LUZ TABÓRICA

Luz Tabórica
"No hay más que una sola y misma luz divina: la del Tabor, la contemplada por las almas purificadas desde ahora, la de la parusía y los bienes futuros."

San Gregorio Palamas


domingo, 20 de agosto de 2017

La caída de Adán y la pérdida del conocimiento espiritual

“El alma humana «ha sido hecha para ver a Dios y para ser iluminada por Él»[1], pero el pecado la pervierte; se aparta de Dios y de las realidades espirituales para volverse hacia las realidades sensibles y no tiene en cuenta más que a estas[2].
Sin embargo, el pecado no consiste en que el hombre considere las realidades sensibles. De hecho, Dios le ha dado la inteligencia no para que tienda a conocerlo a Él exclusivamente, sino también para que conozca las criaturas sensibles e inteligibles[3]. Adán, por tanto, las conocía antes de su caída, solo que desde el punto de vista espiritual. Contemplaba por naturaleza lo que los Padres llaman sus «razones espirituales» (lógoi), es decir, que las captaba en relación con su Creador; las conocía como teniendo en Él su principio y su fin; las veía por completo en Dios, recibiendo de Él su ser y sus cualidades, y veía a Dios presente en ellas por Sus energías. Pues, como subraya san Máximo, «para quien sabe ver, el mundo sensible entero aparece como impreso misteriosamente de formas simbólicas; y todo el mundo sensible está contenido de manera cognoscible en lo inteligible y simplificado por la inteligencia en los lógoi. El mundo sensible está en el mundo inteligible por sus lógoi, y el mundo inteligible está en el mundo sensible por sus improntas. Su realidad se parece a la de una rueda dentro de otra rueda, según la expresión empleada por el admirable y gran vidente Ezequiel (1, 16) cuando habla, me parece a mí, de los dos mundos. Sus perfecciones visibles se ven a partir de la creación, gracias a las obras que las muestran a la inteligencia. Así habla el divino apóstol (Rom 1, 20). Y si las cosas no aparentes se contemplan por medio de las aparentes, como está escrito, con mucha más razón aquellos que se esfuerzan en la contemplación espiritual poseerán la inteligencia de lo que aparece. Pues la visión simbólica de las cosas inteligibles por medio de las visibles es ciencia espiritual e intelección de las cosas visibles por medio de las invisibles»[4].
San Máximo explica que Adán estaba destinado, al término de su crecimiento espiritual, incluso a considerar las criaturas desde el punto de vista de Dios mismo, a adquirir de ellas «un conocimiento y una información semejantes a las de Dios, pues gracias a la deificación de su inteligencia y a la mutación de sus sentidos, el hombre ya no habría sido un mero hombre, sino un dios»[5] . El hombre habría podido entonces decir con el sabio Salomón: «Él me ha dado la ciencia verdadera de lo que es, me ha hecho conocer la estructura del mundo y las propiedades de los elementos, el comienzo, el fin y el medio de los tiempos… la naturaleza de los animales… el poder de los espíritus y los pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de sus raíces. Todo lo que está oculto, todo lo que se ve lo he conocido yo; pues quien me ha instruido es la Sabiduría, artífice de todo» (Sab 7, 17-21).
Para Adán y para cuantos se han hecho imitadores suyos, el pecado y el mal, en este nivel, consistieron en ignorar a Dios y considerar a los seres con independencia de Él; en captarlos ya no espiritualmente en la realidad inteligible que se expresa en ellos según las energías divinas que allí se revelan, sino de modo carnal, solo en su apariencia sensible[6]. El árbol del conocimiento del bien y el mal, del que habla el libro del Génesis (2, 9), que Dios prohíbe tocar a Adán bajo pena de muerte (3, 3), representa –según san Máximo- la creación visible: «Contemplada espiritualmente, es el árbol del conocimiento del bien; considerada bajo su aspecto material, el del conocimiento del mal. En efecto, se vuelve un maestro que enseña las pasiones y conduce al olvido de Dios a quienes no mantienen con ella más que relaciones corporales». Dios, al prohibir al hombre comer del fruto del árbol, le había señalado el peligro que tenía de entrar en esta segunda forma de conocimiento que hasta entonces ignoraba: debía primero crecer en el conocimiento de su Creador, y solo después podría gozar sin menoscabo de la creación visible[7]. Pero Adán anticipó el proceso y, a causa de su estado infantil, se mostró incapaz de asumirla espiritualmente y cayó en el pecado.
Por el pecado los ojos espirituales de Adán se cerraron y, en su lugar, se abrieron los ojos de la carne. En efecto –señala Orígenes-, «hay dos clases de ojos: unos se abrieron por el pecado, los otros les servían a Adán y a Eva para ver antes de que aquellos se abrieran»[8] . La Escritura, evocando precisamente estos ojos carnales, o sea, esta forma carnal de ver la realidad, dice: «Se les abrieron los ojos» (Gn 3, 7). Entonces Adán y Eva vieron que «estaban desnudos», precisa la Escritura, y comenta san Atanasio: «Se dieron cuenta de que estaban desnudos porque habían sido despojados de la contemplación de Dios y habían vuelto su pensamiento en dirección opuesta»[9]. San Simeón señala igualmente esta desviación del conocimiento primordial del hombre y su decadencia: «En lugar del conocimiento divino y espiritual, (el hombre) recibió el conocimiento carnal. En efecto, cegados los ojos de su alma, caído de la vida imperecedera, se puso a mirar con los ojos del cuerpo»[10].”

Jean Claude Larchet, Terapéutica de las enfermedades espirituales, ed. Sígueme.

Publicado originalmente en el blog Tradición Bizantina


[1] Atanasio de Alejandría, Contra los paganos, 7.
[2] Cf. Máximo el Confesor, Cuestiones a Talasio, 59.
[3] Cf. Isaac de Nínive, Discursos ascéticos, 83.
[4] Máximo el Confesor, Mistagogia, II.
[5] Máximo el Confesor, Cuestiones a Talasio, prólogo, en PG 90, 257D-260A.
[6] Cf. Atanasio de Alejandría, Contra los paganos, 8.
[7] Máximo el Confesor, Cuestiones a Talasio, prólogo, en PG 90, 257D-260A.
[8] Orígenes, Homilías sobre los Números, XVII.
[9] Atanasio, Contra los paganos, 3.
[10] Simeón el Nuevo Teólogo, Catequesis, XV, 14-15; Tratados éticos, XIII, 54-56.


miércoles, 6 de abril de 2016

San Gregorio Palamas: Dormición de Nuestra Purísima Señora Theotokos y Siempre Virgen María


El texto que presentamos en esta entrada, sin la introducción, fue publicado originalmente en el blog Tradición Bizantina.

