vemos las apariencias de las cosas, la "sombra que pasa", como dice Pablo, lo que está a disposición de nuestros sentidos, aquello a lo que se puede "hincar el diente", como dice significativamente el lenguaje popular. Bloqueando parcialmente el fulgor de la luz divina, condenamos al mundo a la muerte y dejamos que el caos lo supere.



La vocación a la transparencia


La cosmología es inseparable de la historia de la salvación. La teología ortodoxa, la espiritualidad y toda la experiencia del Cristianismo Oriental subrayan que la Caída, la ocultación de la condición del hombre en el paraíso, constituye una catástrofe verdaderamente cósmica. Pero se trata de una catástrofe que no es accesible a la ciencia, ya que tuvo lugar en otra dimensión de la realidad y la observación científica pertenece inevitablemente a las modalidades de nuestra existencia caída.

Dios no creó la muerte. Pero Él la ha utilizado en la etapa actual de la evolución, hasta el punto de encarnarse, con el objeto de aplastar la muerte espiritual, devolver al hombre su vocación de creador creado y restaurar el carácter sacramental de la materia.

Cristo, por la encarnación, la resurrección, la ascensión y el envío del Espíritu Santo, ha dado lugar a la potencial transfiguración del universo. (...)

Existencia personal Absoluta, el Señor como Persona divina, "Uno de la Santísima Trinidad", como nuestra Liturgia dice, no sólo se deja contener por el universo en un punto particular en el espacio y el tiempo, sino que, al realizar finalmente la vocación de la persona, contiene el universo oculto en Sí mismo. Él no quiere, como nosotros, tomar posesión del mundo; lo asume y lo ofrece en una actitud que es constantemente eucarística; que hace de él un cuerpo de unidad, lenguaje y carne de la comunión.

En él, la materia caída ya no impone sus limitaciones y determinismos; en él, el mundo, congelado por nuestra caída, se derrite en el fuego del espíritu y redescubre su vocación de transparencia. Y así tenemos los milagros del Evangelio; de ninguna manera son "maravillas" para impresionarnos, sino "señales", anticipaciones de la re-creación definitiva del mundo. Un mundo sin muerte a la vista, donde las cosas son presencias y los hombres, finalmente, son rostros. (...)



La metamorfosis del cosmos

Al mismo tiempo, esta transfiguración sigue siendo un secreto, oculto bajo el velo de los sacramentos por respeto a nuestra libertad. Aunque iluminado en Cristo, el mundo, sin embargo, permanece oscurecido por nosotros, fijado en su opacidad por nuestra propia opacidad espiritual, entregado a las fuerzas del caos por nuestro propio caos interior. "El desierto está creciendo", dijo Nietzche hace un siglo, hablando del corazón del hombre. Y hoy podemos ver que está creciendo en la naturaleza. (...)

La metamorfosis del cosmos requiere no sólo que Dios se haga hombre en Cristo, sino también que el hombre se convierta en Dios en el Espíritu Santo, es decir, debe volverse plenamente hombre, capaz de la mansedumbre de los fuertes y del amor que sabe cómo someterse a todo lo que vive, con el fin de hacerlo crecer. Cristo ha hecho a los hombres capaces de recibir el Espíritu, es decir, de colaborar con la venida cósmica del Reino.

En Cristo, en Su cuerpo divino-humano, en Su cuerpo divino-cósmico en el que el Espíritu sopla, la última etapa de la "cosmogénesis" ha comenzado, con sus trastornos y sus promesas. "El fuego oculto y reprimido bajo las cenizas de este mundo estallará y arderá divinamente en la corteza de la muerte", dijo San Gregorio de Nisa. Y sin duda esta conflagración final será una irrupción, una ruptura, pero el hombre debe prepararse barriendo las cenizas con el objeto de llevar la incadescencia secreta a la superficie del mundo.

Tal es, tal debe ser el papel de la Iglesia. Entre la primera y la segunda venida del Señor, allí está la Iglesia, cuya historia cósmica es la de dar a luz, dar a luz al universo como cuerpo glorioso de una humanidad deificada. La Iglesia es el útero en el que se está tejiendo el cuerpo universal del Hombre nuevo, es decir, de los hombres renovados.

Este tema de dar a luz atraviesa toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, desde Eva hasta la tierra "que mana leche y miel" (Éxodo 03:08), desde María al pie de la Cruz hasta la mujer "vestida de sol", "que estaba encinta, y gritaba con los dolores del parto, angustiada por el alumbramiento" (Ap. 12:02). En la Epístola a los Romanos, Pablo escribe: "Porque sabemos que toda la creación gime con dolores de parto ... hasta el tiempo de su regeneración ... con la esperanza de que será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios "(Romanos 8:20-22).