Es mucho lo que se podría analizar de esta magnífica homilía de san Gregorio Palamas, tan profunda como sublime en su contenido, y tan encantadoramente bella en su forma. Aquí simplemente nos limitaremos a destacar algunos puntos esenciales. En primer lugar, debemos tener presente que, tal como nos enseñan numerosos autores de la tradición cristiana, la Virgen María es el modelo por excelencia del perfeccionamiento y la santidad, pues al igual que el resto de los hombres, y a diferencia de los ángeles, debe realizar un camino ascendente, desde las limitaciones propias de la humanidad caída hasta la superación de los grados más elevados de la escala espiritual. Ella representa, por lo tanto, la plena realización de todas las posibilidades eternas inherentes al logos de la naturaleza humana, y esto es lo que el Apóstol Pablo llama “estado del Hombre Perfecto” y “estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4, 13). Ahora bien, si en el plano creatural la Virgen aparece cronológicamente en la “plenitud de los tiempos” como el “adorno de toda la creación”, en el orden metafísico, sin embargo, tiene una preeminencia sobre la jerarquía de los seres que la coloca como causa y raíz de todo lo que precede y de todo lo que sigue a su manifestación en este mundo, por lo que se podría decir, en un cierto sentido, que es el fundamento y la razón misma del cosmos, la Sofía creatural o, como diría el P. Pável Florenski siguiendo a san Atanasio, “la unidad creada por Dios de los atributos ideales de la creación” [1]. En lo que respecta a la humanidad, al ser preanunciada a lo largo de las generaciones, es considerada como la realidad primordial que guía y acompaña a los hombres de todos los tiempos en el camino hacia la salvación y en el proceso de rectificación y restitución de la semejanza divina, al punto tal que nuestro autor llega a decir que es “la substancia de los profetas” y “el principio de los apóstoles”.  Todo esto, dicho sea de paso, tiene algunas correspondencias muy interesantes con la doctrina del Hombre Perfecto (al-Insân al-Kamil) en el esoterismo islámico. [2]

Pero aún hay más, porque si el hombre está llamado, desde el momento de su creación, a convertirse en el mediador cósmico entre Dios y el universo manifestado, la Theotokos debe ser necesariamente la mediadora más excelsa, la intercesora por antonomasia entre la actividad divina y la totalidad de las criaturas. Aquí las correspondencias, e incluso la identidad, con las enseñanzas de la tradición judía relativas a la Shejinah, son más que evidentes. De hecho, el estudioso judío Arthur Green sugiere que los primeros escritos cabalísticos que hacen referencia a esta figura mediadora femenina podrían estar influidos por la devoción mariana desarrollada en el cristianismo latino, especialmente por san Bernardo de Claraval y la orden cisterciense. [3] No entraremos en esta polémica, pues no podría llevarnos demasiado lejos. Porque si bien es cierto que las principales obras de Kabbalah comienzan a aparecer en Europa a partir del siglo XII, no se puede soslayar el hecho de que esto es en verdad una plasmación tardía de una transmisión oral mucho más antigua, y, por otro lado, también se debe reconocer que la mariología cristiana puede rastrearse, tanto en la liturgia como en el arte, incluso en los primeros siglos de nuestra era. Sea como fuere, lo que aquí nos interesa resaltar es que las imágenes del Antiguo Testamento que el cristianismo reconoce tradicionalmente como tipos de la Virgen, son prácticamente las mismas que los judíos atribuyen a la Shejinah: el Jardín, la Fuente, el Arca, la Zarza ardiente, el Trono, la Esposa del Cantar de los Cantares, etc. Para expresarlo en pocas palabras, y teniendo en cuenta que ambas tradiciones pertenecen a un tronco común, podríamos decir que se trata de la misma realidad espiritual y universal que se ha consumado plenamente en María, y así lo comprendieron también los cabalistas cristianos del Renacimiento.  Para dar un ejemplo de lo que aquí estamos diciendo, transcribimos las siguientes palabras del Zohar sobre la función de la Shejinah, que sin dificultad podrían ser atribuidas a la Virgen:

“Todo mensaje que el Rey requiere pasa por la casa de esta Dama. Cualquier mensaje proveniente de abajo que se envía al Rey llega primero a la casa de su Dama y de ahí va al Rey. La Dama es, por lo tanto, el intermediario universal de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Es el emisario de todo, de quien dice la Escritura: ‘Y el Ángel de Dios del que se dice que hasta entonces andaba delante del campamento de Israel, se puso detrás de ellos’ (Éxodo 14, 19). El Israel superior. El Ángel de Dios de quien está escrito: ‘El Eterno iba delante de ellos’ (Éxodo 13, 21).” [4]

La mediación de la Theotokos también es doble, “de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba”, pues así como eleva las plegarias y las obras espirituales de los fieles que se orientan hacia el Señor, también es el "Velo protector" (skepê) que oculta y revela, al mismo tiempo, el misterio de la Deidad incognoscible, permitiendo que los hombres, de acuerdo al grado en el que cada uno haya purificado su corazón, puedan contemplar y ser iluminados por la Luz verdadera e increada sin ser aniquilados por su fulgor. Es la defensora de los justos y la Fuente inagotable que distribuye generosamente, y en la proporción adecuada, todos los dones que descienden de lo alto.


Notas:

[1] Pável Florenski, “La Columna y el Fundamento de la Verdad”, ed. Sígueme.
[2] Sobre este tema en particular, recomendamos especialmente el trabajo de Eric Geoffroy “La paradoja de la naturaleza humana, según Rumi”, donde quedan claramente manifiestas las correspondencias que acabamos de mencionar, y el excelente trabajo de Máximo Lameiro “El Hombre perfecto en el budismo y la gnosis islámica”, en el cual el tema es abordado desde la perspectiva de una hermenéutica espiritual comparativa.
[3] Arthur Green, “La Shejiná, la Virgen María y el Cantar de los Cantares”. Este trabajo está incluido en el libro “Ensayos sobre cábala y misticismo judío”, ed. Lilmod.
[4] Citado por Arthur Green en la obra previamente mencionada.



Dormición de Nuestra Purísima Señora Theotokos y Siempre Virgen María

-San Gregorio Palamas-

Tanto el amor como el deber le dan forma hoy a mi homilía movida por la caridad. No es solamente porque deseo, debido a mi amor por ustedes, y porque estoy obligado por los sagrados cánones a traer una palabra salvífica a sus oídos amantes de Dios y así nutrir sus almas, sino también porque, si hay alguna entre las cosas que nos atan por obligación y amor, que merezca ser narrada con alabanzas por la Iglesia, esa es la gran obra de la Siempre Virgen Madre de Dios. El deseo es doble, no simple, ya que me induce, me suplica y me persuade, mientras el deber inexorable me constriñe, a pesar de que el discurso no pueda alcanzar aquello que lo sobrepasa, así como el ojo es incapaz de mirar fijamente al sol. Uno no puede pronunciar las cosas que sobrepasan el habla, pero está dentro de nuestro poder, por el amor a la humanidad de aquellos que son venerados con himnos, componer un canto de alabanza y, al mismo tiempo, dejar intactas las cosas intangibles, para satisfacer la deuda por medio de las palabras y ofrecer los primeros frutos de nuestro amor a la Madre de Dios en himnos compuestos de acuerdo con nuestras habilidades.

Luego, si "la muerte del consagrado es honorable" (cf. Sal. 115,6) y la "memoria del justo es celebrada con loores" (Prov. 10,7), ¡cuánto más hemos de honrar con grandes alabanzas la memoria de la más santa entre los santos, aquella por quien toda santidad es ofrecida a los santos, la Siempre Virgen Madre de Dios! Por eso, hoy celebramos su Santa Dormición o traslado a otra vida, por medio de la cual, aunque era "apenas menor que los ángeles" (Sal. 8,6), por su proximidad con el Dios de todos, y en los maravillosos hechos que desde el principio de los tiempos fueron escritos y cumplidos con respecto a ella, ha ascendido incomparablemente más alto que los ángeles y los arcángeles y todas las huestes supracelestiales que se encuentran por encima de ellos. Por ella, los profetas poseídos por Dios pronuncian las profecías; los milagros son obrados para prefigurar la futura Maravilla de todo el mundo, la Siempre Virgen Madre de Dios. El flujo de las generaciones y las circunstancias viaja hacia el destino de ese nuevo misterio obrado en ella; los estatutos del Espíritu proveen de antemano los tipos de la verdad futura. El fin, o mejor dicho, el principio y la raíz de esas maravillas y hechos divinos es la anunciación a los supremamente virtuosos Joaquín y Ana de lo que iba a ser cumplido: a saber, que ellos, que habían sido estériles desde la juventud, engendrarían en la profunda vejez a la que daría a luz a Aquel que fue engendrado atemporalmente por Dios Padre, antes de todos los siglos. Una promesa fue hecha por los que maravillosamente la engendraron: devolver a la que les había sido dada a su Dador; por consiguiente, la Madre de Dios cambió extraordinariamente su morada en la casa de su padre por la casa de Dios, mientras seguía siendo una infante. Ella pasó no pocos años en el mismísimo Santo de los Santos, de manera tal que, bajo el cuidado de un ángel, disfrutó de un alimento tan inefable que ni siquiera Adán logró probar, porque si en verdad lo hubiera hecho, como esta inmaculada, no habría caído de la vida verdadera; a pesar de que fue a causa de Adán, y para dar prueba de que era hija suya, el que haya condescendido con alguna limitación de la naturaleza, a igual modo que su Hijo, que ya ha ascendido de la tierra al cielo.

Pero, después de ese alimento inefable, una economía de cortejo más mística llegó a realizarse con la Virgen: el Arcángel, descendido de las alturas, le dirigió un extraño saludo que superaba las palabras, junto con las revelaciones y salutaciones de parte de Dios que anulan la condenación de Eva y Adán y remedian la maldición que caía sobre ellos, transformándola en una bendición. El Rey de todos "ha deseado la belleza" de la Siempre Virgen, como David predijo (cf. Sal. 44,12), e "inclinó el cielo y descendió" (Sal. 17,11) y la cubrió con su sombra, o sea, el Poder enhipostático del Altísimo moró en ella. No a través de la oscuridad y el fuego, como con Moisés, el vidente de Dios, ni a través de la tempestad y la nube, como con el profeta Elías; Él manifestó Su presencia pero sin mediación, sin un velo; el Poder del Altísimo cubrió con su sombra el útero sublimemente casto y virginal, sin estar separado por nada, ni por el aire ni por el éter ni por ninguna cosa sensible, ni por nada suprasensible: no fue sólo un ensombrecimiento sino una completa unión. Puesto que lo que cubre con su sombra siempre suele producir su propia forma y figura en aquello que es ensombrecido, lo que aconteció en el útero no es solamente una unión, sino además una formación, y eso que fue formado por el Poder del Altísimo y el todo-santo útero virginal era la Palabra encarnada de Dios. De este modo, la Palabra de Dios hizo Su morada en la Theotokos de una manera inexpresable, asumiendo la carne. Él apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres, deificando nuestra naturaleza y concediéndonos, según las palabras del divino Apóstol, cosas "que los ángeles ansían contemplar" (1 Pe. 1,12). Éste es el encomio que trasciende la naturaleza y es la gloria incomparablemente gloriosa de la Siempre Virgen, gloria para la cual todos los pensamientos y palabras son insuficientes, aunque sean angélicos. Pero, ¿quién podría relatar esas cosas que sucedieron después de Su inefable nacimiento? Porque, mientras ella cooperaba y sufría con el exaltador anonadamiento (kenosis) de la Palabra de Dios, también era legítimamente glorificada y exaltada junto con Él, agregándole siempre a ello el incremento sobrenatural de sus poderosos actos. Y después del ascenso a los cielos de Aquel que se encarnó de ella, rivalizó, por así decir, con esas grandes obras que sobrepasan la mente y el habla, y a través de Él las hizo propias, con un ascetismo más valeroso y diverso, y con las oraciones y el cuidado del mundo entero, con sus preceptos y el aliento que les dio a los heraldos de Dios enviados por todo el mundo; de modo que ella misma era tanto un apoyo como un bienestar cuando se la escuchaba y se la veía, mientras trabajaba con el resto, de todas las formas posibles, para la predicación del Evangelio. De manera tal que llevó una forma de vida más ardua, proclamada por los pensamientos y las palabras.

Por lo tanto, la muerte de la Theotokos era también portadora de vida, pues la trasladó a una vida celestial e inmortal, y su conmemoración es un evento gozoso y una festividad para el mundo entero. No sólo renueva el recuerdo de las maravillosas obras de la Madre de Dios, sino que también le añade a ello la extraordinaria reunión, en su sacratísima sepultura, de todos los sagrados apóstoles transportados desde cada nación, los himnos divinos y reveladores de estos poseídos por Dios y la solícita presencia de los ángeles y su coro, y la liturgia que la rodeaba, pasando hacia delante, siguiendo desde atrás, asistiendo, oponiendo, defendiendo y siendo defendidos. Ellos trabajaban y cantaban, hasta su máximo esfuerzo, junto con los que veneraban ese cuerpo generador de vida y receptor de Dios, el bálsamo salvífico para nuestra raza y el adorno de toda la creación; pero también lucharon y se opusieron secretamente a los judíos que se alzaron contra ese cuerpo y lo atacaron con sus manos, con el deseo de iniciar la teomaquia. Todo el tiempo estuvo presente el mismísimo Señor Sabaoth, el Hijo de la Siempre Virgen, en Cuyas manos ella entregó su espíritu divinizado, a través del cual, y con el cual, su compañero, el cuerpo, fue trasladado al dominio de la vida celestial y eterna, en el modo en que era, y es, más apropiado. En verdad, a muchos se les ha concedido el favor, la gloria y el poder divinos, como dice David: "Sumamente honorables son Tus amigos, oh Señor, más que fortalecidos sus principados. Los cuento, y más que la arena se multiplican" (Sal. 138,17-18). Y, de acuerdo con Salomón: "muchas hijas adquirieron riquezas; muchas hicieron poderío; pero ella sobresale, ha sobrepasado a todos, tanto hombres como mujeres" (cf. Prov. 31,29). Porque mientras sólo ella estaba situada entre Dios y toda la raza humana, Dios se hizo Hijo del Hombre e hizo a los hombres hijos de Dios; ella hizo que la tierra se vuelva celestial, deificó a la raza humana, y sólo a ella entre todas las mujeres se le anunció que sería madre por naturaleza y Madre de Dios, trascendiendo todas las leyes de la naturaleza, y, en virtud de su parto inefable, la Reina de toda la creación, tanto terrestre como celestial. De este modo, exaltó a los que estaban debajo de ella, a través de sí misma, y mostrando en la tierra una obediencia a las cosas del cielo en lugar de las terrenales, participó de frutos más excelentes y de un poder superior, y por la ordenación que recibió desde el cielo por el Espíritu Divino, se convirtió en lo más sublime de lo sublime y la Reina supremamente bienaventurada de una raza bendita.

Pero ahora la Madre de Dios tiene su morada en el Cielo, donde hoy fue trasladada, porque esto es lo que corresponde, al ser el Cielo un lugar apropiado para ella. "Está de pie a la derecha del Rey de todos, con vestiduras doradas cubiertas de adornos de diversos colores" (cf. Sal. 44,9), como dice la profecía del salmista con respecto a ella. Por "vestiduras doradas" entendemos su cuerpo divinamente radiante, ataviado con los diversos colores de cada virtud. Sólo ella, en su cuerpo glorificado por Dios, disfruta ahora de las realidades celestiales junto con su Hijo. Porque la tierra, la tumba y la muerte no pudieron contener por siempre su cuerpo generador de vida y receptor de Dios, la morada más privilegiada que el Cielo y que el Cielo de los cielos. Por lo tanto, si su alma, que fue una morada para la gracia de Dios, ascendió al Cielo cuando se despojó de las cosas de aquí abajo, algo que es muy evidente, ¿cómo podría su cuerpo, que no sólo recibió en sí mismo al Hijo unigénito y preeterno de Dios, la Fuente inagotable de gracia, sino que también manifestó Su Cuerpo por medio del nacimiento, no haber sido elevado también al Cielo? O bien, si, mientras aún tenía tres años de edad y no poseía la inhabitación supracelestial, parecía no portar nuestra carne cuando moraba en el Santo de los Santos, y después se volvió supremamente perfecta, incluso con respecto a su cuerpo, por tan grandes maravillas, ¿cómo podría ese cuerpo sufrir verdaderamente la corrupción y retornar a la tierra? ¿Cómo podría ser concebible algo así para cualquiera que piense razonablemente? Por consiguiente, el cuerpo que da nacimiento es glorificado junto con lo que nace de él con una gloria digna de Dios, y el "arca de santidad" (Sal. 131,8) es resucitada, según la oda profética, junto con Cristo, que previamente se había levantado de entre los muertos al tercer día. Las vendas de lino y las mortajas les ofrecieron a los apóstoles una demostración de la resurrección de la Theotokos de entre los muertos, ya que quedaron solas en la tumba y fueron encontradas allí por el escrutinio de éstos, tal como había sucedido con el Maestro. No hubo necesidad de que su cuerpo prolongue siquiera un poco su estancia en la tierra, como fue el caso de su Hijo y Dios, de modo que fue elevado inmediatamente desde la tumba hacia un reino supracelestial, desde donde destella con iluminaciones y gracias más brillantes y divinas, irradiando sobre toda la región de la tierra; de ese modo, ella es venerada y causa admiración en todos los fieles que la ensalzan con himnos.

Queriendo establecer una imagen de toda bondad y belleza, y hacer claramente manifiestas las propias, tanto a los ángeles como a los hombres, Dios formó un ser supremamente bueno y bello, uniendo en ella todos los bienes, visibles e invisibles, que distribuyó en cada una de las cosas cuando hizo el mundo, y así lo adornó todo; o más bien uno podría decir que Él hizo que ella se manifieste como un receptáculo universal de todas las cosas divinas, angélicas y humanas, buenas y bellas, y como la belleza suprema que engalana ambos mundos. Ahora, por su ascensión desde la tumba, es sacada de la tierra y logra alcanzar el Cielo, y también sobrepasa esto, uniendo lo de arriba con lo de abajo y abarcando todo con los maravillosos prodigios obrados en ella. De esta manera, ella fue al principio "apenas menor que los ángeles" (Sal. 8,6), como se ha dicho, en referencia a su mortalidad, pero esto, sin embargo, sólo sirvió para engrandecer su preeminencia con respecto a las criaturas. Así, hoy todas las cosas se reúnen apropiadamente y se ponen en contacto unas con otras para la festividad.

Era justo que ella, que contuvo a Aquel que llena todas las cosas y está por encima de todo, superara todas las cosas y se volviera, por su virtud, superior a ellas en la eminencia de su dignidad. Esas cosas que bastaron a los más excelentes entre los hombres que han vivido a lo largo de los siglos para alcanzar tal excelencia, y que todos los agraciados por Dios tienen separadamente, tanto los ángeles como los hombres, ella las combina, y sólo ella las lleva a la plenitud y las sobrepasa. Y esto es lo que tiene más allá de todo: que se ha vuelto inmortal después de la muerte y sólo ella mora, junto con su Hijo y Dios, en su cuerpo. Por esta razón, derrama desde allí abundante gracia sobre los que la honran -pues es un receptáculo de grandes gracias- y nos concede incluso la capacidad de mirar hacia ella. Por su bondad, nos colma de dones sublimes y nunca deja de ofrecer un tributo beneficioso y abundante en nuestro nombre. Si un hombre mira hacia este punto de concurrencia y distribución de todo bien, dirá que la Virgen es para la virtud y para aquellos que viven virtuosamente, lo que el sol es para la luz perceptible y para aquellos que viven en ella. Pero si alza el ojo de su mente hacia el Sol que se eleva para los hombres, desde esta Virgen, de una forma maravillosa, el Sol que posee por naturaleza todas esas cualidades que se añadieron a la naturaleza de ella por la gracia, dirá inmediatamente que la Virgen es un cielo. La excelente herencia de todo bien que se le ha asignado a ella excede tanto, en su grado de santidad, la porción de los que son divinamente agraciados por debajo y por encima del cielo, en la misma medida en que el cielo es más grande que el sol y el sol es más radiante que el cielo.

¿Quién puede describir con palabras tu belleza divinamente resplandeciente, oh Virgen Madre de Dios? Los pensamientos y las palabras son inadecuados para definir tus atributos, ya que superan la mente y el habla. Sin embargo, es legítimo cantarte himnos de alabanza, porque tú eres una vasija que contiene todas las gracias, la plenitud de todas las cosas buenas y bellas, la tablilla y el icono viviente de todo bien y toda rectitud, puesto que sólo tú has sido considerada digna de recibir la plenitud de todos los dones del Espíritu. Sólo tú llevaste en tu seno a Aquel en quien se encuentran los tesoros de todos esos dones, y te convertiste en un maravilloso tabernáculo para Él; así que por medio de la muerte pasaste a la inmortalidad y fuiste trasladada de la tierra al Cielo, como correspondía, para que pudieras habitar eternamente con Él en una morada supracelestial. Por eso siempre has cuidado diligentemente de tu herencia y, por medio de tus vigilantes intercesiones con Él, has manifestado la misericordia para todos.

Por el grado en el que está más próxima a Dios que todos los que se han acercado a Él, la Theotokos ha sido considerada digna de una mayor audiencia. No hablo solamente de los hombres, sino también de las jerarquías angélicas. Isaías escribe con respecto a los comandantes supremos de las huestes celestiales: "Y los serafines estaban en torno a Él" (Is. 6,2), pero David dice en relación con ella: "De pie la reina a Tu diestra" (Sal. 44,10). ¿Ves la diferencia de posición? A partir de esto comprendemos también la diferencia en la dignidad de su estación. Los serafines están alrededor de Dios, pero sólo la Reina de todos está a Su lado. Ella es admirada y alabada por el mismísimo Dios, que la proclama, por así decir, por los poderosos actos realizados para Él, y diciendo, como quedó registrado en el Cantar de los Cantares: "Cuán hermosa es mi compañera" (cf. Cant. 6,4); es más radiante que la luz, está más ataviada con flores que los jardines divinos, más adornada que los mundos visible e invisible en su totalidad. No es meramente una compañera, sino que también está a la derecha de Dios, porque donde Cristo se sentó en los Cielos, esto es, "a la diestra de la Majestad" (Heb. 1,3), allí también ella tiene su posición, habiendo ascendido ya de la tierra a los cielos. No solamente ama y es amada, recíprocamente, más que todos los demás, de acuerdo con las mismas leyes de la naturaleza, sino que es verdaderamente Su Trono, y dondequiera que el Rey se siente, allí también es colocado Su Trono. E Isaías contempló este Trono en medio del coro de los querubines y lo llamó "excelso" y "sublime" (Is. 6,1), con el deseo de hacer explícito cómo la estación de la Madre de Dios es mucho más grande que la de los ejércitos celestiales.

Por esta razón, el Profeta introduce a los ángeles mismos glorificando al Dios que surge de ella, diciendo: "Bendita sea la gloria del Señor, desde Su Lugar" (Ez. 3,12). El patriarca Jacob, contemplando este trono por medio de tipos (enigmata), dijo: "¡Qué terrible es este Lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la Casa de Dios y la Puerta del Cielo!" (Gen. 28,17). Pero David, uniéndose él mismo a la multitud de los salvados, que son como las cuerdas de un instrumento musical, o como diferentes voces de distintas generaciones que se hacen armoniosas en una única fe a través de la Siempre Virgen, hace sonar un acorde más melodioso para alabarla, diciendo: "¡Recordaré tu nombre por todas las generaciones y generaciones, por eso los pueblos de fe te confesarán por los siglos y los siglos de los siglos!" (Sal. 44,18). ¿No ves cómo la creación entera alaba a la Virgen Madre, y no solamente en los tiempos pasados, sino "por los siglos y los siglos de los siglos"? De este modo, es evidente que a lo largo de todo el curso de los siglos, nunca dejará de beneficiar a toda la creación, y no me refiero únicamente a la naturaleza creada que vemos a nuestro alrededor, sino también a los mismísimos comandantes supremos de las huestes celestiales, cuya naturaleza es inmaterial y trascendente. Isaías nos mostró claramente que sólo a través de ella pueden participar de Dios junto con nosotros y tocarlo, es decir, tocar esa Naturaleza que es imposible de tocar, porque él no vio al serafín tomar el carbón del altar sin mediación, sino con tenazas, por medio de las cuales el carbón tocó los labios proféticos y los purificó (cf. Is. 6:6-7). Moisés contempló las tenazas de la gran visión de Isaías cuando vio la zarza ardiente, pero no consumida por el fuego. ¿Y quién no sabe que la Virgen Madre es esa misma zarza y esas mismas tenazas, la misma que (aunque asistida también por un arcángel) concibió al Fuego Divino sin ser consumida, es decir, a Aquel que quita los pecados del mundo, y que a través de ella tocó a la humanidad y, en virtud de ese toque y unión inefables, nos limpió completamente? Por lo tanto, sólo ella es la frontera entre la naturaleza creada y la naturaleza increada, y no hay hombre que pueda llegar a Dios a menos que sea verdaderamente iluminado por ella, por esa Lámpara verdaderamente radiante de divinidad, tal como dice el Profeta: "Dios está en medio de ella, no vacilará" (Sal. 45,6).

Si la recompensa es otorgada de acuerdo con la medida del amor por Dios, y si el hombre que ama al Hijo es amado por Él y por Su Padre, y se convierte en una morada para Ambos, y ellos místicamente habitan y caminan en él, como está escrito en el Evangelio del Señor, ¿quién, entonces, lo amará más que Su propia Madre? En efecto, Él era su Hijo unigénito, y además sólo ella, entre todas las mujeres, dio a luz sin haber conocido esposo, para que el amor de Aquel que había participado de su carne pudiera ser doblemente compartido con ella. Y el Hijo unigénito, que ha salido inefablemente de ella, sin un padre, en este último siglo, así como ha emergido del Padre, sin una madre, antes de todos los siglos, ¿a quién amará más que a Su Madre? ¿Acaso Él, que ha descendido para dar cumplimiento a la Ley, no podría realmente multiplicar ese honor debido a Su Madre por encima y más allá de las ordenanzas de la Ley?

Por lo tanto, ya que fue sólo a través de la Theotokos que el Señor vino a nosotros, apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres, siendo invisible a todos antes de este tiempo, del mismo modo, en el eterno siglo venidero, sin su mediación, cada emanación de la divina luz iluminadora, cada revelación de los misterios de la Deidad, cada forma de don espiritual, excedería la capacidad de todo ser creado. Sólo ella ha recibido la plenitud omnipresente de Aquel que llena todas las cosas; y por medio de ella, ahora todos pueden contener estos dones, porque ella los distribuye de acuerdo con la capacidad de cada uno, en proporción al grado de pureza que hayan alcanzado. Así que ella es el tesoro y la encargada de velar por la repartición de las riquezas de la Deidad. Porque es una ordenanza inamovible en los cielos que lo que es inferior participe de lo que está más allá del ser, por mediación de lo superior, y la Virgen Madre es incomparablemente superior a todos. Es a través de ella que todos los que participan de Dios, pueden participar, y todos los que conocen a Dios comprenden que ella es el recinto del Incontenible, y todos los que le cantan himnos a Dios, la alaban junto con Él. Ella es la causa de todo lo que la precede, la intercesora de lo que vino después, y la agente de las cosas eternas. Es la substancia de los profetas, el principio de los apóstoles, el firme fundamento de los mártires y la premisa de los maestros de la Iglesia. Es la gloria de los que están sobre la tierra, la alegría de los seres celestiales, el adorno de toda la creación. Ella es el principio y la fuente y la raíz de los bienes inexpresables; es el apogeo y la consumación de todo lo que es santo.

Oh Virgen divina, y ahora celestial, ¿cómo puedo expresar todas las cosas que están relacionadas contigo? ¿Cómo puedo glorificar el tesoro de toda la gloria? El mero hecho de tu recuerdo santifica a quienquiera que lo mantenga, y un simple movimiento hacia ti hace que la mente se vuelva más translúcida, y la exaltas inmediatamente hacia lo Divino. El ojo del nous queda límpido a través de ti, y por medio de ti el espíritu de un hombre es iluminado por la visita del Espíritu de Dios, ya que te has convertido en la administradora del tesoro de los dones divinos y en su bóveda, y esto, no con el objeto de conservarlos para ti misma, sino para que pudieras hacer que la naturaleza creada quede repleta de gracia. En efecto, la administradora de esos tesoros inagotables vela por ellos para que las riquezas puedan ser dispensadas; ¿y qué podría delimitar esas riquezas que no disminuyen? Profusamente, por lo tanto, concedes tu misericordia y tus gracias, esa herencia tuya, a todo tu pueblo, ¡oh Señora!

Disipa los peligros que nos amenazan. Vemos cómo somos enormemente desgastados por propios y extraños, por los de adentro y los de afuera. Enaltece todo con tu poderío: apacigua a nuestros conciudadanos unos con otros y dispersa a los que nos asaltan desde afuera, como bestias salvajes. Asigna la medida de tu auxilio y sanación en proporción a nuestras pasiones, distribuyendo abundante gracia a nuestras almas y cuerpos, lo suficiente para cada necesidad. Y si resultamos ser incapaces de contener tus bondades, aumenta nuestra capacidad y, de esta manera, concédenoslas, para que al ser salvados y fortificados por la gracia, podamos glorificar a la Palabra preeterna que se encarnó de ti, junto con Su Padre incausado y el Espíritu creador de vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



 

martes, 10 de noviembre de 2015

San Máximo el Confesor: todo y nada de todo

Este texto, que forma parte de una de las obras más importantes de san Máximo el Confesor, nos presenta de modo sintético una de sus grandes intuiciones metafísicas. Aunque pueda resultar chocante para la lógica ordinaria y parezca ir en contra de ciertas elaboraciones filosóficas heredadas por el pensamiento occidental, en lugar de postular que la multiplicidad y la diferencia son el resultado de un distanciamiento del Uno, y de considerar que la singularidad entre los seres corpóreos debe estar supeditada a la materia, nuestro autor las proyecta hacia arriba, es decir, las eleva hasta el rango de la actividad divina.

Los logoi de los seres, que no son las esencias propiamente dichas, sino las razones de éstas, es decir, las posibilidades esenciales inmanifestadas contenidas en el Logos divino a partir de las cuales los seres se manifestan en el cosmos en un contexto espacio-temporal apropiado para su actualización, son la causa de la diversidad en todos los niveles de existencia, y no se trata meramente de una distinción entre universales, pues también se admite la presencia de logoi particulares que definen la realidad interior de cada ser individual.

Por otro lado, el texto también es importante porque, precediendo en varios siglos los desarrollos de san Gregorio Palamas, enuncia formalmente la relación entre los logoi y las energías divinas e increadas que permean y sostienen la totalidad del universo manifestado sin confundirse entre sí. Aquí la "simplicidad", en vez de ser entendida como una definición absoluta de la realidad divina, es uno de los innumerables logoi, o energías (también identificadas con los Nombres y Atributos divinos), que "rodean" a la esencia inescrutable.

Pero, como advierte san Máximo, este conocimiento que supone la superación de toda antinomia entre la Unidad y la multiplicidad, no puede ser alcanzado por la "indagación científica", esto es, a través del razonamiento discursivo, ni puede ser expresado satisfactoriamente por una simple construcción especulativa, sino que debe ser el fruto de una auténtica experiencia espiritual, propia de aquellos que han alcanzado la perfección de la vía contemplativa y se elevan incognosciblemente hacia los secretos de la verdadera teología.


Ambiguum 22

 Del mismo Discurso Teológico de san Gregorio:

Pero, con respecto al discurso sobre Dios, cuanto más perfecto, más difícil se vuelve abordarlo, ya que tiene más percepciones y soluciones más arduas. [1]

Si las cosas creadas son muchas, entonces, en verdad deben ser diferentes, precisamente debido a que son muchas. Porque es imposible que muchas cosas no deban ser también diferentes. Y si las muchas son diferentes, debe entenderse que sus logoi, de acuerdo a los cuales ellas existen esencialmente, son también diferentes, ya que es en éstos, o más bien debido a estos logoi, que las cosas diferentes difieren entre sí. Porque las cosas diferentes no podrían ser diferentes la una de la otra si sus logoi, de acuerdo a los cuales ellas se manifiestan, no admitieran ellos mismos la diferencia. Así, pues, tal como cuando los sentidos aprehenden los objetos materiales de una manera natural, al recibirlos, deben reconocer necesariamente que las percepciones de estos objetos (que subyacen y son susceptibles de ser comprendidos) son muchas y diversas-, del mismo modo, cuando el intelecto naturalemente aprehende todos los logoi en los seres y contempla dentro de ellos las energías infinitas de Dios, reconoce las diferencias de las energías divinas, percibe que son múltiples y -para expresarlo adecuadamente- infinitas. Entonces, con respecto a la indagación científica dentro de lo que es realmente verdadero, el intelecto -por razones que uno puede fácilmente apreciar- encontrará que la fuerza de tal indagación es ineficaz y su método inútil, ya que no le provee al intelecto ningún medio para entender cómo Dios -que no es realmente ninguna de las cosas que existen, y que, hablando con propiedad, es todas las cosas y al mismo tiempo está más allá de todas ellas- está presente en el logos de cada cosa [2], y en todos los logoi juntos, según los cuales todas las cosas existen.

Si, por lo tanto, de acuerdo con la verdadera enseñanza, cada energía divina indica a través de sí misma la totalidad de Dios, indivisiblemente presente en cada cosa particular, según el logos a través del cual esa cosa existe en su propio modo, ¿quién, me pregunto, es capaz de entender y decir con precisión cómo Dios es el todo en todas las cosas a la vez, y en cada ser particular, sin separación o sin estar sujeto a división, y sin expandirse desigualmente en las infinitas diferencias de los seres en los que Él existe como Ser, o sin contraerse en la existencia particular de cada uno, o sin contraer conjuntamente ni fundir todas las diferencias de estos seres en una totalidad simple, sino que, por el contrario, es verdaderamente todo en todas las cosas, sin salir nunca de Su indivisible simplicidad? Bien hizo el maestro al decir que las "percepciones" relativas al principio de la divinidad son muchas, a partir de las cuales se nos ha enseñado sólo que Dios existe, y que las "soluciones son arduas", por las que aprendemos lo que Dios no es. Así que hay que ponerle fin a esa curiosidad inútil y dañina de parte de aquellos que piensan que pueden comprender a la Deidad por medio de las vacuas construcciones de la mente, con las que son incapaces de entender incluso a la criatura más baja desde el punto de vista del logos de su ser y existencia.

Notas:

[1] Gregorio el Teólogo, Or. 28.21 (SC 250:142, ll. 8-10)
[2] El texto griego de Eriúgena parece decir: "-es Uno en el logos de cada cosa..."


martes, 8 de septiembre de 2015

Calixto Catafugiota: La Forma secreta del Uno ultramundano


Como enseña la tradición, Dios puede ser conocido en el movimiento del nous que se eleva gradualmente a través de la contemplación de los Nombres y Atributos divinos al ser iluminado y transformado por el despliegue incesante de las Energías increadas, pero permanece siempre absolutamente incognoscible en su Esencia, en su misterio inescrutable. Sin embargo, tras haber alcanzado los grados más sublimes de la vía contemplativa el hombre aún puede acceder, mediante la gracia, a un estado que trasciende todos los modos de conocimiento, es decir, a la teología mística, al conocer de modo incognoscible al que está por encima de todo conocimiento. Pero no debemos pensar que este no-conocimiento, esta agnosia suprema, consiste únicamente en el mero reconocimiento de la impotencia de las propias capacidades intelectivas frente a la Tiniebla divina y en la imposibilidad de conocer algo más. Por el contrario, esto supone la trascendencia de los límites naturales y la unión inefable que supera toda gnosis en la oscuridad supraluminosa del silencio místico.

Por supuesto, no pretendemos darle una expresión racional ni, mucho menos, entender plenamente en qué consiste un grado de realización que se encuentra infinitamente lejos de nuestras posibilidades de comprensión actuales, pero esto no nos debería impedir tomar las palabras de los sabios que han degustado los frutos de la deificación como un punto de apoyo teórico para nuestra orientación interior.

Podemos afirmar, ciertamente, que la Esencia en su absolutidad permanece como un misterio en la fase primigenia que antecede ontológicamente a toda manifestación. En este sentido, Toshihiko Izutsu, hablando sobre la metafísica del esoterismo islámico, explica que "lo Absoluto en este plano es el Uno (al-ahad). La palabra 'uno', en este contexto en particular, no se refiere al 'uno' como conjunto de 'muchos'. Tampoco es el 'uno' opuesto a 'muchos'. Indica la simplicidad esencial primordial y absolutamente incondicional del Ser en que el concepto de oposición carece de sentido.

La fase de Unidad es eterna quietud. No se observa en ella ni el más ligero movimiento. La manifestación de lo Absoluto no acontece todavía. En realidad, no se puede hablar siquiera negativamente de manifestación de lo Absoluto, excepto cuando volvemos a esta fase desde las fases posteriores del Ser." [1]

Ahora bien, aunque en dicho estado no puede haber manifestación, y no hay, por consiguiente, nada que pueda ser conocido, el Absoluto está por encima de toda afirmación y negación, de toda relación y alteridad, y se revela mientras permanece oculto sin disminuirse a Sí mismo. El célebre adagio patrístico, "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convierta en Dios", puede interpretarse, en el grado más elevado de la experiencia unitiva y sin perjuicio de su significado directo en relación a la economía salvífica, como la superación del apofatismo en la paradójica certeza de que Dios trasciende su propia trascendencia para revelarse al hombre que ha aniquilado su aniquilación, es decir, que le ha dado muerte a la muerte para renacer como hombre nuevo, convirtiéndose él mismo en símbolo de lo divino al manifestar en su propia forma la Forma de las formas, el rostro secreto del Uno ultramundano. 

La Esencia divina en el abismo innominable de su absolutidad, tal como es en Sí, seguirá siendo siempre incógnita e incomprensible, pero puede llegar a ser conocida misteriosamente en la fase de la Unidad, es decir, a punto de manifestarse en las formas eidéticas. El secreto del Uno, como diría san Máximo el Confesor, “se manifiesta en forma de Dios, la (forma) que era antes que el mundo fuera.” [2]

.·.

Calixto Catafugiota es un autor bizantino del que prácticamente no se posee dato biográfico alguno, aunque se ha sugerido que podría tratarse, ni más ni menos, que de Calixto Xanthopoulos, Patriarca de Constantinopla y autor de importantes obras de espiritualidad del siglo XIV. Sin embargo, autores modernos como Basilio Tatakis señalan que habría vivido hacia finales del siglo XII. Sea como fuere, sólo se han conservado de este autor noventa y dos capítulos sobre la unión divina y la vida contemplativa en los que se hace patente la influencia de Dionisio el Areopagita, san Basilio de Cesárea, san Máximo el Confesor y Pedro Damasceno. Compartimos a continuación algunos pasajes deslumbrantes de su obra sobre el tema que aquí nos ocupa:



"Dado que la conjunción espiritual entre Dios y el intelecto se produce más allá de la comprensión, se dice que este último está más allá de la propia naturaleza cuando, mediante la percepción intelectual, se representa en forma absoluta el secreto del Uno sobrenatural. Eso corresponde a su naturaleza purificada por la gracia. En efecto, para el intelecto, entender significa lo mismo que la visión para el ojo. Quien mira en la tiniebla no ve nada, pero advierte la unidad de ésta y sabe que no ve; si tuviera los ojos cerrados por completo, tal vez podría creer muchas cosas, por ejemplo, que hay luz alrededor de él, pero al mirar, advierte claramente que no ve. Penetrar la tiniebla mediante la facultad visual y pretender conocer cosas escondidas sobrepasa la naturaleza del ojo, pero el hecho de comprobar que no ve no la sobrepasa, por el contrario, es una propiedad más de su facultad. Evidentemente, lo mismo sucede con el intelecto, una vez que ascendió al sector secreto de la divinidad y llegó más allá del entendimiento, no contempla nada. Sin embargo, percibe que no ve y advierte que eso que escapa a su visión es uno, está como escondido en la tiniebla, y de Él proviene toda cosa existente, visible o inteligible, ya sea que se la cuente entre las cosas creadas o sea eterna o increada. Si no viera en absoluto, no se percibiría a sí mismo tendiente más allá de sí. En cambio, ve lo suficiente como para saber que no puede contemplar porque está más allá de la contemplación y, además, porque el objeto de su contemplación le resulta inaccesible: penetrar en el interior de la divinidad, desvelar el secreto que trasciende el intelecto y contemplarlo, excede la naturaleza de éste. Pero mirar la divina tiniebla de ese secreto y representarse la inefable Hénada que habita más allá de todo es un misterio indecible; precisamente, percibir que nada contempla en el interior de esa tiniebla divina, es algo propio del intelecto puro que contempla en Espíritu. Por consiguiente, cuando el intelecto advierte que no contempla el secreto de lo divino, no cierra ni anula la mirada espiritual; hacer eso sería indicio de ignorancia. Cuanto más claramente contempla más asciende hacia aquello que lo sobrepasa y más claramente advierte la propia impotencia para ver, mientras se orienta hacia lo secreto del Uno simple y ve muy claramente que es Uno aquel de lo que todo proviene y que ese Uno es secreto. Por supuesto que no puede contemplar la naturaleza intrínseca de ese Uno.

De ahí que, en relación con el simplísimo secreto de lo divino, el intelecto trascienda necesariamente la propia naturaleza, si bien para lograrlo se tiene que haber hecho puro. Se podría decir que es acorde con la naturaleza del intelecto el estar en aquello que sobrepasa su naturaleza, sin ojos, de manera inconcebible, tendiendo hacia el divino, simplísimo secreto de Dios, que lo sobrepasa. En ese momento él no posee absolutamente ninguna comprensión cognoscitiva, excepto la de ese Uno indivisible. Ha llegado allí por medio del movimiento que le es propio y ha finalizado en la quietud y el descanso. No me refiero aquí a la quietud de la contemplación, porque esa condición sería insensata, sino a la quietud y el reposo intelectual discursivo, el que corresponde pasar de un concepto o argumento a otro concepto o argumento. El intelecto que asciende hasta allí, cae en lo infinito e indeterminado, se encuentra con la incomprensibilidad de ese secreto divino e incomprensible, se humilla y, por decirlo así, se detiene, sin experimentar otra cosa que estupor en el resplandor intelectual. Todavía sin ninguna mutación es agitado por la iluminación intelectual y se orienta, inmóvil como está, hacia el secreto suprasubstancial, permanece unitario y extraviado frente al interior inaccesible de ese esplendor indivisible y recibe la belleza que proviene de Él."

"Para el intelecto es natural entender; pero el entender se ejerce en el movimiento y en el cambio. Sin embargo, cuando el intelecto está en Dios se encuentra por encima de la intelección y del movimiento, luego se puede decir, con toda justicia, que el intelecto que se representa a Dios en forma absoluta está por encima de la propia naturaleza. Es evidente que todo concepto proviene de un objeto, pero donde no se contempla ningún objeto, no nace ni se encuentra ningún concepto. Por lo tanto, al no poder ser visto realmente, Dios suele impresionar el intelecto con lo que está en torno a él, es decir, con las realidades con las que opera, las cuales tienen un lugar privilegiado que procede de quien tiene el poder. Ahora bien, el intelecto está acostumbrado a contemplar, en todas las otras realidades, la conjunción de las potencias y el poder, y busca experimentar lo mismo respecto de Dios. Pero, obviamente, no puede hacerlo, dado que ello sobrepasa la naturaleza de todo intelecto creado; contempla, entonces lo que está en torno a Dios y se lo representa sin verlo, es decir, con una simple noción de conjunto. Aferrándose a un aura silenciosa, llega a participar de la divina benevolencia y, gracias a la acción del Espíritu divino, de pensar en forma continua es arrebatado a un estado sin forma, sin cualidad, simple que penetra en el corazón con gran rapidez, por la potencia del Espíritu sobrenatural. Permanece en la representación de Dios sin entender nada, es más, permanece habiendo sobrepasado toda comprensión, porque de entender lo que está en torno a Dios, asciende a la divina representación, como se ha dicho, y se vuelve simple. Se dice, pues, que el intelecto finaliza más allá de la propia naturaleza en la medida en que termina ubicándose más allá de toda comprensión.

Cualquier realidad que se denomine secreta, necesariamente debe tener algo manifiesto que la sustente y permita suponerla. Si no fuese así, ella se parecería, más bien, a un no ser, porque lo que no ofrece absolutamente ninguna manifestación reconocible de existencia, puede ser considerado como algo que no existe en absoluto. En consecuencia, incluso la parte secreta de Dios tiene unido algo que, de algún modo, se hace manifiesto; siguiendo eso como una huella, el intelecto recibe la percepción de esa condición secreta de lo divino a través de lo que resulta comprensible en Dios, y a partir de allí, asciende a lo incomprensible. Una vez que ha llegado a ese límite, comprende que se trata de algo que escapa a su capacidad natural de entendimiento, algo que se coloca por encima de cualquier capacidad intelectual de comprensión, incluso la angélica, en cuanto es sobrenatural. No obstante advierte que eso es causa, principio y fin de toda naturaleza, esencia y existencia, que se trata de algo sobrenatural y suprasubstancial; también comprende que al ser increado, sin principio, indeterminado, imposible de circunscribir a una naturaleza particular, un lugar determinado o un tiempo específico, eso trasciende infinitamente toda realidad. En efecto, se trata del Uno secreto que sobrepasa al intelecto."


"Los contemplativos dirigen su mirada a Dios uniformemente uno en la forma sin forma y más que sobrenatural, en la belleza inmaterial y sin composición, en la simplicidad; lo contemplan en acto de iluminar todo intelecto con luminosa belleza, cual si se tratara de rayos; felicidad indecible e inexpresable; fuente generosa de bienes y belleza que fluye perpetuamente; tesoro rebosante de gloria inagotable que colma los intelectos sin ojos de suma delicia, regocijo y deleite; alegría pura que, en un perpetuo fluir, procede místicamente de esa Hénada divina y sobrenatural que sobrepasa todo en impenetrable secreto. Ven también cuán inescrutable e infinito es el piélago que fluye de esa bondad inefable, de ese amor inexplicable y esa providencia inconcebible, en infinita potencia e inefable sabiduría; ven cosas que son incomprensibles incluso para los ángeles y los mismos serafines en cuanto exceden todo intelecto. Se detienen, así, en las realidades del siglo presente, recogidas en nosotros por razones casi indecibles, reconstruidas, regeneradas y perfeccionadas conforme al siglo futuro; cosas que vuelven estático incluso al intelecto de los querubines, que piensan esto de manera confusa.

¡Oh, bondad y consejo de Dios, amor, benevolencia, potencia, sabiduría y divina providencia! En verdad, 'bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido cubiertos', ¡y bienaventurado el hombre que el Señor educa e instruye con su ley y el Espíritu!"


"Indudablemente, entre todos los seres que existen y son pensados, Dios es la más excelsa belleza y bondad; por su parte, entre todos los seres visibles, el hombre es -según la naturaleza- incomparablemente superior a cualquiera de ellos; mientras, en lo que atañe a la gracia, pertenece a un rango mucho más elevado que el de los ángeles. En efecto, es sabido que al aproximarse a lo que está más allá del pensamiento sin la necesaria experiencia de una abundante gracia iluminadora, el intelecto contemplativo permanece asombrado en medio de las realidades existentes entre Dios y los hombres. Sin embargo, una vez que, mediante la potencia espiritual activa en el corazón, asciende a la suprema belleza y bondad, a Dios, y entra en Él por medio de un don todavía más divino, ve en modo unitario y se asombra, y habita en el silencio de ese abismo que sobrepasa al intelecto. Se podría decir que ésa es la verdadera prueba del primer descanso sabático, del cual el descanso de Dios, luego de la creación de los seres, es arquetipo, y de otro descanso sabático -del cual es verdadero ejemplo el dejado al pueblo de Dios- según el cual el intelecto goza manifestamente de un descanso superior y de otro género, después que se ha vuelto de Dios hacia sí mismo y se ha reconocido como imagen del arquetipo, percibiendo, finalmente, cómo son las realidades que están entre Dios y los hombres. Entonces, pasa no sólo a lo que está más allá del intelecto y la mente, sino que, en modo apropiado y en admirable estupor, está pleno de alegría y exultación espiritual, verdaderamente radiante en el silencio por esas iluminaciones y operaciones divinas que, superándolo, se dirigen y se unen a la Hénada de la divina y sobrenatural deidad en Cristo Jesús." [3]

Notas:

[1] Toshihiko Izutsu, "Sufismo y taoísmo", vol. 1, ed. Siruela.
[2] Filocalia, vol. 2, ed. Lumen.
[3] Todas las citas pertenecen a: Filocalia, vol. 4, ed. Lumen.